El radicalismo podría reinventarse, pero primero tendría que recordar quién fue. Y para eso, tendría que animarse a hacer lo que mejor supo hacer en sus días de gloria: política.
En un país que parece bailar un tango interminable con la inflación, este año la danza perdió algo de su ritmo. Pero esa pausa no trajo alivio: jubilados y asalariados, los eternos héroes del bolsillo roto, cargaron con el peso del estancamiento.
Beatriz Sarlo nos enseña que las ideas no mueren: se transforman, se infiltran en nuevas generaciones, en nuevas palabras que buscan significar lo inefable.
Si la ultraderecha reconocida y autopercibida como tal ganó las elecciones presidenciales, ¿Se derechizó la sociedad? ¿Lograron los medios enfermónicos deslegitimar a todo lo que pueda percibirse como popular y progresista?
Ser militante no es acumular likes o retuits, sino formarse en el análisis profundo, en la comprensión de la historia y en la capacidad de articular soluciones para los problemas actuales.
El problema es que la violencia nunca se detiene en lo simbólico. Empieza en discursos encendidos y bravatas virtuales, pero tarde o temprano encuentra su camino hacia la acción concreta.