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Columnistas

Que las cosas las hagan quienes saben hacerlas

Todas las cosas hechas por personas encarnan una idea. Hay en cada objeto una historia acumulada y una trayectoria de una llama original puesta en acción. Esa línea histórica reúne –o solía reunir- a quienes saben llevarla a cabo. La experticia, le dicen a esa cruza fértil entre la experiencia y la pericia.

Así es como los saberes acumulados puestos en movimiento en una misma dirección generan el desarrollo de algo. De lo que sea.

Hasta aquí todo suena muy armonioso y el margen de error parece bastante estrecho. Pero la vida humana es más compleja, tanto que el desarrollo de una idea puede significar su propia aniquilación.

Todo está en orden cuando los que saben hacer algo son también quienes lo hacen. El panadero hace el pan, la maestra enseña, y el bombero apaga el fuego. Sin embargo, el quehacer humano se llenó de intermediarios, opinólogos, coaches, inversionistas y desinversionistas que distorsionaron el campo de acción. Ya no está claro quién hace cada una de las cosas. Y mucho menos qué se necesita para hacerlas.

El quehacer humano se llenó de intermediarios, opinólogos, coaches, inversionistas y desinversionistas que distorsionaron el campo de acción.

Uno de los problemas más significativos de esta época es que quien hace las cosas es dirigido por alguien que nunca las hizo. Que no sabe hacerlas. En otras palabras: delegamos tantos trabajos y tantas responsabilidades, que ahora el mundo es movido por una fuerza que cuesta saber de dónde viene.

Fue el boom de los CEO (Chief Executive Officer) que consideró que las decisiones que hay que tomar son más o menos las mismas en cualquier rubro. Y así es como un mismo financista puede dirigir una empresa cerealera, una editorial o un geriátrico con su propio tablero portátil de botonera universal.

Hay una tremenda distorsión entre los trabajos y los saberes. Y tiene una onda expansiva tan grande que no sólo afecta al trabajo en cuestión, sino también a la producción general y a la percepción que de ella se forja en nuevas ideas, deseos y aspiraciones de las personas.

Me convocaron para escribir en un diario en papel que se lanzaba con la insólita premisa de ser un medio escrito para gente sin hábito de lectura.

Hace algunos años me convocaron para escribir en un diario impreso en papel (quizás el último en su especie) que se lanzaba al mercado con la insólita premisa de ser un medio escrito para gente sin hábito de lectura.

Escribir para personas que no leen es como poner una carnicería para vegetarianos. La distorsión era evidente y, sin embargo, era asumida con naturalidad. Ese diario ya no existe, pero la línea rectora de hacer algo para quien no le interesa es la misma que la de hacer algo sin saber hacerlo. Una es hija de la otra.

Pronto habrá trabajos que nadie sabrá hacer. Pero no es para alarmarse, harán como siempre: convocarán a un focus group para saber cómo seguir. La operación se repetirá tantas veces como sea necesario. Hasta que un día no encontrarán a nadie que sepa hacer un focus group.