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Sociedad

La investigación en que Jimena Tcherbbis exploró la pesada herencia de la Inquisición sobre Hispanoamérica

Inquisición

La joven profesora Jimena Tcherbbis Testa obtuvo el Primer Premio de la Asociación Argentina de Investigadores de Historia (ASAIH) a la mejor tesis de doctorado en historia, con su investigación sobre los últimos años de la inquisición y los debates con el liberalismo en los territorios gobernados por la monarquía católica. "La Causa de la Libertad", como se llama la reciente publicación de esta obra por Siglo XXI, es también "la forma en que llamaban los revolucionarios a la causa de la independencia".

Por eso, se ríe un poco de la posibilidad de que su título pueda prestarse para lecturas relacionadas a candidaturas presidenciales que repiten este tipo de proclamas. "Entiendo que en nuestra sociedad actual lleva a otro tipo de lenguaje político que no tiene que ver con el liberalismo como nació en la independencia, te diría más bien que está en las antípodas", comenta.

¿Cómo surge esta investigación y la inquietud por este problema, bastante poco documentado?

-Desde que arranqué estudiando historia siempre tenía un interés recurrente en la relación entre religión y política, cuando en sí esas esferas no estaban separadas y cómo eso fue cambiando. Ahí ya notaba algo, que cada vez que estudiaba, el problema en sí mismo me interesaba.
Después me di cuenta que cuando empezaba a leer sobre la inquisición en su larga duración, me surgió la pregunta por su fin y la curiosidad por lo que pasaba a este lado del Atlántico. Sobre el tribunal de México había mucho escrito, pero no tanto sobre el tribunal de Lima que es el que tenía jurisdicción sobre el Río de La Plata. Ahí se abrió la pregunta, tratando de pensar como un problema común para la creación de una nueva comunidad política. Y qué pasaba con la inquisición que hacía de la obediencia religiosa como herramienta de gobierno.

El auto de fe era un acto público organizado por la Inquisición en el que los condenados por el tribunal abjuraban de sus pecados y mostraban su arrepentimiento para que sirviera de lección a todos los fieles. Este célebre cuadro de Francisco de Goya recrea una de estas ceremonias.

-¿Lo nacional emerge entonces como una respuesta a un clima de opresión generalizada, no?

-Es interesante porque la cuestión nacional va emergiendo, no está como punto de partida sino que es más un proyecto que empieza a tomar forma en distintos lugares. La imaginación de la Nación se hizo atravesando fronteras que todavía no estaban consagradas como tales. Creo que ahí hay una cuestión para pensar en los imaginarios nacionales, que no únicamente piensan con quienes comparten su territorio. Hay un intercambio entre las élites. Mucha de la literatura de la Nación se hace del otro lado de la cordillera: Vicente Fidel López que escribe La Novia del Hereje, lo hace desde el exilio, o Sarmiento. Quiero pensar en los hermanos Bilbao: Manuel Bilbao con su novela El Inquisidor Mayor y Francisco de Bilbao que viaja a Lima y a Buenos Aires. El problema de qué hacer con esa herencia religiosa de la monarquía católica, estaba presente. Este tema de que hay que independizarse también en términos culturales de España.

-¿Con la creación de la Nación, persistió un legado de persecución a la herejía?

-Creo que persiste un lenguaje religioso para pensar a los problemas políticos. El liberalismo intenta a través de la crítica a la Inquisición, imaginar un nuevo orden político. Desacralizar esa autoridad política planteando el fundamento del poder en el consentimiento de la soberanía popular y limitar a las monarquías. Pero al mismo tiempo uno podría ver que en ese proyecto sigue presente el problema de qué hacer con la disidencia. Ahí hay dos cuestiones: desde la perspectiva de la jerarquía eclesiástica, en Roma, el liberalismo va a ser condenado como un pecado y eso va a ser reiterado en las encíclicas hasta ser condenado de manera taxativa en el Syllabus errorum de 1864, en que el Papa Pío IX plantea la incompatibilidad entre liberalismo y catolicismo. Y proclama una fuerte condena a aquellos católicos que habían intentado abrazar ideas liberales. El gran desafío para Roma, entonces, va a ser la presencia de liberales bautizados. Ahora bien, en la construcción política uno puede ver que existe cierta persistencia de un lenguaje religioso a la hora de pensar los conflictos, donde el opositor deviene hereje. Es una sociedad que estaba acostumbrada a la unanimidad de lo religioso y lo político, siguen latentes tensiones. Durante largos períodos, hay temores a que pueda surgir una inquisición política. Yo exploro esas tensiones en Lima y en Buenos Aires durante la época rosista, por ejemplo. La Generación del 37 va a retratar a Rosas como el heredero de la inquisición, en la medida en que buscaba la unanimidad política.

-¿Y Sarmiento que papel va a jugar acá?

-Sarmiento es quien va a construir este argumento: que el proyecto unanimista de Rosas va a ser algo inquisitorial y que la Mazorca es una nueva inquisición. A Rosas se le describe como un hombre del antiguo régimen. Es interesante que el propio San Martín plantea este temor sobre qué puede suceder en el rosismo con la libertad. Diplomáticos desde Estados Unidos, también, creen que Anchorena puede reestablecer el santa oficio. En España, en esa misma época, el carlismo defiende los derechos del trono bajo el lema de la patria, la religión y la inquisición. Llamativamente, dice que el color que identifica a ambos es el rojo y sus seguidores se llama de la misma manera:

-¿Crees que estos debates se proyecten al Siglo XX y a la actualidad?

-Uno podría pensar que incluso en los debates actuales se sigue escuchando la palabra inquisición o inquisitorial a partir de ánimos de superioridad moral para suprimir debates y establecimiento de verdades. Uno podría decir que el proceso de construcción de una política moderna, en el sentido en que la sociedad se construya a partr de la reflexión de sí misma y no tenga que recurrir a una esfera trascendental, eso es un proceso inacabado. Siguen existiendo muchos discursos que hacen de la política un acto de fe y viceversa, de la fe una militancia política.

-Pienso, por ejemplo, en la despenalización del aborto, que se produjo mientras tú escribías este libro ¿Asociaste todos esos debates a tu investigación?

-Era conciente de que la religión sigue teniendo un peso en los debates públicos. Me interesa pensar que todos los debates que reconstruyo en el libro, los católicos liberales con todos sus matices que abren un debate entre las convicciones y las conveniencias. Me resultaba interesante ver que el discurso liberal no negaba la religión, a pesar de que se les acusara de irreligiosos y ateos. Planteaban que la religión podía servir a la causa de la libertad y eso explica cómo se fueron armando las constituciones. En Argentina la constitución reconoce la libertad religiosa, pero al mismo tiempo se compromete con el sostén de la iglesia, como un instrumento de la vida republicana. Entonces, el debate por la interrupción del embarazo o lo que pasó en Francia con Charlie Hebdo, estuvieron dentro del contexto de reflexión. Creo que la cuestión sigue abierta, la relación entre gobernar y “hacer creer” que sigue, con muchísimos cambios, pero que aflora en cada debate.

-Hablamos hasta ahora de cómo la religión moldeó a la política, pero al revés...¿Crees que podemos ver a la iglesia actual, con Francisco a la cabeza, como un producto de esta liberalización?

Ahí yo diría dos cuestiones. Muchos de los personajes que lucharon por la independencia pensaron en liberalizar el campo religioso, pienso en Francisco de Paula González Vigil o Juan Espinoza, sueñan con un Papa liberal, pero se encuentran con uno que condena sus ideas. Esa tensión sigue persistiendo en la actualidad.
Por otro lado, yo abordo la inquisición española, pero tras su final, sus debates a mediados del SXIX se desplazan hacia la inquisición vigente entonces, que es el Santo Oficio Romano. Ellos tenían elaboraban un índice de niños prohibidos y generaron un escándalo por el secuestro de un niño judío, Edgardo Mortara, en Bologna, bajo el pretexto de haber recibido el bautismo por una empleada cristiana. Eso lo defendió el Papa de entonces. Ese Santo Oficio termina de convertirse en la Congregación para la Doctrina de la Fe, que sigue existiendo hasta hoy, que el Papa sostiene con los mismos objetivos- la defensa del dogma, de la verdad- pero con otros métodos.

-También es interesante la contraposición entre Buenos Aires y Lima, como dos ciudades que se desarrollan con niveles contrapuestos de influencia de la Inquisición ¿Esto moldeó sus respectivas historias?

-Lo que cuenta la historia es que sí. Lima fue una capital virreinal desde el inicio de la colonización y un lugar donde se estableció tempranamente el tribunal de la inquisición. Es un bastión importante del poder real de la Monarquía católica. Cuando empieza el proceso revolucionario por la invasión napoleónica, en ese camino, la experiencia de Buenos Aires es de mucha mayor experimentación política, en parte porque también tiene menos peso real encima. No había un tribunal inquisitorial acá, a pesar de que hubo intentos por instalar una. Entonces el control acá es más laxo que Lima, que es la Ciudad de los Reyes, que recién va a ser nombrada Ciudad de los Libres cuando San Martín consigue liberarla.
Eso no signifca que en Lima no hayan habido debates. Hubo una división muy fuerte entre absolutistas y liberales, pero que se piensa de forma distinta. Buenos Aires rápidamente asumió que la causa de la libertad implicaba la experiencia de un autogobierno.