Fotos del archivo personal de Sebastián Ávila.
Por Carlos Fuentealba
Ráfagas de viento de 70 kilómetros por hora silban entre las 232 lápidas del Cementerio de Darwin en invierno. A una hora de Puerto Argentino, en la inmensa pradera de la Isla Soledad, descansan los restos de 237 argentinos que fueron enterrados allí por los ingleses en 1982: 230 en tumbas individuales y los otros siete, en dos fosas comunes. Sobre la más grande de ellas, la C.1.10, están inscritos los nombres de Héctor Aguirre, Mario Luna, Julio Sánchez y Luis Sevilla.
En 2018, en el marco del Plan Proyecto Humanitario para la Identificación, se exhumaron 122 cuerpos, de los que lograron reconocerse 115. La identificación trajo respuestas para muchas familias, pero también persistió en las dudas para otras. Fueron 637 los argentinos que murieron en Malvinas, aunque la mayoría lo hicieron en el mar (323 se hundieron con el ARA Belgrano).
Hubo datos que no calzaron: si Aguirre, Luna y Sevilla estaban en tumbas individuales, ¿quién estaba en la C.1.10?
Pero entre los que cayeron en tierra y pudieron ser enterrados, hubo datos que no calzaron: el proceso de identificación del EAAF determinó que en tres de las tumbas individuales, bajo placas que decían “Soldado argentino solo conocido por Dios”, se hallaban los cuerpos de Héctor Aguirre, Mario Luna y Luis Sevilla. Y si los restos de estos soldados –porteño, santiagueño y salteño, respectivamente– estaban allí, entonces ¿quién estaba en la C.1.10?
Esta duda, planteada por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), movilizó al Estado Argentino a suscribir un nuevo acuerdo con el Reino Unido y la Cruz Roja para volver a las islas y empezar una nueva fase del proyecto de identificación. “Lo autorizó la familia de Julio Sánchez. Viajaremos nuevamente a Malvinas en agosto para seguir avanzando con la identificación”, dijo a Diario Con Vos Virginia Urquizu, coordinadora de la Unidad de Casos del EAAF.
Por estos días David Zambrino recuerda su niñez en Resistencia: “Tenía diez años en 1974, cuando la maestra nos pidió un trabajo sobre alguna región de la Argentina. Yo elegí Las Malvinas y me saqué un 10. Nos pidieron una reflexión sobre el lugar y yo sólo pude decir que algún día iría a las islas. No imaginaba que sería a una guerra y luego volvería dos veces”.
El excombatiente es uno de los creadores y presidente del Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas del Chaco. “Desde que volví, empecé a trabajar con los familiares de los soldados. Ya teníamos un recorrido como organización cuando llegaron el juez Alejo Ramos Padilla y Ernesto Alonso a mi casa. Nos pusimos a recorrer la provincia y a conversar para convencerlos de la importancia de la identificación”, recuerda.
A los 10 años, en el colegio escribí que algún día iría a las islas. No imaginaba que sería a una guerra y que más tarde volvería dos veces”. (David Zambrino, excombatiente)
Impulsaron un recurso de protección que fue interpuesto el 2 de agosto de 2011 ante el juez Julián Ercolini, exigiendo la identidad de quienes habían sido privados de ella. Ese mismo año, Zambrino volvería a Malvinas “con terror a encontrarme con mi lugar en Sapper Hill”. “Mientras tanto, el juez Ercolini se hizo el ratón hasta que la presidenta Kirchner dijo que impulsaría el proyecto”, cuenta el excombatiente.
“Recorrí todo el país convenciendo a familiares. Por eso lloré mucho cuando se lograron las identificaciones. Ahora estamos muy expectantes y nos alegramos con cada nueva identificación porque es algo que se ha hecho con muchísimo esfuerzo y militancia. No sé si los familiares aguantarán. Duró casi 40 años esto y no creo que todos los familiares alcancen a encontrarse con los cuerpos”, relata.
Sebastián Ávila es un historiador que juega al TEG o al Age of Empires pensando en Malvinas. En la pared de su living cuelga un mapa tridimesional de las islas. En el televisor encendido, la Play repite las mejores imágenes de un partido de fútbol recién jugado en el FIFA: Argentina le gana a Inglaterra por 3 a 2.
Ávila se sirve un mate mientras revisa las fotos que tomó en su viaje de 2019. “Después de muchos años de leer sobre Malvinas, me enteré que se podía ir, que sólo hacía falta juntar plata y estar dispuesto a que te timbren el pasaporte con un sello que dice: Falklands Islands, British Overseas Territory, que no es poco”.
Los familiares de soldados me pidieron que llevara rosarios al cementerio. Los sacan, pero los argentinos mandamos muchos más”. (Sebastián Ávila, historiador)
Así fue como tomó el vuelo de Latam que viene desde Punta Arenas, Chile, y recoge pasajeros en Río Gallegos para ir hasta Mount Pleasant, en Malvinas. “Apenas compré el pasaje me llegó el pedido de familiares de soldados para que llevase rosarios y los dejara en el cementerio. A ese se sumó el de mi viejo, que no peleó en Malvinas pero que siempre quiso viajar a las islas. Todos los objetos que llevan los argentinos a Malvinas son quitados del lugar por los isleños, tanto en el cementerio como en los campos de batalla. Quizás por ser un pueblo que practica una memoria obstinada desde hace tiempo, no nos rendimos y seguimos llevando objetos que recuerdan a nuestros caídos", relata.
“Me impresionó lo cuidado que es todo. No encuentras un papelito en el suelo. Y en medio de Puerto Argentino hay un busto en honor a Margaret Thatcher. Entrás al cementerio y ves una placa gigante que dice ´El pueblo de la Nación argentina, a los héroes que defendieron la soberanía nacional´. Es toda una definición. Vos estás allí y te emociona. Eso tiene un significado enorme”, relata.
Desde 2017, el EAAF entregó 30 informes de exclusión a familiares de soldados caídos en las islas: el documento certifican que ninguno de los cuerpos exhumados hasta ahora se corresponde con las muestras de ADN entregadas. Con el acuerdo para un nuevo desentierro, las ansias y la necesidad de los familiares se multiplican. “Es liberador, incluso cuando podemos descartar que estén allí”, explica Urquizu.
“Lo más importante es haber podido aportar al proceso de memoria en relación a estos combatientes que no tenían nombre –agrega Urquizu–. Que habían sido inhumados por los ingleses, ni siquiera por sus superiores. Hay mucho de reparación y esa es la parte más importante de nuestro trabajo”, comenta.
La identificación es liberadora, incluso cuando descartamos que los buscados estén allí”. (Virgina Urquizu, del Equipo de Antropología Forense)
Zambrino, en tanto, duda de la autenticidad del proceso desde su origen en los hombros del capitán Geoffrey Cardozo, “que es un gua'u, como les decimos a los falsos por acá”. Pese a ello, cree que los argentinos no deben bajar los brazos hasta que se pueda avanzar en la identificación. “A los familiares les cambia la vida saber qué le pasó a sus muertos. Después son otras personas. Es una satisfacción colaborar con ellos y vamos a seguir mientras tengamos fuerza y entereza”, comenta.
Ávila cree que es fundamental que para los argentinos, independientemente de su posición política, el cementerio ahora represente un punto consenso. “Al comienzo del proceso de identificación había mucha desconfiaza alimentadas por sectores que no creían que el EAAF-que había identificado a muchos desaparecidos por la última dictadura militar- fueran a identificar a los soldados caídos. Ahora entendieron que no se puede seguir aplicando las mismas categorías de análisis de hace cuarenta años y que la causa Malvinas nos engloba a todos y todas por igual. Al menos a los que nos sentimos parte de esta Patria. ”, cierra.