Martes, 07 de Mayo de 2024 Nubes 19.4 °C nubes
 
Lunes, 11 de Octubre de 2021 Nubes 19.4 °C nubes
 
Dólar BNA: $924
Dólar Blue: $1040
Cultura & Espectáculos

Juan Diego Incardona, un vendedor de objetos maravillosos en los pasillos del Estado

Juan Diego Incardona

Juan Diego Incardona es un narrador entrañable que por momentos resulta anacrónico. Como si su universo imaginario se resistiera al “sentido” mayoritario de estos tiempos para señalar que, en el camino, hubo una bifurcación que no advertimos hacia un lugar que valía la pena y en que él habita sin prisa.

Incluso en el seno del Estado sigue pareciendo un personaje sacado de un libro de Mark Twain o una película de Ettore Scola. Se detiene a conversar con casi todos los trabajadores y cuenta historias sobre el edificio de Callao 237, donde alguna vez discursearan Perón y Evita, y que hasta su llegada era ocupado como despacho de María Eugenia Vidal.

Algún día fue vendedor de artesanías y desde entonces se autodenomina “vendedor de objetos maravillosos”. Ahora como Director de la Casa de la Provincia de Buenos Aires, su universo de maravillas se multiplicó, pero ya casi no tiene tiempo de vendérnoslas en sus relatos. Por eso esta entrevista.

-No das muchas notas como Director de la Casa de la Provincia...

-Tengo un perfil bastante bajo. Me han hecho notas como escritor y ha surgido el tema de la Casa, pero tampoco tuve muchas notas en los últimos años. Creo que frené un poco con la producción. Después de La Culpa fue de la Noche sí, pero el foco fue la literatura. Yo trato de no hacerlo tanto porque uno pertenece a una estructura política. Si yo hablo de lo que pasa acá, bueno, sí, cuento de la agenda cultural, pero no hago tanto la entrevista del funcionario. No sé si mandarme con esa, teniendo una estructura encima. Nunca pregunté, pero viste como son en la política. Yo tampoco me siento el funcionario clásico. Vengo de la cultura y no de una organización política. Todos saben que soy peronista, pero desembarco acá desde la gestión cultural. Más allá que en el peronismo muchos me conocen, respetan y algunos hasta me quieren. No pertenezco a una orga. Eso cambia mi perfil.

-Me imagino que cambió también tu autopercepción entrando al Estado... de ser un escritor que habla por sí mismo a un funcionario que representa a un gobierno.

-Sí, pero me pasa desde hace más tiempo. Con las revistas La Maquina Excavadora y El Interpretador o con mis talleres literarios me pasó: siempre se tornaron proyectos colectivos. Entonces estoy medio acostumbrado a eso. No me molesta ceder individualidad. Al contrario, me gusta, me enriquece. Más allá de que soy muy leonino, creo que mamé mucho de lo comunitario, de chico en el barrio. De todas formas, entiendo que acá es distinto porque hay una estructura jerárquica. Yo soy director, tengo gente a cargo, pero también tengo gente arriba mío. Uno aprende como moverse en una verticalidad que habilita horizontalidades, con otros organismos, con artistas y con los trabajadores. La verdad es que estoy contento.

Incardona junto a un regalo del maestro Quino.

-¿Por qué, qué objetivos te pusiste acá?

-Me puse tres. Lo primero fue no tocar un peso. Al entrar, sabía que quería irme limpio, tal como entré acá. Igual acá hay una caja verdaderamente chica, no es que se maneje mucho dinero. Lo segundo era no perjudicar a los trabajadores y, por el contrario, mejorarle las condiciones de trabajo. Y creo que eso pasó. Y lo tercero, era dejar huellas de mi paso por acá. Y creo que pese a la coyuntura de la pandemia, que absorbió mucho, hicimos un montón de cosas. Sobre todo desde la actividad cultural, que no es lo único de la casa, pero que es donde yo siento que tengo mayor protagonismo. Creamos dos orquestas, estamos sosteniendo siete ciclos artísticos que se armaron desde acá, potenciamos alianzas con organismos de impacto territorial como PAMI o escuelas de toda la Provincia; recuperamos el teatro de acá y generamos una audiencia. Más allá de las visitas que recibimos de escuelas y barrios, que traemos en micros, ya hay bastante público que viene normalmente a nuestras actividades, que son todas gratuitas. En este edificio también se prestan servicios, hay muchos trámites, y estamos creando otras casas para descentralizar estos trámites. Vamos a comenzar con una Casa de la Provincia en Baradero, por ejemplo.

-Supongo que toda esta gestión te ha hecho suspender el ejercicio literario

-Es muy demandante y es verdad que estoy escribiendo poco, aunque estoy muy activo en la literatura a través de los talleres. Sobre todo en uno que doy con María Inés Bedía sobre escritura autobiográfica y allí vienen muchos escritores contemporáneos, lo que me hace tener una conexión muy directa con lo que está pasando. Pero es verdad que mi producción bajó. No sé si por la Casa de la Provincia porque ya era un proceso personal. Yo escribo por oleadas. Primero tuve años de fascinación, que fueron de mucha producción y que en gran medida no publiqué. Luego tuve unos años compulsivos, de 2007 a 2010 con un libro por año. Ahí salieron mis libros más conocidos (Villa Celina, El Campito, Rock Barrial). Luego empecé a lagunear, más tranqui. No sé de qué forma, pero en 2019 hasta 2021 volvió el frenesí. Y ahora no estoy escribiendo nada. Tengo ahí un ensayo sin terminar, algunos cuentos sueltos, pero perdí esa constancia que tuve en algún momento, de escribir todos los días llegando a casa. Ahora pueden pasar meses sin escribir. No lo lamento ni me alarma. Sé que son momentos de mi vida y que en algún momento va a venir esa necesidad de escritura que va a traer textos. No me obligo a esta altura del partido.

-Y esta experiencia en el Estado no te ha motivado a escribir, no sé, algo más kafkiano quizás...

-Algo mencioné en La Culpa fue de la Noche, pero todavía no ficcionalicé nada del laburo. Algún día voy a escribir un volumen de Cuentos Estatales porque es una experiencia fuerte, donde uno conoce un mundo, un código y hay muchos personajes interesantes. Pero viste que en general uno necesita que la experiencia de vida corra un poco para poder mirarla bien. No sé, está lleno de historias esto...

-Dale, adelántanos una...

-Obviamente que en la pandemia hubo varias. Se me vienen a la mente los días inmediatamente posteriores al 20 de marzo en que todo quedó congelado. El personal dejó de venir por casi un año, viste que todo el mundo hizo home office. Pero yo como director tenía que venir a ver el edificio. Me acuerdo que vine una vez y me puse a recorrer y todo había quedado en el 20 de marzo. El pinche en el almanaque, las marcas en los calendario, todo. Era muy raro. Ese día vine porque había una movilización contra la Provincia de Buenos Aires. No me acuerdo qué era. Pero sí que había un vallado policial. Y era muy loco porque era la primera vez que yo estaba del otro lado de la valla. Había venido a la casa a ver que todo estuviera en orden y estaba totalmente solo en el edificio ante el que se protestaba. Me puse a cantar acá adentro, con un tremendo eco, las canciones de la marcha afuera, porque esas canciones las conocía o porque eran canciones del fútbol. Porque yo soy de eso, mi vida es estar en una vereda en la calle y, como un montón de gente, estuve en montón de protestas. Entonces era rarísimo estar solo del otro lado.

Recuerdo también que me llamaba la atención que cuando llegaba la guardia se me cuadraba y decía 'buen día jefe, sin novedad'. Y era rarísimo porque yo venía en mi bicicleta playera, sin el perfil para eso. De hecho me decían que era el Pepe Mujica de la gestión porque seguía viniendo como lo que soy.

Me decían que era el Pepe Mujica de la gestión porque seguía viniendo como lo que soy

Uno en la cotidianeidad del trabajo genera afectos, climas de camaradería y compañerismo con las personas que lo rodean, y por supuesto con los policías que están acá. Una vez entré y la comisaria inspectora me saludó y me dijo muy solemne: “le puedo hacer una pregunta”. Claro, le respondí; “¿Qué es el extrañamiento?”. Yo me quedé callado un rato y le dije '¿pero usted me está hablando del formalismo ruso?'. Y ahí me aclaró que sí, que a su hija le habían dado una tarea en la escuela. Entonces me puse de manera inesperada a hablar de Víktor Shklovski con una comisaria para que ella le explicara a la hija (se ríe).

Historias hay un montón: historias fantásticas de este edificio, historias de fantasmas y muchas anécdotas que algún día me sentaré a ficcionar.

-Tienes detrás tuyo un mapa de la Provincia de Buenos Aires y me doy cuenta que es país en sí mismo... debe ser del tamaño de España.

-Es enorme. Del tamaño de Alemania. Es una provincia que conozco mucho, por la que he viajado mucho por trabajo y de manera individual. Además, no es una provincia de la que uno pueda imaginarse una geografía o un clima específico. Porque tiene un montón de climas y geografías distintas. Está todo el imaginario de la llanura, pero también está la Buenos Aires patagónica. Al sur de Bahía Blanca el pasto verde se vuelve árido, aparece el viento y cambian los cultivos. De la soja y el maíz, aparecen el ajo y la cebolla. Está la zona de las sierras y todo lo que es la costa. Porque la cultura de balnearios está sobre todo en esta provincia. Está la Buenos Aires del Delta. Todo eso sin hablar del conurbano. Es muy heterogénea.

-¿Se te ha abierto la percepción sobre todo lo que pasa en este territorio?

-Sí, aunque yo conocía mucho, no es lo mismo. Porque acá, por ejemplo, tenemos mucha relación con los municipios. Para cada fecha patria se invitan 4 o 5 municipios, que vienen con sus productos y nos los traen. La provincia, además, tiene más de 600 fiestas populares. En Claromecó, por ejemplo, está la fiesta de la corvina negra y toda la cultura del pescado y el mar. En Mercedes la del salamín. En Carmen de Areco, la del pastelito. También están buenas las fiestas que no son gastronómicas. En Escobar, por ejemplo, está la fiesta de la flor que es espectacular. Todos te traen una variedad de cosas muy linda y enorme la verdad. Porque además hay muchas colectividades según la región: hay galeses, alemanes, bolivianos, orientales... de todos lados.

El edificio de Callao 237 está en obras de remodelación.

-Y está el conurbano, que tiene al menos un tercio de la población del país y que es, además, el universo cronotópico de tu obra

-Conocer bien el conurbano, más allá de proveerme de un universo, es una experiencia vital para pensar políticas para esos territorios. Quizás no conozco tanto a los vecinos de Lincoln, más allá de que he viajado, pero a la zona oeste y sur del conurbano las conozco mucho. Conozco bastante zona norte, a pesar de que no nací allí y de que también es muy heterogénea. A mí me interesó también cambiar un poco el imaginario de la Provincia e instalar allí también al conurbano. Más allá de la riqueza cultural y turística de todo el territorio que hablamos antes. Yo quería iluminar lo que se hacía en el conurbano. No solo traer a payadores de los pueblos, sino también raperos o bandas del gran Buenos Aires.

-De territorios que, muchas veces, para el porteño son sinónimo de delincuencia...

-Antes la criminalización se extendía a todas las villas. Creo, lamentablemente, que eso se extendió a gran parte del conurbano bonaerense. La Matanza sería algo emblemático. Alguien que viene de La Matanza ya está medio criminalizado de antemano. Y es porque hay un relato unificado en los medios, muy plano, que tiene que ver con el drama de la inseguridad. Nadie niega que esas cosas pasen y que sea una preocupación importante de la gente, pero el conurbano es un lugar donde viven más de 12 millones de personas, donde ocurre de todo, pero solo nos enteramos del delito. Entonces se instala el estereotipo. En mis libros intenté iluminar otros aspectos de esos lugares. Hay muchas historias felices que tienen que ver con la comunidad, la solidaridad y la belleza. No son solo lugares de basurales y delincuencia. Yo creo que se da una mezcla muy rara que uno la pueda ver en una cuenta de redes que a mi me encanta, que es The Walking Conurban, que te muestra el conurbano como un lugar de capas geológicas. donde todo es una especie de collage de tiempos y colores. Ves un auto de los 50 con un cartel de un comercio gracioso y una arquitectura muy sorprendente. Esa mezcla se da por la coexistencia de la urbanidad y la ruralidad. Una franja de pasto y asfalto en que se da una escala de mezcla total. Un potrero con caballos pegado a una autopista y un barrio de monoblocks. Se mezcla la luz mala en la noche de los campitos y las luces rojas que desaparecen a lo lejos en la autopista. Las bandas de rock con los criaderos de gallinas. En el conurbano se ve el cielo, en la ciudad no. En el conurbano se conversa en las esquinas, en la ciudad no. La vida en la calle, salvo para la gente que vive en la calle por necesidad, es rica en el conurbano. En la ciudad están cada vez las plazas más enrejadas. En el conurbano seguís encontrando a los chicos tocando guitarra en las plazas de noche.

El conurbano es un lugar donde viven más de 12 millones de personas, donde ocurre de todo, pero solo nos enteramos del delito

-Me hiciste pensar inevitablmente en alguien que fue tu gran amigo de la adolescencia: el Pity Álvarez ¿Has seguido las noticias de su recuperación en el psiquiátrico?

-Participé hace poco en un podcast de Anfibia muy bueno sobre su caso. Intoxicado, se llamaba y me pareció que les quedó bien, que trataban en serio los temas serios. Después, no mucho. Vi que estaba más gordo y que estaba tocando. Sé que ahora tiene prisión domiciliaria, si no me equivoco. Sé lo mismo que saben todos. Yo fui muy amigo de él, pero en otro vida. En la escuela y después, cuando tenía veintipicos e iba a ver a Viejas Locas. Compartimos un imaginario común que ambos vivimos, que tiene que ver con ese lugar. Aunque él era de Lugano y yo de Villa Celina. Mataderos, Soldati, Piedrabuena, Lugano y Villa Riachuelo tienen mucha característica conurbana aunque estén cruzando la General Paz.

-¿Te gustaría verlo?

-Sí, estaría bueno reencontrarlo. Aunque no fui a verlo ya cuando era famoso. Lo nombré en un par de cuentos porque era relevante: me interesaba tomar un personaje que ya significaba mucho para algunos lectores y me servía como un anclaje característico de un momento, de una juventud, de lo que fuimos nosotros.

Pero yo tampoco quería tener un beneficio de eso cuando los dos ya éramos creadores. Han venido a ofrecerme que escriba su biografía, pero no da. Sí me gustaría encontrarlo en plan de amigos. Qué se yo, quizás en algún momento se de.

Está pasando