El poder de los tímidos

Pocas cosas llaman más la atención que un tímido. A primera vista parece inofensivo, y por eso recibe una mirada compasiva que lo deja a resguardo de los peligros. 

En la naturaleza, los animales más osados y temerarios consiguen las mejores presas. Pero también son los que mueren más rápido y sufren las heridas más atroces. En cambio, la expectativa de vida del tímido es mucho mayor. En la actualidad los seres humanos mueren cada vez más viejos, no tanto por las mejoras sanitarias, sino por persistir en su timidez. 

El tímido lleva una vida con poco uso. Y quiere conservarla en su envase original, tal como lo hace con la lámina de plástico que cubre la pantalla del celular nuevo o el nylon que protege el tapizado del auto cero kilómetro. Que las cosas permanezcan como están.

Tampoco toma taxi (¡y lo bien que hace!), porque tomarlo implica establecer una relación interpersonal de dos. Quizás viajar en taxi sea la segunda relación íntima más fuerte que se pueda tener (la primera es tomar un Uber). 

Pero consumado el hecho de estar encerrado en un habitáculo rodante y a merced del tachero, al tímido no le queda otra que acatar lo que la situación le impone. “¿No te molesta si fumo?”, pregunta el taxista después de haber dado unas cuantas pitadas. Por pura timidez, el tímido dice que no. Hubiera querido decir que sí, que le molesta el humo del cigarrillo. Y quizás también se hubiera animado a pedirle que corriera el asiento para adelante, que levantara el vidrio de la ventanilla y que cambiara de programa de radio para no escuchar más la voz del facista que vocifera su odio por el parlante. Pero ya dijo que no, y así es como el mundo sigue girando para el lado que van los taxistas.

Para no hacerse notar, el tímido piensa mucho cada movimiento. Y como quiere atravesar rápido las situaciones, se demora. 

Quizás viajar en taxi sea la segunda relación íntima más fuerte que se pueda tener (la primera es tomar un Uber). 

Todo lo que el tímido no hace tiene que hacerlo otro. Y entonces sucede lo que el tímido no quiere: quedar en evidencia. Ese es el momento en el que se despliega la forma más sofisticada de la timidez: la del tímido militante.

Hace tantos esfuerzos por no salir en las fotos, que termina siendo protagonista de ellas. Todos le piden que pose: “dale, dale, dale”. A nadie le piden tantas veces las cosas como a un tímido. “Ay! No sabés lo tímido que soy. A tímido no me gana nadie”. 

Y de pronto ocurre lo peor: el tímido expresionista queda en el medio del escenario con una luz cenital sobre su cabeza, que lo ilumina y lo señala. ¿O acaso era eso lo que buscaba?

Así es como el tímido se vuelve protagonista. Pero cuando esté rodeado de fuego –algo que tarde o temprano sucederá- igual sabrá ponerse a resguardo. El tímido permanece tibio frente a las llamas, no se quema.

Y esta columna que pretendía advertir sobre los peligros que los tímidos representan para nuestra sociedad, se prenderá fuego frente a la mirada impávida de alguien que, por pura timidez, no se animó a apagarlo.