poesía

Uno puede engañarse, pero no mentirse

Al final del dolor siempre hay una puerta. Está ahí, en algún lugar del muro que aún no hemos revisado. Lo mismo que buscar la verdad en las cosas que ya sabemos. Después, un miedo nuevo: el de por mirar hacia atrás, golpearse con lo que viene por delante.

Se pregunta dónde guardó todos aquellos miedos que ahora le harían cosquillas. A veces uno puede, también, extrañar lo malo y los problemas. Todo aquello de lo que antes no sabíamos cómo escapar. Ya no sabía qué pasaba. Quién se escondía de quién, y cuál de los dos era el que primero gritaba bien lejos del lugar en donde había escondido sus secretos.

Hablaban poco; intercalando lo que el otro no quería escuchar, con silencios vacíos que se llenaban con todo aquello para lo que aún no tenían palabras. En algunas conversaciones los silencios servían para comprender, así como en la vida algunos golpes sirven para seguir. Le dijo que irse era una opción pero que aún dudaba. “Si te vas no vas a volver jamás”, respondió.

Después le sacó la lengua y empezó a reír. Ya era tarde para todo, menos para vivir, pensó. Le dijo “Armisticio”, pero en verdad esa palabra era un conglomerado de oraciones y párrafos lo suficientemente complejos como para no poder explicarlos. Se atragantó y caminó con piedras en sus zapatos: el dolor es físico, el sufrimiento es mental. No quería llorar: quería estallar. Era verdad: le importaba, pero sólo si estaba en su vida; fuera de ella era como el peor actor de reparto de una mala película francesa.

Buscó respuestas, leyó en demasía, consultó a todos aquellos a los que la vida ya les había dicho que nada es para siempre, hasta que lo es. “Para mentir hay que tener en cuenta lo que el otro es capaz de creer”, aprendió de un libro de la poeta Alejandra Santoro. El problema, pensó, es que cuando las certezas se caen, el cielo es de color violeta. ¿Dónde está la puerta? ¿Cuándo acaba el sufrimiento? Vio sus espaldas yéndose, con los recuerdos debajo del brazo, y supo que por más alto que sea un puente, el río siempre estará en el mismo lugar.

Es así. Hay personas que se van de tu vida para no recordarte, constantemente, que algo salió mal, a pesar de que en algún momento todo anduvo bien. Al final, pensó, no es una puerta, es una guarida. Hay soluciones que sólo se encuentran cambiando el problema. Se dijo “Basta”, pero sus propios oídos escucharon “Hay que seguir”. Uno puede engañarse, pero no mentirse.

Después buscó un lugar al cual volver, como quién cree que siempre hay cuentas que saldar, y momentos que nos esperan detenidos en el tiempo. Pero no funciona así. El peor error es el de medir lo que tenemos, en cuánto hemos perdido. “Encontrarme fue fácil, lo difícil va a ser perderme”, dijo. Estaba en el después, en ese lugar en el que pensamos, pero al que nunca llegamos a ir. “Después” es un cuchillo sin filo; “después” es contrafáctico.

Ahora tenía que mentir diciendo la verdad. Tenía que salir de ahí, encontrar la puerta, correr sin mirar atrás, saltar sobre el abismo y caer, para volverse a levantar. Nadie nos enseña que la paz es un lugar al que se llega con los ojos cerrados, nadie nos dice que jamás podremos controlar aquello que nos han dado.