Vivimos en una sociedad hiperconectada donde los límites de lo íntimo y lo privado son desafiados constantemente. En este contexto, algunos padres piden -o exigen- a sus hijos adolescentes instalar en los celulares alguna de las aplicaciones de geolocalización que permiten ver dónde se encuentran en tiempo real.
El debate está planteado: ¿se trata de una nueva forma de control o es la mejor herramienta disponible para combatir la inseguridad en medio del caos de las ciudades?
“Lo más desesperante es no saber -dijo Sandra a Diario Con Vos–. Te da cierta tranquilidad ver dónde están. No es para invadir, pero yo estoy solita con ellos y tengo la necesidad de saber que están bien”.
Sandra intentó, sin éxito, que su hijo –ahora tiene 21– y su hija de 16 instalen en sus celulares la geolocalización. La respuesta de ellos fue contundente: “me prendían fuego si les llegaba a poner eso”, contó Sandra.
Sin embargo, no se quedó tranquila. “Yo no duermo tranquila cuando salen de noche –admitió–. Tuve que cambiar mis guardias de los domingos como radióloga, porque salía a las 7 de la mañana, eran las 8 y mi hijo todavía no había llegado. Yo estaba como loca pensando en dónde estaría y tenía que trabajar muerta de sueño”.
Los tres viven en San Martín. Mientras Sandra trabaja, su hija toma dos colectivos para llegar al club donde entrena y los fines de semana sale por la noche. Por eso, llegaron al acuerdo de no instalar ninguna app, pero la chica se comprometió a reportar permanentemente por dónde está. Hay veces que "cuelga", no le escribe por muchas horas y ella se preocupa: “O me dicen ´estoy con los chicos´, pero yo no sé dónde es eso…”, contó resignada.
Si estuviese viviendo en Jujuy, por ahí no la uso, pero acá en Tapiales me parece importante”, contó David.
David y su esposa lograron que su hijo tuviera la aplicación por un tiempo cuando él tenía catorce. Usaban Life360, una de las más populares. También se puede configurar Google Maps. En su caso, no costó convencerlo, pero la experiencia fue corta: enseguida vino la pandemia y “le cortó las alas”.
“Me parece una buena herramienta para poder cuidar a los chicos. La tecnología avanza y hay que saber aprovecharla en las condiciones que estamos viviendo hoy socialmente”, expresó.
David no descarta volver a usar una de estas apps en el futuro con su hija –que ahora tiene cinco años–, mientras siga viviendo en Tapiales: “Si estuviese viviendo en Jujuy, por ahí no la uso, pero acá en Buenos Aires me parece importante”.
En cambio, Sebastián, padre de un adolescente de 15, rechazó el uso de este tipo de aplicaciones. Aunque aseguró que sirven para “calmar la ansiedad de los padres”, conceptualmente no le parece bien saber dónde está su hijo todo el tiempo. Tampoco ve la necesidad de “controlar algo que antes no se controlaba”.
“Cuando tenía la edad de mi hijo, mis padres tenían que esperar para ver si estaba vivo. Incluso, a veces iba de viaje y llamaba cada tanto. Eso era todo lo que sabían de mí y me parece que está bien que sea así”, subrayó.
Cuando tenía la edad de mi hijo, mis padres tenían que esperar para ver si estaba vivo. (Sebastián, padre de un chico de 15 años)
Aunque se mantiene firme en su postura, Sebastián reconoció que a veces se hace difícil “resistir la tentación”, en especial cuando hay tantas aplicaciones disponibles. En su caso solo queda, como padre, “aguantar” para no invadir la intimidad del adolescente.
Marcela tiene una hija de 16 y un bebé en camino. Está a favor de usar apps de ubicación “si no hay mucha comunicación”. Su hija no tiene app con la condición de “salir con el teléfono con batería y que vaya avisando por dónde andan”.
Marcela espera no tener que usarlas con ninguna de sus dos hijas: “Con estas apps entrás en un estado de psicosis medio fuerte y te pones más nerviosa, porque ves que tu hijo quizá te dijo una cosa y se está moviendo más lento, o no llegó todavía”, afirmó.
Con estas apps entrás en un estado de psicosis medio fuerte. (Marcela, madre que no usa app de ubicación)
Marcela destacó tener una confianza construida con su hija. Con eso es suficiente: “en el hipotético caso de que algo le pasara, lo primero que hacen los secuestradores o quien sea es tirar el teléfono a la mierda o apagarlo”, dijo, por lo que piensa que tampoco serviría como una herramienta de seguridad.
Y con la bebé en camino, “dependerá de la confianza que le tenga. Quizá de acá a 16 años haya geolocalizadores subcutáneos... o vuelve a estar todo mucho más tranqui”.
La geolocalización según Black Mirror
El debate recuerda a un capítulo de Black Mirror –Arkangel- donde una madre soltera instala un chip en el cerebro de su hija de tres años para poder controlar dónde está, qué mira y censurar todo lo que le cause estrés. Como en todos los futuros distópicos planteados por esta serie, cuando la niña crece y se vuelve una adolescente todo termina muy muy mal, pero para el filósofo Esteban Ierardo no hay que ser tan tremendista.
“Sería injusto descartar que la geolocalización tiene algo positivo porque a veces permite que ciertas personas en contextos extremos puedan salvar vidas, como bomberos combatiendo un incendio y rescatando personas, o viajeros o exploradores”, afirmó.
El autor de Sociedad Pantalla es precavido antes de anticipar la muerte de la rebeldía adolescente en manos de este tipo de aplicaciones. Los jóvenes pueden encontrar muchas estrategias para escapar de las herramientas tecnológicas. “Los adolescentes pueden burlar la geolocalización, desde la excusa de que se acabó la batería del celular hasta estratagemas como dejarlo en un lugar y hacer la suya. Este sistema de seguridad tiene formas de ser hackeado por la habilidad adolescente. Se le pueden encontrar los puntos ciegos a este intento de control tecnológico”, apuntó.
Cada vez se va a geolocalizar más y un padre va a poder proteger el cuerpo y el ánimo del hijo. (Esteban Ierardo, autor de Sociedad Pantalla)
Para Ierardo, esta tecnología todavía “puede avanzar mucho” y llegar a registrar información como el estado de ánimo, el ritmo cardiaco y el estado físico, como ya ocurre con algunas aplicaciones para hacer deporte. “Cada vez se va a geolocalizar más y un padre va a poder proteger el cuerpo y el ánimo del hijo. Esto puede profundizarse”, anticipó el filósofo y enfatizó que, en todo caso, lo importante es que haya un consenso y que no sean instaladas sin la autorización del chico, porque se corre el riesgo de que “un legítimo deseo de seguridad o protección se convierta en una forma de control”.
“Sin el consenso, en vez de enseñarles a ser libres, se les enseña a aceptar pasivamente una situación de control y se maximiza la propia sociedad ejerciendo el control sobre los individuos”, señaló.
El debate es más profundo y se centra en determinar hasta qué punto la seguridad justifica a una sociedad vigilada. No solo son los adolescentes quienes tienen que preocuparse por una invasión a lo personal. Hoy en día, las aplicaciones y los Estados conocen a sus usuarios y ciudadanos como nunca antes en la historia de la humanidad.
“Ahora es un control constante sobre tus deseos, reacciones y sobre la dimensión de tu consciencia. En el fondo, no solo está la legitimidad ética de la geolocalización: es el poder de control que todos estamos dando en la sociedad tecnologizada del siglo XXI. Esto es la doble cara del mismo proceso”, completó.