Esos dos párrafos, del capítulo Ocupas de Los Peores, de Juan Grabois, pintan de cuerpo entero al nuevo libro del dirigente social y fundador del Movimiento de los Trabajadores Excluidos. Por un lado, el pragmatismo, la negociación, el barro de la política y los personajes terrenales. Por el otro, y sin perder un segundo para apretar el freno, la espiritualidad, las citas bíblicas, las referencias al Papa Francisco. Santos y pecadores, dirigentes sociales, macristas, kirchneristas, San Francisco de Asís, transas, adictos recuperados, ratas, corruptos y exconvictos reformados son algunos de los personajes que protagonizan el libro del candidato a presidente.
Al comienzo de la lectura, parece que Grabois escribió un libro de autodefensa y autocrítica. A medida que se avanza, la cosa se pone mucho mejor. Hay un interesante análisis sociológico de lo que él llama trabajadores de la economía popular, una corta pero muy informada historia de los movimientos sociales, y hasta relatos de las aventuras del dirigente social en comisarias, movilizaciones, defendiendo a pibitas de turbas enardecidas o teniendo que cortar discursos o reuniones por las balas que volaban en el barrio donde estaba.
El libro comienza con una autoacusación, una denuncia imaginada contra el propio Grabois y los movimientos sociales en general. Allí, el autor recopila los insultos y difamaciones que más comúnmente se disparan para su lado: vagos, chorros, defensores de chorros, ocupas, gerentes de la pobreza y violentos.
Luego va, capítulo a capítulo, desarmando esas acusaciones. Sin embargo, lo hace intentando seguir una máxima cristiana que muchos cristianos tienden a olvidar: no mirar la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. Y asumiendo que, si las mentiras que los oponentes dicen sobre uno entran y duelen, es porque en ellas suele haber un grano de verdad.
La autocrítica
Uno de los momentos más profundos e interesantes del libro del dirigente social es la dura autocrítica que realiza sobre lo que él y sus compañeros supieron construir. Grabois no le esquiva el bulto a las prácticas más oscuras que ocurren en los movimientos sociales que forman parte de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular, y afirma que en esos ámbitos hay, muchas veces, "exigencias de pago de aportes económicos, presencia obligatoria en movilizaciones, multas por ausentarse de estas, cambios arbitrarios en los horarios de trabajo, falta de información clara sobre derechos y obligaciones, falta de ejecución real de los planes de trabajo en las Unidades de Gestión y solicitud de tareas impropias de los planes de trabajo".
El dirigente plantea que los responsables de estas prácticas son "punteros municipales y coordinadores de los movimientos". Sigue: "No todos los municipios, ni todos los movimientos; pero son cosas que suceden... ¿o hay que hacerse el tonto? Pero que sucedan no desvaloriza ni un poco a los movimientos. Son desviaciones en un camino y hay que enderezar el rumbo". La tesis central, que ordena todo el libro de Grabois, es muy simple: la economía popular es un fenómeno que nació de la destrucción del estado de bienestar y la Argentina industrial y llegó para quedarse. Por lo tanto, lo que esté mal con los movimientos, explica Grabois, no queda otra que corregirlo, porque destruirlos es solo un ideal de necios que no entienden qué pasó en el subsuelo de la patria desde los 70' hasta acá. Argumenta: "Es llamativo, en cualquier caso, que, al igual que Carlos Menem y Fernando de la Rúa anteriormente, los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández hayan accedido a 'compartir' la distribución y gestión de los Planes y Políticas Sociales con los movimientos populares. Esto es indicativo de una realidad, un hecho fáctico, cuya fuerza histórica no se puede detener. Es un fenómeno similar al de los sindicatos. Se lo puede ignorar un tiempo, se lo puede reprimir, pero tarde o temprano se va a consolidar".
El momento de la autocrítica, como buena parte del libro, tiene como disparador una anécdota. En este caso, una conversación en un tren con tres jóvenes mujeres, trabajadoras que cobraban un Potenciar Trabajo y participaban de una cooperativa con los peores métodos de ese sector de la política. Esa charla lo llevó a Grabois a faltar a un importante acto para quedarse sentado en un andén, pensando qué hacer con lo que sus compañeras le contaban. Sin embargo, pese a la dura autocrítica, el autor vuelve sobre las virtudes y las buenas prácticas, recordando la enorme tarea que las organizaciones sociales realizan para pelear contra el hambre, mejorar la infraestructura de los barrios populares, desarrollar proyectos productivos e inventar trabajo en donde las políticas económicas de los distintos gobiernos lo eliminaron.
Ratas y transas, los oscuros personajes que pululan por los barrios pobres
Uno de los momentos más ricos del libro es cuando Grabois se pone a describir a algunos pequeños personajes del hampa nacional, los soldados de a pie de la violencia en los barrios populares. No son aquí el objeto de estudio los grandes mafiosos, los narcos que mueven toneladas de droga y se hacen millonarios en el proceso, sino los más bajos escalafones de la cadena de producción, logística y comercialización de la droga: El Rata y El Transa.
Ambos son personajes ineludibles en los barrios pobres. El primero, El Rata, son los pibes más rotos, adictos a drogas de efectos efímeros y que apenas, o a veces ni siquiera, salen de su propio barrio a robar lo necesario para conseguir la siguiente dosis. El Transa, en cambio, es el que vende, el kiosquero ilegal al que acuden los pibes del barrio o de las afueras para comprar marihuana mala o cocaína.
Del Rata, Grabois dice: "Algunas ratas salen del barrio excluido en el que viven para robar en otro barrio que está apenas unos peldaños por encima del suyo. Muchas veces lo hacen drogados o alcoholizados. No saben usar armas, pero pueden disparar por pelotudos. Son violentos en sus acciones y caen como moscas. Cada tanto los agarran los vecinos y los revientan a palos antes de entregarlos a la policía. Son esos chorros-rata que circulan en barrios de laburantes y comerciantes, donde hay poca policía, la iluminación es escasa y la población trabajadora, estancada, mastica bronca, miedo e impotencia entre la inseguridad y los bajos ingresos". Poco después, agrega: "Te convertís en eso, te 'ratificás'. Dejás la escuela, te maltratan, tu casa es un bardo. Después, el paco y otras porquerías te ratifican, y, cuando llegás a ese estado de cachivachez, solo un milagro te salva. No hay una cultura que glorifique a la rata".
Sobre el transa, un personaje que requiere menos desarrollo, el autor aporta un dato terrorífico: comenzaron a tener predicamento en el territorio que ocupan. Históricamente, explica Grabois, los transas fueron despreciados en sus barrios por ser los que envenenan a los pibes y complican la vida de las familias. Con el tiempo, estos fueron ganando predicamento, tanto por su acceso a bienes de lujo como por un nuevo rol que ejercen a tiro limpio: sacar a los ratas de los pasillos, y "cuidar" de esa forma al barrio del Frankenstein que inventó el propio transa. Grabois cuenta: "Ser un transa es ser alguien, y esa jerarquización del rol del transa es la base subjetiva para que la Argentina se sume a la triste lista de los narcoestados, como México, Colombia, Brasil, El Salvador. A veces no somos conscientes de la suerte que tenemos de vivir en una relativa paz, y la sociedad tampoco es consciente de la importancia de nuestros movimientos en evitar el desembarco del narco". Poco después, añade: "En los barrios populares, las ratas, los cachiba, desvalijan a su vieja y les joden la vida a los propios villeros. En los últimos años, el rol del transa terminó siendo defender el pasillo del rata".
Muerte, resurrección y soluciones prácticas
Algunos de los personajes más interesantes, y las propuestas más llamativas, del libro de Grabois son los demonios que se convierten en ángeles, para usar un lenguaje propio del autor. Los movimientos sociales, sobre todo el Movimiento Evita y el MTE, pero también otros, tienen un importante despliegue en las cárceles argentinas, donde luchan por la reintegración de los presos y su organización productiva.
Las ideas que guían a las personas que llevan a cabo ese trabajo son similares a las de quienes trabajan con adicciones en las organizaciones sociales: a través del trabajo y la comunidad, las personas pueden escapar de sus infiernos. En el caso de los exconvictos, Grabois cree haber encontrado algo más. Para el dirigente del MTE, las cooperativas de Liberados y Liberadas son una política fundamental para pelear contra el delito y la inseguridad en Argentina.
Explica: "Voy a decirlo con claridad. No pedimos su empatía con los chorros ni con los faloperos. Nuestra fórmula es la más exitosa que hay, al menos en la Argentina, para la reducción del delito; está empírica y estadísticamente probada. No compren las mentiras que les venden y vengan a comprobarlo, porque si de verdad quieren seguridad lo que hay que hacer es lo que hacemos nosotros, pero a escala de una política de Estado".
La "fórmula" de la que habla Grabois para reducir la criminalidad tiene dos aristas. Por un lado, la formación en oficios de los presos dentro del penal. Y, por el otro, su rauda incorporación a una cooperativa apenas salen de la cárcel. "El acceso rápido al trabajo y a un grupo de contención humana -afirma el autor- reducen drásticamente la reincidencia y, por lo tanto, este factor de riesgo se atenúa hasta casi desaparecer".
Final y candidatura
Grabois termina su libro con una última anécdota, esta más introspectiva. Es un paseo suyo por la estación Retiro y el shopping de Patio Bullrich, observando uno de esos muchos espacios porteños que desnudan la terrible desigualdad de Buenos Aires y analizando ese contraste entre la villa 31 y Recoleta, la pobreza más terrible y la vieja riqueza del barrio de al lado.
Llamativamente, a diferencia de otros libros de políticos en años electorales, el texto de Grabois no parece ser un acto de campaña: no habla de un segundo tiempo, no explica sinceramente un gobierno ni un recorrido político, y deja asentadas duras autocríticas. Queda en el ojo del lector si creer o no en la sinceridad del autor, pero este es un libro mucho más honesto y duro que los de otros dirigentes, tanto consigo mismo como con el país que, ahora se sabe, aspira a conducir.
El libro es, por momentos, caótico y te lleva por caminos inesperados, como un dirigente cartonero que aparece un día tomando la estancia de una de las familias más ricas y tradicionales del país con la hija desheredada a su lado. Sin embargo, tiene dentro una radiografía profunda e interesante sobre algunos de los lugares más olvidados del país y la gente que allí vive, y una propuesta política clara para mejorar sus vidas.
El libro de Grabois salió a principios de año. Alberto todavía decía ir por la reelección, no se sabía exactamente qué planeaba hacer Cristina Kirchner en la campaña, y Sergio Massa decía que no quería ser candidato a presidente. Nada quedó de todo eso, y el viernes el ministro de Economía ganó una gigantesca pulseada para alzarse como candidato único del peronismo. Excepto por Grabois.
Hace un tiempo, el cura y politólogo Rodrigo Zarazaga escribe sobre una escisión en el peronismo entre la clase obrera tradicional y de clase media y la clase baja, excluida del mercado laboral tradicional. La primera, para Zarazaga, estaba representada hace unos años por Sergio Massa, mientras que la segunda se aglutinaba alrededor de Cristina Kirchner. La postura es similar a la de Grabois, aunque el dirigente social la lleva más lejos. Para él, cómo expresa en este libro y en textos anteriores, hay una clase social completamente nueva, con nuevas organizaciones que la representan e intereses diferentes a la clase trabajadora tradicional. Es a esas personas, entre 4 y 12 millones de argentinos, dependiendo a quien le preguntes, a las que Grabois buscará representar en estas elecciones. Es la primera vez que la Economía Popular, esa idea de Grabois y Emilio Pérsico que incluye a los cartoneros, las cooperativistas textiles, los exconvictos, los adictos en recuperación, los pequeños arrendatarios rurales y las mujeres de los merenderos, tiene candidato propio a presidente. Hay que ver si lo votan.