Era todo mentira. Un simple engaño. Una capa de pintura tapando otra, y otra, y otra más. Y después, las mentiras acumuladas sobre viejas paredes ensanchadas, de las cuales ya es imposible recordar nada, o algo, o siquiera un detalle del origen de las cosas; lo mismo que un laberinto que, al llegar al centro, nos obliga a encontrar la salida. Y después uno se pregunta, casi por necesidad, cómo fue que sucedió. En qué momento todo se torció. Cuál fue la última gota, la que derramó el vaso, y también, y sobre todo, ¿cuál la primera, la que empezó a hundirlo todo?
Seamos honestos con la pregunta: ¿qué le pasa al mundo? ¿Qué es esta versión rebajada de la lucha y la conquista, en la que paradójicamente la moral se vuelve moralista, y los moralistas, profetas traidores sin disfraces ni recelos? ¿Qué le pasa al mundo, con tanto cinismo y egoísmo y maldad y violencia? Seamos honestos porque sino seremos cómplices, si ya no somos, y digamos las cosas como son, o como fueron, para poder entender dónde nos deja eso, y sobre todo, de dónde nos aleja.
Al final, acabaremos por creer que es falso aquello de uno y su circunstancia, reduciéndolo al máximo mínimo, para al final, la circunstancia dejársela a otros, y centrarnos en el uno, en el yo, en ese individualismo ególatra que atrasa y desmantela. Pero atención: que si el árbol no hace ruido en soledad, o puede que no lo haga, entonces un grito tampoco podría ser escuchado. La duda, en este y en todos los casos, es una prisión; igual que quien duda entre dos puertas abiertas.
Una escena: no importa qué sucede en la la televisión, sino que, cuando la cosa se pone oscura, el niño le habla desde el sillón, le grita, le advierte, al personaje de ficción, que corra, que no lo atrapen, y que se apure; sobre todo que se apure. Mientras grita da pequeños saltos, como en cuclillas, igual que si estuviera montado a un caballo. Se desespera por salvarlo, por ser él, el artífice de protegerlo. ¿Qué hay ahí, además de la nula y obsoleta distancia entre la realidad palpable, y la plana y en alta definición?
Es así: completamos con ilusión los blancos que la vida nos clava; como el dolor, la muerte, o todo lo que se le parezca. Sigue la escena, el personaje sale indemne: después, superada la desesperación y alcanzado su objetivo, el niño se levanta y busca unos muñecos; juega con las figuras plásticas, abstraído del ruido, compenetrado en el armisticio entre un bugs bunny y un león decolorado. Al final, siempre es necesaria la imaginación; para reparar el daño ajeno, y para proponer, desde nuestro espacio físico y temporal, un instante en el que desaparezca la gravedad cotidiana y antinatural que tanto oprime y enloquece; el desdén.
Siguiendo la lógica de las causas y las consecuencias, de que después de la A viene la B, y de que, consecuentemente, el hambre condujo a la caza, el trabajo al ocio, la necesidad a la acción, y la falta a la búsqueda (por citar algunos ejemplos), entonces es cierto que toda mala acción supone su contratara, y viceversa. Que eventualmente la balanza se equilibra, y ninguna posee la mayoría sobre la que gobernar. Pero hay algo de mentira en eso, sino todo, y es que a pesar de que hay caricias que salvan vidas, los golpes que las destruyen a veces son visibles, toscos y ruidosos, y otras, se esconden detrás de una sonrisa, una promesa o un beso. La maldad se camufla, la bondad no. Y he ahí el meollo, la desigualdad: hace falta más de una para compensar el desapercibido exceso de la otra.
Es peligroso. Llegar tarde es peligroso. Caer en la trampa, ser embaucados, encandilarnos por lo tentador que puede suponer no depender, no necesita, no ser solícitos. El mundo hoy es una mentira, un simple engaño, un amasijo de muchas malas intenciones que es necesario sortear, con la liviandad de quien, al cerrar los ojos, sea capaz de ver el cielo, y también, algo más. Mucho más.