Daniel Arroyo entró al estado por primera vez –como buena parte del gabinete de Alberto Fernández– con el gobierno de Néstor Kirchner. Su área siempre fue el desarrollo social, y de aquella época conoce a algunos de los dirigentes sociales más importantes del país, como Emilio Pérsico o Luis D’Elía.
Cuando el Frente de Todos se conformó, Arroyo estaba trabajando en el equipo de Sergio Massa, en el Frente Renovador, y fue desde esa facción del peronismo que ingresó al nuevo gobierno en el 2019, como ministro de Desarrollo Social, donde estuvo hasta agosto pasado. Cuenta que “entró al gobierno con un plan de tres etapas”, pero que la pandemia lo interrumpió. Y, además, le “cambió la cabeza” y lo “hizo evolucionar” con respecto a sus creencias anteriores. Hoy es diputado nacional por la coalición oficialista.
—¿Cómo fue gestionar Desarrollo Social durante la pandemia?
—Tuvimos que enfrentarnos a una situación única. En 15 días, pasamos de tener 8 millones a 11 que pedían asistencia alimentaria. En el segundo trimestre del 2020 la economía cayó 19%, y la pobreza escaló hasta el 45%. Antes de que llegara el Covid, yo ya había llevado a cabo la Tarjeta Alimentar, para atender el hambre y mejorar la nutrición. Pero con la pandemia tuvimos que girar todo hacia la asistencia alimentaria, con la tarjeta, los comedores, los merenderos, y se potenció una gran red comunitaria.
—¿A qué te referís con red comunitaria?
—Si algún valor tuve como ministro, fue la consciencia de esa gran red que existe en nuestro país, con las organizaciones sociales, las iglesias y los clubes. Con ellos le pusimos el cuerpo para enfrentar la pandemia, y logramos sostener la situación alimentaria y la paz social, cosa que no ocurrió en Chile, Colombia ni Perú, pero lo logramos acá. Porque en el resto de América Latina no existen estas redes.
Si algún valor tuve como ministro fue la consciencia de esa gran red que existe en nuestro país con las organizaciones sociales, las iglesias y los clubes.
En Argentina tenemos 10.000 comedores, de iglesias, organizaciones, escuelas. El sector informal está autoorganizado, y todos le pusieron el cuerpo a la pandemia para que la situación no explote. Es algo muy impresionante lo que se produjo en la Argentina con la organización de los más pobres.
—¿Cómo se construyó esa red de la que hablás?
—No hay una sola Argentina, hay cuatro. Tenés una de pobreza estructural, con padres y abuelos pobres, que no tienen piso de material ni servicios básicos, en una situación muy crítica. Otra que es vulnerable, son trabajadores informales, con o sin planes, asociada muchas veces a las industrias de la construcción y la textil. Después está la clase media, con trabajo formal, que hoy puede ser pobre pero tiene una estructura de protección, y tenés un 5% de clase alta. Las primeras dos, cuando se desacomodó el trabajo formal, fueron encontrando nuevas formas de organización, cosa que no ocurrió en el resto de América Latina. Lo que pasa, por ejemplo, con las movilizaciones y la ocupación del espacio público, no ocurre en otros lugares.
—¿Qué te pareció el discurso de Cristina Kirchner en la CTA, cuando habló de las organizaciones sociales?
—Por un lado, tiene razón en que no tiene que haber intermediación ni tercerización, y nadie tiene que quedarse con plata de otro. Pero mi mirada es que los movimientos sociales son parte de la solución en Argentina. Hay vivos, tienen dificultades, pero son los que le ponen el cuerpo a los comedores, a la diaria, los que se volcaron a lo productivo. Forman parte de la solución.
—¿Cómo sería sin intermediación, si las organizaciones son las encargadas de las cooperativas?
—Digo intermediación en el cobro. La persona hoy cobra de manera directa. Antes de que yo llegue al ministerio, el beneficiario de un programa de trabajo no tenía cuenta bancaria: yo las abrí, y no puede haber intermediación ahí. Además, armé un centro de denuncias para irregularidades, y recibimos 7.000, pero de un millón y medio de planes que hay en todo el país.
—¿Hay tensiones por el manejo del territorio entre los intendentes y las organizaciones?
—Algo de tensión hay, pero ese no es el tema. Lo sociedad argentina es muy distinta que la de hace 10 años. Se consolidó un modelo de dos velocidades: con y sin trabajo formal. Y se consolidó la idea de que eso, unido, tiene más fuerza. Va paralelo a los carriles institucionales, a veces choca, a veces no, pero las organizaciones sociales hoy son la representación de los excluidos estructuralmente, que se crearon su propio trabajo, y no lo que empezaron siendo, que eran trabajadores industriales desplazados.
Las organizaciones sociales hoy son la representación de los excluidos estructuralmente.
—¿Eso se puede revertir?
—No, en Argentina no hay derrame. Vos tenés una Argentina del siglo 19, que son los cuatro millones que viven sin agua, ni servicios básicos, en situaciones muy críticas. Siglo 20 somos la mayoría de nosotros, que laburamos, y siglo 21 son los unicornios, ese tipo de cosas. Argentina es soja, minería, software, pero también tiene que ser construcción, industria textil, producción de alimentos. El crecimiento no derrama, no por una cuestión ideológica, sino porque la actividad económica más potente no genera trabajo. La gran posibilidad de Argentina no es solo la exportación de energía y alimentos al mundo, sino que necesitamos hacer las cosas con el trabajo de los otros. Nos faltan viviendas, nos faltan jardines, nos faltan muchas cosas. Los problemas son parte de la solución, pero eso lo tiene que organizar el estado, no se acomoda solo.
—¿El peronismo comparte esa lectura?
—El debate fundamental del Frente de Todos, sacando las cuestiones personales, es ese: cómo generar un modelo de desarrollo económico donde entremos todos los argentinos.
—¿Cómo fue tu relación con las organizaciones sociales durante tu gestión?
—Yo me llevé muy bien, fui el ministro de la pandemia, y todos laburamos para sostener la situación, desde Eduardo Belliboni, del Polo Obrero, hasta Juan Grabois. Con mirada más o menos crítica, pero todos estábamos asustados, todos sabíamos que la situación era grave, y todos llevamos a cabo políticas para sostener la situación. Yo siempre partí de la base de que las organizaciones son la solución, entonces las tensiones son operativas. Se trabajó bien, fue una situación excepcional la de la crisis, nadie de la red comunitaria dejó de trabajar para que la gente coma. Yo armé un comité de crisis, y en el comité había un espacio de críticas al gobierno, pero después laburábamos todos juntos y muy bien.
—¿Por qué creés que aumentó tanto la conflictividad en la calle en el último tiempo, desde que terminó la pandemia?
–Básicamente, por la inflación, y porque no alcanza la plata. La pandemia fue una situación muy compleja. Ahora, en la postpandemia, tenemos tres situaciones en los barrios: hay más trabajo, cuesta mucho llegar a fin de mes por el precio de los alimentos, y el tercero es el endeudamiento de las familias a tasas impagables. Siempre que hay una movilización, algo pasa en los barrios, y hoy sucede que no alcanza la plata, aún para el que trabaja. Por eso, para mí, hay mucho para transformar en Argentina. Tenemos un modelo agotado, pero lo primero es un plan antiinflacionario y estabilizar los precios.
—¿Por qué le fue tan bien a Javier Milei en los barrios populares, un lugar histórico del peronismo?
—Está quebrada la relación de la sociedad con la política. La gente siente que la política no resuelve problemas, y que los debates de la política no tienen nada que ver con la vida de las personas. Antes de la pandemia había dos "amigos" que generaban identidad en los barrios. Uno era la escuela, que era el mejor lugar, te podías quejar pero sabías que por ahí pasa algo, y después un fenómeno fuerte de espiritualidad: la gente le encontraba la vuelta a lo trascendente. Hoy se vaciaron. La escuela no es lo que era –hay que recuperarla–, está costando reconstruir el tema de la religiosidad y está quebrada la relación con la política.
La relación de la sociedad con la política está quebrada.
Ese vacío se expresa en el reclamo. Por eso tenemos que hacer que la plata rinda, que haya seguridad y que la escuela funcione. Si no, la extrema derecha va a crecer, porque crece por su diagnóstico, no por sus propuestas. Y, de a poco, están construyendo un sentido común y eso es un gran problema.
—¿Hay diferencias entre tu política social, o la del peronismo, y la que podría llevar a cabo una persona como Carolina Stanley o María Migliore desde la oposición?
—Lo veo en términos de macrismo, no de personas. El macrismo para mí tiene dos problemas con la política social. Uno es que, para ellos, en Argentina sobran 20 millones de personas. El otro es que piensan un capitalismo sin consumidores. Por eso, ellos generaron políticas de contención, cuando yo creo en b, partiendo de lo que hay. Por ejemplo, en Argentina faltan 3.000 jardines de infantes, para achicar la brecha educativa. Pero no nos faltan porque no estén, sino que están en los barrios, que tienen jardines comunitarios por todos lados. Hay que trabajar de lo que hay y transformar esos jardines en parte del sistema educativo. Creo en la reconstrucción desde abajo, por el lado del trabajo, y esa es una diferencia importante.
—¿Tenés una lectura positiva del gobierno?
—Primero, aguantamos la pandemia, y eso no es chiste. Estuvimos a la altura. Entendimos el momento histórico y lo hicimos. Hoy tenemos problemas muy importantes. Lo primero es hacer un plan antiinflacionario que combine ortodoxia y heterodoxia. Eso tiene un componente de precios, que no podemos seguir el ritmo de los precios en el mundo, otro componente de créditos sociales, para desendeudar a las familias, lograr que el productor le venda directamente al consumidor, y después medidas macro, ser muy cuidadoso en lo fiscal, lo monetario, todo eso articulado a la vez es lo que hay que hacer.
—¿La interna en el peronismo paraliza la gestión?
—Lentifica algunas decisiones, pero hay debates profundos que dar en Argentina, Aunque es un problema vivir en un estado de debate permanente.
—¿Qué proyectos estás impulsando hoy en el Congreso?
—Créditos no bancarios al 3% anual, créditos para maquinaria e insumos para las 6 millones de personas que trabajan por sí mismos, a los cuentapropistas. Luego, un tema de mercados de cercanías: crear 400 en todo el país. Además, peleo por una reforma de las escuelas secundarias, que tienen que ser del siglo 21 y vincular escuela y trabajo. Finalmente, tengo un proyecto para la primera infancia y otro para fortalecer la enseñanza de ciencia y tecnología.