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Columnistas

Recuperar la naturaleza para los feminismos

Por AAIHMEG |Mariela Solana - UNAJ/UBA

La naturaleza ha sido objeto de sospecha para los feminismos, y no es casualidad. Se ha apelado al menor tamaño del cerebro de las mujeres para rechazar su participación en la política; se ha recurrido al “instinto maternal” para justificar su destino como esposa, madre y cuidadora; se ha argumentado que las mujeres son demasiado pasionales, temperamentales y cíclicas para el pensamiento científico. También ha sido objeto de sospecha para los movimientos de diversidad sexogenérica. Durante mucho tiempo, el coito entre personas del mismo sexo fue considerado un “acto contra natura”, y a las personas trans se las ha acusado de transgredir los límites impuestos por la biología.

Estos ejemplos pueden parecer anacrónicos, resabios del pasado, más propios de los archivos históricos que de nuestras discusiones contemporáneas. Pero no es así. En estos últimos tiempos, hemos sido testigos de un resurgimiento del uso de la naturaleza para arremeter contra los derechos de las mujeres y las minorías sexuales. La victoria electoral de La Libertad Avanza alteró la semántica de las discusiones públicas, haciendo que muchas expresiones que antes no podían ser dichas, ahora sean moneda corriente.

El ministro Cúneo Libarona sorprendió al Congreso cuando llamó “inventos subjetivos” a las identidades sexuales que no “se alinean con la biología”; el abogado libertario Nicolás Márquez fue invitado al programa radial de Ernesto Tenembaum para explicar por qué utilizaba “invertidos” y “sodomitas” para referirse a personas gays; y el mismísimo presidente sostuvo en Davos que el feminismo era una lucha ridícula y antinatural.

Durante décadas, la respuesta feminista a este tipo de argumentos fue el rechazo absoluto. “La biología no es destino” captura de forma contundente la insistencia feminista en que la desigualdad de género y la violencia heterocisexista no son hechos naturales, sino el resultado de fuerzas sociales, políticas e históricas. Pero, recientemente, apareció una nueva estrategia: disputar la idea misma de naturaleza. Los poshumanismos, los materialismos feministas y la ecología queer estudian el mundo natural para hacer exactamente lo contrario que los movimientos críticos de la “ideología de género”. En estos campos, la naturaleza se vuelve una fuente de imágenes y recursos que desafían baluartes conservadores como la heteronormatividad, el cisexismo y la creencia en roles de género fijos y complementarios.

Caballitos de mar machos embarazados; peces payaso que cambian de sexo; saltamontes hembras que, cuando escasea el alimento, dejan de ser recatadas y sumisas y se vuelven sexualmente agresivas; hongos con miles de sexos; quimeras cuyo cuerpo es mitad macho y mitad hembra; pingüinos que cuidan los huevos mientras las pingüinas cazan; y ni hablar de todas las especies en las que el sexo homosexual es habitual (incluyendo a los seres humanos). Algunas pensadoras, como Karen Barad, recurren incluso a la física cuántica para mostrar que la indeterminación y la contingencia no son invenciones humanas, sino propiedades mismas del universo.

En estas teorías, la naturaleza ya no es considerada un chaleco de fuerza sino un escenario de sorpresas, dinamismo y cambio irrefrenable. Y todos los organismos, incluyendo el humano, son caracterizados como bioculturales, es decir, cuerpo cultivados, materialidades que existen y persisten en un tráfico constante con el entorno.

¿Significa esto que, como feministas, debemos dejar de insistir en el carácter político de la desigualdad de género? ¿Debemos abandonar los pasillos de las facultades de humanidades y ciencias sociales, y correr a las sedes de las ciencias exactas? Para nada. No se trata de reivindicar las ciencias “duras” frente a las “blandas”. Cuando intentamos comprender las complejidades humanas, es mejor abrir el abanico de opciones, no cerrarlo.

Ya no hace falta elegir entre una explicación centrada en la naturaleza o una explicación centrada en la cultura. Podemos seguir mostrando que la división sexual del trabajo fue funcional al surgimiento del capitalismo; podemos seguir argumentando que el hecho de tener un útero no destina a la hembra a la reproducción; podemos seguir reivindicando la diversidad sexogenérica; podemos hacer todo eso con herramientas de las ciencias sociales, de las humanidades y también de las ciencias naturales.

Los movimientos conservadores suelen hacer un uso retórico de la naturaleza: no les interesa tanto leer y analizar estudios empíricos, sino la autoridad que sus palabras ganan al evocar la ciencia. Una prueba de esto es que suelen reivindicar el reduccionismo biológico con mucha más fuerza que la propia comunidad científica. Hace tiempo que, al interior de las ciencias, encontramos voces que se alzan contra el determinismo biológico, contra la centralidad de los genes, o contra las explicaciones monocausales. Con voces como estas podemos entablar diálogos, generar lazos, aprender mutuamente.

Cuando Cúneo Liberola atacó la diversidad sexogenérica, no solo se basó en (su visión estrecha de) la naturaleza. Rápidamente añadió que sus palabras estaban justificadas “en la Constitución, La Biblia, el Corán, la ciencia, la naturaleza del ser humano". Como podemos ver, los frentes de batalla son amplios. Frente a esto, la estrategia feminista tiene que ser plural, creativa y abierta al diálogo interdisciplinar.

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