Como todas las canciones de Warren Zevon menos una, “Boom Boom Mancini” no fue un hit. Es el track 2 de Sentimental Hygiene, el disco con el que el cantautor de Los Angeles volvió a la música en 1987, tras cinco años dedicados casi exclusivamente a drogarse, emborracharse y fracasar en todos los ámbitos posibles. Divorciado y despedido de su discográfica pero -tras dura lucha- al fin rehabilitado, se concentró en grabar un disco para hacer lo que mejor le salía: contar historias. Y a la hora de buscar inspiración, recurrió a un episodio que parecía pensado especialmente para formar parte de su catálogo de letras retorcidas: una pelea de boxeo que causó la muerte de tres personas.
Zevon era un músico de músicos: más prestigioso que popular, y ciertamente un emblema de la bohemia de la costa Oeste de los Estados Unidos. Quienes hayan visto la serie Californication recordarán cómo festejaba Hank Moody, el escritor que encarnaba David Duchovny, cada vez que terminaba un libro: whiskey, weed and Warren Zevon (“whiskey, marihuana y Warren Zevon”). Ese hit del que hablábamos fue “Werewolves of London”, que en 1978 llegó al puesto número 21 del chart de singles de Billboard: por lejos su performance comercial más destacada.
Un año después de que Zevon probara las mieles del éxito por única vez en su carrera, Ray “Boom Boom” Mancini debutó como profesional con una victoria por KO. El apodo lo había heredado de su padre, Lenny Mancini, también boxeador.
Boom Boom fue haciéndose fama de duro en la categoría Ligero (entre los 61,2 y los 63,5 kg) con victorias ante boxeadores igual de combativos como Bobby Sparks, Jorge Morales y José Luis Ramírez. Su primer intento mundialista está relatado en la letra de la canción que le dedicó Zevon: “Cuando Alexis Arguello le dio a Boom Boom una paliza, siete semanas más tarde ya estaba de nuevo en el ring”.
Tres combates le llevó tener una segunda oportunidad, con un resultado muy diferente que también está contado en el tema que lo homenajea: “Peleó por el título contra [Arturo] Frias en Vegas, y lo durmió en el primer round”. Así, Ray Mancini alcanzaba la gloria y se convertía en el campeón del mundo de peso ligero de la Asociación Mundial de Boxeo.
Al mismo tiempo, Warren Zevon perdía por nocáut (metafóricamente hablando) contra la industria discográfica y la vida en general: su álbum The Envoy salió dos meses después de la consagración de Mancini, pero mientras el púgil llegaba a la cima, el cantautor tocaba fondo. La crítica lo celebró pero la audiencia no quiso saber nada, y esos números de ventas lamentables hicieron que su sello Asylum le devolviera el contrato. Ese traspié lo hizo recaer en todos los vicios habidos y por haber, lo cual a su vez destruyó su matrimonio. Fue un año difícil el 82 para Zevon.
Boom Boom Mancini, mientras tanto, defendía con éxito su flamante cinto de los Ligeros ante el venezolano Ernesto España y se acercaba a su noche fatídica: la del 13 de noviembre de 1982, hace exactamente cuarenta años. En el mítico Caesars Palace de Las Vegas ponía en juego el título ante el ascendente Duk-Koo Kim y, aunque ganó, todo lo que podía salir mal, salió mal.
Con 27 años, el coreano hacía su debut en Estados Unidos. La pelea se transmitió por la cadena CBS para que todo Norteamérica viera lucirse a Mancini, pero mientras delineaba la estrategia su equipo se dio cuenta de que Kim no iba a ser un rival “de adorno”: en la previa el estadounidense declaró “este tipo es un dolor de cabeza, va a ser una guerra”. Un compañero de sparring del asiático contó que éste le dijo “si yo no muero, se muere él”.
Llegó la noche esperada y la pelea fue, efectivamente, brutal. Boom Boom tomó la iniciativa y castigó al coreano con dureza pero éste siempre se reponía y seguía metiéndose en el golpe por golpe. Chuck Fagan, segundo de Mancini, le dijo en uno de los últimos descansos: “A este tipo lo vamos a tener que matar para pararlo”. Lamentó mucho sus palabras poco después.
En el round 14 (en ese momento las peleas titulares duraban 15 asaltos) Mancini le asestó a su rival dos ganchos de zurda que, al fin, lo dejaron groggy. El remate fue un recto de derecha del que no pudo protegerse: Duk-Koo Kim quedó nocáut de pie, y después se desplomó a la lona.
Mientras Boom Boom festejaba la victoria sobre el cuadrilátero, a su contrincante se lo llevaban en camilla, inconsciente. Pasaron horas y el ganador, con la cara hinchada y las manos lastimadas, se aprestaba a ir a ver a Frank Sinatra, que esa misma noche cantaba en el Caesars. Pero una noticia llegada desde el campamento de Kim lo sacudió más que todos los ganchos al hígado que le habían pegado en su carrera: el coreano tenía una hematoma subdural con cien centímetros cúbicos de sangre en el cráneo. Estaba en coma y requería cirugía urgente, pero sus chances de recuperación eran casi nulas.
Kim fue operado pero nunca mejoró. Cinco días después del combate, su madre Yang Sun-Yo tomó la decisión de desconectarlo de su respirador artificial y falleció. Ella nunca culpó a Mancini por lo que pasó, pero mucha gente -como también dice la letra de la canción de Zevon- lo señaló.
Cuando le preguntaron quién fue responsable
por la muerte de Duk-Koo Kim
Él dijo “alguien debió haber parado la pelea
y decirme que era él”.
La gente hace juicios hipócritas después de lo que pasó
pero el nombre del juego es ser golpeado y devolver el golpe.
Aunque siguió peleando, Mancini entró en una profunda depresión que no le iba en zaga a la de Zevon. Su dolor se profundizó todavía más cuando la madre de su rival, de 65 años, se quitó la vida tomándose una botella de pesticida por no poder soportar la partida de su hijo. Era la segunda tragedia de una misma pelea.
La tercera llegó en julio del 83: Richard Green, el árbitro del combate, también se suicidó de un tiro en la cabeza. La culpa por no haber parado la contienda a tiempo fue demasiado para él.
Mancini vs. Kim generó, además de mucho dolor, un cambio inmediato en las reglas del deporte de los puños. El Consejo Mundial de Boxeo anunció a fin de 1982 que desde ese momento las peleas en las que estuviera en juego algún título del mundo dejarían de durar quince rounds y se reducirían a doce. La Asociación Mundial de Boxeo (la entidad que regía la pelea catastrófica) tardó cinco años en sumarse a la decisión. La CBS, en tanto, no volvió a transmitir box.
Con el tiempo Mancini logró perdonarse por lo sucedido. “Apurate, volvé rápido a casa, Boom Boom Mancini pelea contra Bobby Chacon”, repite el estribillo de la canción de Zevon. El cantautor se refiere a la noche de enero del 84 en la que Mancini defendió su título frente a su compatriota, que también había sido dominador de la categoría. El referí paró el combate porque a Chacon le sangraba mucho el ojo izquierdo.
En junio de ese año, Mancini perdió su cinturón contra Livingstone Bramble: nocáut técnico en el round 14 (recordemos que la AMB todavía sancionaba sus peleas titulares a quince asaltos). Vendió cara su derrota: pasó la noche en el hospital y le dieron 71 puntos alrededor de un ojo. A partir de ahí su derrotero profesional fue cuesta abajo: perdió la revancha contra Bramble, perdió contra Héctor “Macho” Camacho, perdió contra Greg Haugen. Y se retiró.
Zevon, por su parte, alternó buenas y malas. Sentimental Hygiene -disco que grabó con Bill Berry, Peter Buck y Mike Mills como banda de acompañamiento, o sea REM sin Michael Stipe- fue otra vez bien recibido por la crítica y funcionó bastante mejor que The Envoy en las disquerías. En Transverse City (1989) lo acompañaron en el estudio Chick Corea, Jerry Garcia de los Grateful Dead, David Gilmour y Neil Young, entre otros. Siguió sacando discos con éxito “de culto” y repercusión comercial diversa en los 90, hasta que en 2002 recibió la noticia que nadie quiere recibir: sufría de mesotelioma, una forma de cáncer de pulmón inoperable y terminal. Le dieron apenas meses de vida, los cuales aprovechó grabando otro álbum más: The Wind (2003), una hermosa despedida.
Cruzadas en una canción, las carreras de Ray Mancini y Warren Zevon comparten un rasgo: a ambas las atravesó la muerte. Boom Boom tiene 61 años, trabajó como actor, productor y comentarista deportivo y hasta hoy sigue practicando jiu-jitsu. Fue aceptado en el Salón de la Fama del Boxeo en 2015
Zevon, en tanto, le dio una entrevista histórica a David Letterman cuando ya sabía que le quedaba poco tiempo en esta tierra. En ella dejó el mejor consejo para enfrentar con hidalguía lo inevitable: “Disfrutá cada sandwich”. A 19 años de su fallecimiento sigue sin ser inducido al Salón de la Fama del Rock N’ Roll.