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Política

Aquel Radicalismo que nos contaron alguna vez

Carta de algún que otro joven radical.
radicalismo

“Son un museo itinerante” fue lo que me dijo un amigo una vez al referirse a mi partido, la Unión Cívica Radical. Puede que tenga razón ya que la historia reciente da testimonio fehaciente de su idea sobre nosotros. Y si, digo nosotros. Porque en gran medida me siento parte. Soy Radical y no pienso dejar de serlo. Pero últimamente recurro siempre a la misma pregunta: “¿Qué quiere decir ser Radical en la actualidad?”. Lamentablemente es una pregunta que no logro soportar.

Rastreando la historia argentina podríamos identificar muchos momentos de gloria para el radicalismo; sin embargo, eso es sencillamente historia. Hoy, -y como desde hace muchos años-, nombrar la crisis del radicalismo es un lugar común a donde recurrir. Luego, vienen los análisis repetitivos que derivan en los debates internos y eternos. Donde siempre llegamos a la misma conclusión hasta el cansancio: que somos una fuerza dividida, apagada, y en consecuencia; de muy poco atractivo electoral.

Sin embargo, ¿Qué hacemos al respecto? Sencillamente nada. Y me animo a decir nada por ser testigo de nuestra historia reciente. Vanos intentos electorales, -donde se camuflaban diferencias ideológicas y doctrinales irreconciliables-, para poder saborear, aunque sea una pisquita de poder; son los últimos 10 años del radicalismo. Las consecuencias están a la vista, uno solo tiene que mirar a sus personificaciones; al Presidente del Bloque de Diputados; y al actual Ministro de Defensa.

Sus irrupciones en el escenario actual son para mí la justificación necesaria, para propios y extraños; de que el mito fundador del radicalismo quedó tan endeble que lo que era el partido se quebró en intereses y diferencias ideológicas muy fuertes.

Y cuando hablo de mitos fundadores me refiero a esa “fábula” de la que nos cuentan los más grandes. De un partido de masas con una formidable vocación de poder para la transformación de nuestra sociedad. Sin embargo, los elementos constituyentes de esa identidad que eran el yrigoyenismo, el republicanismo y la democracia social; han quedado demasiado lejos. Es por ello que De Loredo y Petri son símbolos. Reflejos de que los radicales nos dividimos en diferentes parcelas ideológicas o estratégicas (hasta parcelando nuestra propia verdad) para mantener los recursos de gestión que algunos han podido alcanzar. Somos un partido que pierde capacidad centralizada y se vuelve una entidad territorializada; que al ritmo de los hechos parece estar muy barata.

Nuestra crisis parece más terminal que nunca. A diferencia de otras, como las de 1930 y 1946, siento que en la actualidad no hay funcionamiento institucional del partido, sus organismos no tienen autoridad, no traccionan y no toman decisiones importantes; ya que, al no tener relevancia, nadie le ve el sentido a acatarlas.  Por eso mismo, un partido que ante su propia militancia sufre el veto de no poder construir identidad, el único camino que tiene es el de la desaparación.

Sobre este último punto, me cabe expresar que ni el radicalismo sabe lo que es el radicalismo.

¿Acaso la mayoría del bloque de diputados que votó a favor de un paquete de leyes que poco tienen que ver con nuestra esencia es el radicalismo? ¿Es la política de defensa que lleva adelante Petri un símbolo de nuestra identidad? ¿Es acaso el discurso del presidente del bloque, al anunciar el acompañamiento de la ley ómnibus, una expresión doctrinaria y racional de lo que la sociedad espera del radicalismo?

Son preguntas que parecen haberse quedado para siempre y que solo cambian en los sujetos pero que siguen decepcionando en las acciones. Y esa decepción es compenetrada al interior. A la militancia. A los ya incondicionales militantes radicales -sobre todo jóvenes como yo- que a lo largo y a lo ancho del país esperan que nuestra identidad no termine de adolecer por la inacción. Porque aquel radicalismo que nos contaron alguna vez, y que no hemos vivido, parece cada vez más lejos y nadie tiene intenciones de traerlo de vuelta.

Así que odio darle la razón a mi amigo, pero parece tenerla. El “museo itinerante de lo que fue el Radicalismo” está abierto. Con entradas a la oferta. Y los que lo militamos somos serios candidatos a ganar un mundial de nostalgias. Pero, doy fe, no estamos orgullosos de eso.  

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