Enrique Riis fue piloto de avión y helicóptero toda su vida. En 1982 le tocó ir a Malvinas casi de casualidad. De hecho, fue de los primeros oficiales del Ejército en llegar a las islas. 36 años más tarde, un kelper lo contactó para decirle que su hijo había encontrado una pertenencia suya de aquellos años.
A los 16 años Riis empezó a hacer cursos de aviación, y después para ser piloto comercial. Desde entonces, hasta su jubilación, vivió en el aire. Para 1978, Enrique tenía 24 años y buscaba un trabajo como piloto. La tarea no era sencilla: la situación económica era difícil y esto afectaba especialmente un rubro que es caro.
Tras recorrer el país en busca de sumar horas de vuelo para conseguir un empleo, se encontró con un colega que le hizo una recomendación: “Metete en el cuerpo de aviación del Ejército. Son 5 años de contrato, entrás al cuerpo profesional, te dan los cursos y juntás las horas de vuelo necesarias. Después, si querés te das de baja”. Jamás imaginó que ese consejo, algunos años más tarde, lo llevaría a ser protagonista de una guerra.
De joven aviador a Piloto del Ejército
“Mi papá era piloto de Aerolíneas Argentinas. Hacíamos aeromodelismo radiocontrol, yo participé en los concursos de acrobacia de la Federación Aeronáutica Internacional. A los 15 años gané mi primer concurso. Había gente grande también, y el pibe le ganó a todos, je”, contó orgulloso a Diario Con Vos.
Más tarde siguió participando de competiciones nacionales y representó al país en torneos sudamericanos: “Me apasionaba todo eso”. Después de un tiempo se alejó de esos concursos, pero se juntaba con amigos a pasar un día en la playa y turnarse para volar un rato. En ese momento ya estaba involucrado con el ejército, donde también hizo el curso para ser piloto de helicóptero.
Cuando empezaba el último año de su contrato, decidió volver a hacer aeromodelismo. Era el verano de 1982. El torneo nacional se hacía en Villa General Belgrano y Enrique se preparó para volver con todo. Sin embargo, el destino tenía otros planes para él: “El mismo día que tenía que ir para allá, me fui a Malvinas”.
Me había sacado la chapita porque me molestaba en los pelitos del pecho y quedó en uno de los helicópteros, un Chinook.
El teniente Riis llegó a las Islas Malvinas el 9 de abril, apenas una semana después de la toma, formando parte de la primera escuadrilla en llegar a Puerto Argentino. Al principio estaba tranquilo, pero con los días empezaron a llegar noticias de Inglaterra: “Nos enteramos que se había armado la flota inglesa y que se nos venían. Ahí empezamos a darnos cuenta de que la cosa era más en serio”.
Durante su estadía en el territorio en disputa, hizo distintas cosas: misiones de reconocimiento para ver posibles lugares de desembarco, transportar heridos o escoltar a los helicópteros que llevaban municiones, provisiones y demás, para alertar ante la presencia de enemigos. También rescató a otro piloto que había sido derribado y herido de gravedad, que de no haber sido por él habría muerto.
Por este tipo de acciones fue condecorado por el Congreso Nacional y por el comando de aviación del Ejército. “Me deja tranquilo, evidentemente hice más allá de lo que era mi deber, si no, esas cosas no te las otorgan. Eso es un poco lo que uno siempre quiere hacer: cumplir con la responsabilidad de uno, y si le ponés un poco más de pila, podés dar un poco más”.
Encuentro con el pasado
Todos los combatientes en cualquier guerra llevan consigo una cadenita colgada al cuello que tiene una chapa identificatoria de acero inoxidable, por si se tiene la mala fortuna de morir y ser físicamente irreconocible. “Yo me la había sacado porque me molestaba en los pelitos del pecho y quedó en uno de los helicópteros, un Chinook”, afirmó el piloto.
Un día, Enrique salió para encomendarse en una misión y dejó guardados dos de los helicópteros que no se iban a usar en el día: uno era el que tenía su identificación adentro. Al regresar, no podía creer lo que veía: “Estaba con la misma forma de fuselaje, pero era una capa de ceniza de 70 centímetros de alto. Después me contaron que habían ido dos aviones Harrier a la mañana y los habían bombardeado”.
En 2018, ya retirado, le llegó un mensaje de la compañía Helicópteros Marinos S.A., donde trabajó toda su vida: “Me muestran una captura de pantalla de Facebook, un tal Eddie Grimmer, preguntando en inglés si yo era piloto de la empresa. Me puse en contacto y resulta que era un kelper que vive en Puerto Darwin. Empezamos a hablar y era macanudo”.
Al principio desconfié, pensé que era un curro.
Si recibir un mensaje de un habitante de Malvinas ya era algo llamativo, lo que este tenía para decirle lo descolocó por completo: “Me contó que el hijo de 7 años pasó por la reserva Monte Kent (donde están los restos del Chinook que explotó) y se puso a revolver. Ahí encontró la chapita”.
“Al principio desconfié. ‘Esto es un curro’, pensé. Mi nombre y apellido lo sacás de cualquier lado, el grupo sanguíneo capaz también, pero el número de instituto es absolutamente privado porque te lo da el ejército. Ahí supe que era cierto. Yo ni me acordaba de la chapita, imaginate que dentro del quilombo era lo que menos me importaba”.
Fue entonces cuando Grimmer lo googleó, encontró que era piloto de la empresa y se puso en contacto con ellos. “Después me mandó la chapa con un argentino que estaba haciendo unos videos promocionales de las islas, y cuatro días después me tocó el timbre y me la trajo en un sobre”, finalizó la anécdota.
Historias grabadas en la retina
Además de esta historia, Enrique tiene unas cuantas más grabadas en su retina. Si bien no se encontraba en la primera línea de combate, el piloto pasó momentos de peligro mortal. "Zafé un montón de veces", aseguró. Una vez, por ejemplo, al volver de una misión se enteró de que la defensa argentina lo había confundido con un enemigo, y que de no haber sido por su eficaz vuelo táctico (a tres metros del piso, para no ser captado por los radares) habría sido derribado por los propios.
En otra ocasión, se cruzó a menos de 100 metros con dos aviones ingleses que comenzaron a seguirlo. Aterrizó, dejó su Augusta A109 en marcha y corrió junto al colega que venía guiando mientras les llovían balas cerca de ellos y sobre los helicópteros. Uno de ellos transportaba dos toneladas de municiones y terminó explotando: "Vibró la isla. Tuvimos que vadear dos ríos con la ropa en la cabeza, tratando de no trastabillar, porque si se te cae la ropa y se moja, fuiste. Cuando volvimos al lugar, había una mancha negra de 50 metros y todos los yuyos peinados para atrás. No había quedado nada".
Más tarde aparecieron dos aviones más, turnados, no en simultáneo. En ambos momentos ellos tuvieron la suerte de no ser alcanzados por las balas mientras intentaban acercarse para recuperar algunas de las pertenencias que habían quedado dentro de uno de los helicópteros que no había explotado. Toda la secuencia se desarrolló el 23 de mayo, y tras una odisea para volver a Puerto Argentino, Riis regresó al continente el 29 de mayo, sano y salvo.
Desde entonces siguió dedicándose a pilotear. Estuvo 32 años trabajando en la misma empresa hasta su jubilación en 2016 y acumuló en total 14 mil horas de vuelo a lo largo de su carrera. "Ahora disfruto el tiempo libre, como corresponde. Tengo un par de amigos que tienen helicópteros y vamos a algún campo cada tanto", contó. De esta manera, tras una vida en el aire, volvió a hacerlo por diversión con amigos, como cuando era un adolescente.
Pedido al pueblo argentino
Antes de despedirse, Enrique dio un mensaje: "Los veteranos queremos contarles a nuestros compatriotas qué fue lo que paso allá. No fue como se denostó, sobre todo a nuestros soldados, que se los llamó 'los chicos de la guerra'. Eso es una vergüenza. Si querés saber qué hicieron nuestros soldados, esos jóvenes, lean los libros de los infantes ingleses. Ellos mismos lo dicen: no se podían mover porque los nuestros les metían con de todo y no los dejaban: si esos son los chicos de la guerra, menos mal que no se encontraron con los hombres porque les hubiéramos roto el tujes".
Es una vergüenza que los llamen 'los chicos de la guerra'. Si querés saber qué hicieron nuestros soldados, lean los libros de los infantes ingleses.
En este sentido, continuó muy emocionado: "Pueblo argentino: no eran chicos de la guerra, no eran nenes. Tuvieron unas pelotas enormes, de acero. Hay que rendirles honores a ellos y sobre todo a nuestros muertos. Los veteranos tenemos esta deuda con los argentinos de contarles todo esto. Porque nuestros soldados fueron realmente hombres reconocidos, sobre todo por nuestros enemigos. Yo cuento lo que yo viví porque sé que eso pasó".