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Columnistas

Tiempos de paz, sin paz

Imagen para Tiempos de paz, sin paz, por Alejo Tolosa.
Por Alejo Álvarez Tolosa |Foto: @phticocid

Miramos el horizonte y a lo lejos un animal erguido sobre sus cuatro patas nos miró. Dudamos. Qué hermoso caballo, dije y ella sonrió. Es un burro, agregó. Discutimos: cada uno presentó sus argumentos sin demasiado sustento más que una figura a la distancia, la subjetividad personal, y mil maneras de torcer lo moralmente inalterable: el orgullo. Pasaron los minutos, diez, quince, y seguimos debatiendo, pero el caballo ya no estaba ahí. Ni el burro. No recuerdo si nos pusimos de acuerdo, eventualmente, o no; lo que sí recuerdo, y rememoro con abrumadora insistencia, es cuánto perdimos por algo que ya no estaba ahí. O peor, que no estuvo nunca. Una figura, un pensamiento, un anhelo, un malentendido: una vida y mil maneras de desperdiciarla. O malgastarla. Burro o caballo, era de no acabar; que hay quien mirando un charco ve un pozo, y quien mojado bajo la lluvia espera paciente que llegue el sol a calentarlo. Al final, todos somos inocentes sin coartadas, porque no las necesitamos, e intentar explicar lo evidente, casi siempre propicia resultados dudosos.

Y además: puede que al final lo que queríamos se haya roto, pero podemos juntar todos los pedazos y hacer con ellos algo, tratar de conseguir algo, o bien, ubicarlos de manera diferente, conjugarlos con otras intenciones, con otro enfoque, como dicen: hacer leña del árbol caído. O una trinchera desde la que reorganizarnos. O un puente para cruzar. Las analogías son casi infinitas, como la de la hoguera con la que calentarnos, y demás, pero solo una cosa es cierta: no importa demasiado cuándo fue que todo empezó a torcerse, o a agrietarse, porque precisar el origen exacto de un acontecimiento personal e histórico es moral y honestamente imposible; todo suceso tiene origen en uno anterior, y ése en otro, y ése también, así hasta el mismísimo infinito; lo importante, en cualquier caso, es el siguiente, no el anterior: la consecuencia en la que algo se transformará, o uno. Burro o caballo es, también, una analogía para decir que tener la razón depende de la honestidad intelectual y ética personal, y que explicar la razón es, casi siempre, una pérdida de tiempo que no demora demasiado en ser evidente e ineludible. Es notable, escribió Fogwill en su libro Los pichiciegos, los tipos mueren, pero los relojes siguen andando.

Un poema, de Horacio Castillo. Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros. Débiles aún, su peso nos impide la marcha, pero luego se vuelve cada vez más liviano, hasta que un día deja de sentirse y advertimos que ha muerto. Entonces lo abandonamos para siempre, en un recodo del camino, y trepamos a los hombros de nuestro hijo.

Pero también, para qué negarlo, a veces llevamos muchas otras cosas más, y más pesadas, que no le importan a absolutamente nadie, ni siquiera a nosotros mismos, aunque en general nos percatamos tarde y al final, cuando acaba, cuando ya no hay nada: en ese instante previo que conecta al suceso antecesor, del comienzo de algo nuevo. Pd: era cierto, lo supe después; era un burro, pero ya era demasiado tarde. Siempre lo es, en este mundo sin paz.

Foto: @phticocid.

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