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Columnistas

Guido Kaczka: la clase trabajadora que juega

Por Daniel Rosso y Sergio Rosso

Ni al paraíso ni a la plaza: a la televisión

“Bienvenidos a bordo”, el programa que conduce Guido Kaczka por Canal 13, es una movilización de la clase obrera por una feria del trueque audiovisual: en él, trabajadores y trabajadoras intercambian, ante las cámaras, pequeñas destrezas físicas por productos de consumo masivo. Taxistas, carpinteros, cocineros, peluqueros y profesores de educación física, entre otros, participan en el programa sacando un lingote de un cubículo casi totalmente cerrado, haciendo la mayor cantidad de dominadas sobre la barra horizontal o caminando en cuatro patas repitiendo el recorrido previo de sus mascotas. En tiempos pandémicos, los trabajadores y trabajadoras no van al paraíso ni a la plaza: van al estudio de televisión.

En tiempos pandémicos, los trabajadores y trabajadoras no van al paraíso ni a la plaza: van al estudio de televisión.

Se trata de una clase obrera que juega. Por eso, lo que media su relación con las mercancías no es el trabajo sino el azar. En el programa, la distribución no la hace el Estado sino la televisión: no se entregan planes sociales sino raciones anuales de alimentos o de servicios en las que sobresalen sus marcas. Un año de hamburguesas, de salchichas, de comida para perros o de seguro para el coche. Los trabajadores no sólo intervienen en la esfera de la producción: también lo hacen promoviendo el consumo. En “Bienvenidos a bordo” cada participante que gana habilita la posibilidad de repetir el nombre de una marca: de allí que, los concursantes ponen en juego sus pequeñas destrezas en competencias televisivas cuyo principal objetivo no es que obtengan un premio sino que ese premio sea nombrado. El participante no sólo gana un producto: además, el producto se sirve del triunfo de ese participante para ser anunciado. Es un fetichismo de las góndolas: las mercancías depositadas en los supermercados se personifican en la voz del conductor, del locutor y de los invitados e invitadas en la escena televisiva. Triunfar es habilitar la voz del mercado.

Un Keynesianismo de niños

Esos trabajadores televisados juegan como niños y, en ese ejercicio del juego, publicitan lo que ganan: suspenden, por un instante, su inserción en la estructura productiva para protagonizar el espectáculo audiovisual. Es como si el mundo televisivo les prestara sus cámaras para que comercializaran su infancia. En ese keynesianismo de niños el conductor es el mayor de los niños: un bebote de ojos grandes, que abre de par en par, para sorprenderse ante ese mundo del trabajo que viene desde afuera. Pero hay otros niños: por ejemplo, el modelo top que utiliza cientos de disfraces para jugar a ser otro. Hernán Drago, detrás de sus pelucas, anteojos y raros vestidos nuevos, se mueve en la pista como un gigante aniñado: suplanta en la escena televisiva su falta de destreza en el baile o en el canto con una exageración de sus deficiencias. Amplifica lo que no sabe hacer y, entonces, a través de esa retórica de lo precario, el modelo top se transforma en un trabajador más, en el más humano de los dioses de la televisión.

Es como si el mundo televisivo les prestara sus cámaras para que comercializaran su infancia. En ese keynesianismo de niños el conductor es el mayor de los niños.

El transformismo: la estrategia general del programa

En “Bienvenidos a bordo” nacen amistades escénicas: por ejemplo, entre el joven carpintero que hace cientos de flexiones en la barra horizontal y Hernán Drago que grita a su lado como si fuera su entrenador. Por eso, el programa iguala al trabajador exitoso en las dominadas con el modelo internacional deficiente en la pista de baile. En una especie de socialismo audiovisual, se compensan las diferencias ante las cámaras. Todos se transforman para parecerse.

Por eso, en el juego en el que los participantes deben caminar en cuatro patas repitiendo el recorrido de sus perros, aquellos no sólo se convierten en chicos: también se transforman en sus mascotas. La estrategia general del programa es el transformismo: en niños, en animales, en antimodelos y en televidentes televisados.

La familia trabajadora

Los trabajadores y trabajadoras que participan en el programa nombran insistentemente al conductor. ¿Tenés imitación? pregunta Guido y el participante responde: “Sí, Guido”. Y, así, cientos de veces. ¿Qué función cumple la permanente repetición del nombre de Guido por parte de los trabajadores y trabajadoras televisados? Hipótesis: parece que, cuando lo nombran, se desplazan desde afuera hacia adentro de la televisión, entran definitivamente en el mundo personal del conductor. De ese modo, los trabajadores y trabajadoras que juegan consiguen formar parte, durante algunos momentos, de esa familia construida por las cámaras televisivas.

Al mismo tiempo, el relato de los trabajadores y trabajadoras le permite al conductor contar la historia de su propia familia trabajadora: su padre mueblero, su suegro taxista, y así.

“Bienvenidos a bordo” es, en realidad, bienvenidos a una amalgama dócil de clase obrera lúdica con televisión nostálgica en el momento histórico de un doble epílogo: de la clase obrera como era y de la televisión como ya no será. En la reclusión por la pandemia, las identidades sociales se siguen construyendo. Las identificaciones siempre son caprichosas. La clase obrera que juega en los sets de televisión no es una novedad. Sí lo es que, en “Bienvenidos a bordo”, se insista todo el tiempo en nombrar a los participantes como trabajadores y trabajadoras. Es decir: que los taxistas, carpinteros, cocineros, peluqueros y profesores de educación física, entre otros, sean nombrados como tales juntos a los cientos de productos que personifican el fetichismo de las góndolas.

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