Javier Milei es muchas cosas que los presidentes argentinos nunca fueron: es liberal-libertario, según se define a sí mismo, es economista, es un producto televisivo y un consumo a través de redes sociales. Tiene además, algunas cosas en común con presidentes previos. Como Mauricio Macri, no militó nunca en la UCR ni el PJ, y debió armar su propio partido para llegar al poder. Como Néstor Kirchner, llegó al poder luego de perder en las elecciones generales y, como Carlos Menem, recibió una andanada de votos policlasistas, desde los barrios más ricos de la Ciudad de Buenos Aires y los countries de los sectores más privilegiados del conurbano hasta los más humildes pueblos rurales del interior del país.
Está claro que su llegada al poder configura un nuevo experimento para el país, casi un nuevo experimento en el mundo. El personaje más similar en términos ideológicos en llegar al poder en otra nación fue Liz Truss, quien ejerció como primer ministra del Reino Unido por apenas 50 días en reemplazo de Boris Johnson. El excéntrico dirigente Tory había renunciado a su puesto por un escándalo pandémico algo similar al de la fiesta de Alberto Fernández y Fabiola Yañez en la residencia presidencial, y Truss, que dirigía el ala liberal del histórico partido conservador británico, consiguió los votos para llegar al poder ejecutivo. Entre sus primeras medidas, la flamante primera ministra presentó un plan de liberalización de la economía con una fuerte baja de impuestos para los sectores más favorecidos de la población. El efecto fue inmediato: el miedo al déficit fiscal generó una caída en casi todos los mercados, una devaluación brusca de su moneda (para el refinado paladar inglés, no para nuestro cuero acostumbrado a estos latigazos), y respuestas negativas de su Banco Central, del FMI y y hasta de parte de su propio partido político. Poco después tuvo que renunciar, convirtiéndose en la primer ministra más breve de la historia británica (el récord, curiosamente, lo ostentaba George Canning, hoy Scalabrini Ortiz).
Ahora, le toca a nuestro país su propio presidente libertario. Milei viene, a un tiempo, de dos mundos muy distintos. El primero es el de la ideología, con una lectura de autores, algunos de ellos marginales incluso en sus propias disciplinas, como si fueran la Torá (que, ahora, también lee). Entre ellos se encuentran Murray Rothbard, uno de los máximos ídolos de Milei, Hans-Herman Hoppe, Jesús Huerta de Soto, y otros más clásicos, como Milton Friedman, Robert Lucas Jr, y Henry Hazlitt. El segundo es el de la farándula y la televisión, donde saltó a la fama como un invitado permanente de programas de la tarde y noche, y columnista estrella de intratables.
A esos dos espacios se le sumó un tercero, primero de forma orgánica y luego estimulada por el economista ya convertido en político: el de las redes sociales. Allí, su forma vehemente de discutir, sus gritos e insultos, y su estilo particularmente ofensivo de llevar adelante debates generaron una adhesión masiva focalizada en Youtube, Twitter y, un poco después, Tik Tok. Con la ayuda de algunos jóvenes asesores, como Iñaki Gutierrez, y junto a un grupo de comunicadores bastante nutrido, entre los que se puede contar a Agustín Laje, Agarrá La Pala, Es de Peroncho, Dannan, El Presto, entre otros, construyó un importante núcleo duro de apoyo en redes sociales, concentrado en una población joven y masculina. Muchos de esos youtubers y twitteros habían formado, o aún lo hacían, de la reacción antifeminista que generó el movimiento nacido a partir de las marchas de Ni Una Menos.
Desde esas tres bases, la teórica, la televisiva y la virtual, Milei construyó un discurso (centrado en el combate a la inflación y la 'casta política'), un partido político, y un movimiento popular, y se largó a competir en las elecciones. Luego de un excelente resultado en el 2021, donde fue tercera fuerza en la Ciudad de Buenos Aires y se perfiló para dar la pelea a nivel nacional. Lentamente, por lo bajo, sin que muchos lo percibieran, se fue convirtiendo en el referente más popular de la derecha argentina, superando a los que iban a ser, con toda seguridad, el gobierno que iba a suceder a Alberto Fernández en el 2023. Le ganó a Horacio Rodríguez Larreta y a Patricia Bullrich, y quedó al borde de la gloria. Fue en ese momento, después de las generales en las que obtuvo un 30% de los votos y superó a Patricia Bullrich, cuando se terminaron de descubrir algunos pactos antiguos y la sorpresiva muñeca política del flamante líder popular.
El 22 de octubre, Milei entró al balotaje. El 23 ya estaba blanqueada la alianza con Mauricio Macri y Patricia Bullrich, y a partir de ahí la campaña fue conjunta. Casi todo el PRO llamó a votar a La Libertad Avanza y el resto de Juntos por el Cambio, exceptuando algunos aliados provinciales, como el Partido Socialista de la Ciudad de Buenos Aires, a votar en blanco. Milei se comió prácticamente todos los votos de Bullrich y varios de Juan Schiaretti, y obtuvo el 56% en el balotaje contra Sergio Massa.
La transición fue más pacífica de lo que uno podía esperar, al punto de que varios funcionarios se quedaron unos días más (o muchos días más, como Marco Lavagna en el INDEC) para darle tiempo de armarse al nuevo gobierno. Menos pacífica fue la asunción, de espaldas al Congreso, y aún menos lo fueron las primeras semanas de gobierno.
El primer acto fuerte del gobierno fue la presentación del Protocolo Antipiquetes, con Patricia Bullrich a la cabeza. Este intentó marcar un accionar para las fuerzas de seguridad frente a la protesta social, ya sean movilizaciones o piquetes, y disuadir a las organizaciones opositoras al nuevo gobierno de realizar este tipo de actividades. Sufrió, hasta este momento, tres grandes desafíos: la marcha del 20 de diciembre, protagonizada por el trotskismo y con muchísima presencia policial, el cacerolazo de esa misma noche, y la movilización de la CGT y la UTEP del 27 de diciembre. En los tres casos se cortaron calles, y en ninguno hubo una represión fuera de lo normal para el país.
Las movilizaciones también marcaron los días en que el presidente Milei realizó sus dos jugadas más fuertes hasta el momento, la presentación del megadecreto y el proyecto de Ley Ómnibus, cada uno de ellos con enormes reformas al sistema político, económico, laboral, y legal del país. Ahora, el experimento sigue y, como todo experimento, deja en la incertidumbre a sus participantes. Digamos, o sea, los argentinos.