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Opinión

La violencia como partera libertaria

El problema es que la violencia nunca se detiene en lo simbólico. Empieza en discursos encendidos y bravatas virtuales, pero tarde o temprano encuentra su camino hacia la acción concreta.
gordo dan violencia
Por Alejo Ríos |Fundador de "La Runfla Radical"

Suelo dar paseos muy largos con mi perro. La existencia de “Fito” en mi vida es la excusa perfecta para salir dos o tres veces al día de la cueva. Y no son paseos tranquilos. Hay mucho caos allá afuera. Señoras con oscuros planes de golpismo sentadas conspirando en el café de la esquina, las reuniones de porteros de la cuadra donde se intercambian chismes de edificio y los comentarios que circulan de los “jóvenes de ayer” en el kiosco de diarios de la vuelta.

Sin embargo, lo peor de los argentinos está enfrente de mi casa: la doble o hasta triple fila de autos estacionados a la espera de la salida de la escuela. Hay mucha tensión todos los días hábiles a las 17. Un polvorín de contiendas que puede estallar ante la mínima bocina o comentario del tránsito que se acumula en esa cuadra.

Frente a ese contexto, la rutina caótica de las calles contrasta con la calma que me transmite mi compañero de cuatro patas. Él, ajeno a conspiraciones y peleas de tránsito, camina con ese trote despreocupado que parece decir: "Nada importa más que este momento". En cierto modo, verlo tan sereno me hace reflexionar sobre cómo la sociedad se deja atrapar por las tensiones que otros construyen. Él solo busca olfatear cada árbol, como si cada uno guardara un secreto vital que debe descubrir.

Fuerzas del Cielo

Hay días en los que nos aventuramos un poco más lejos. Bajamos hacia el parque que está a unas cuadras, un refugio que, aunque no se libra de algunos episodios peculiares, ofrece una pequeña tregua al caos urbano. Allí, las personas suelen mostrarse distintas: padres jugando con sus hijos, jóvenes en bicicleta, algún grupo haciendo yoga al aire libre. Muy “Palermo Indie” todo. Es como si al cruzar los límites del parque, la hostilidad de la ciudad se desvaneciera, al menos por un rato.

Fito se convierte en el centro de atención de los niños. Se acercan a acariciarlo, fascinados con su energía y curiosidad. Él los recibe con entusiasmo, moviendo la cola con fuerza; él parece en cada saludo encontrar un motivo para celebrar. Yo, por mi parte, aprovecho esos momentos para observar a la gente con un ojo más amable, reconociendo que incluso en medio del caos hay gestos simples que restauran cierta calma en el clima social.

Cuando regresamos a casa, la ciudad sigue siendo la misma: las filas de autos frente a la escuela, las miradas inquisitivas de las señoras en el café, los porteros en su interminable intercambio de noticias del vecindario. Pero frente al colegio ya arrancaron los tiroteos. Tacheros que se bajan a insultar a padres. Y padres que replican los agravios. A veces se dan hechos de violencia física. Al calor de que no falta algún comentario que fanatice con tintes autoritarios del pasado: “A ver si con el proceso hacían esto”.

Entro a casa y reflexiono. Ha sido una semana convulsionada. Recuerdo que escribí de Cristina y el peronismo, pero muy a destiempo de hechos de mayor trascendencia al marco de la actualidad. Le saco el pretal a Fito y levanto la mirada. Ahí estaba, solito ya que no traje todos mis libros aquí. Era el primer tomo de “El Capital” de Karl Marx. Hace mucho que no lo ojeo, pero se me vino inmediatamente la cita: "La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva" (mejor conocida popularmente como "la violencia es la partera de la historia" pero incorrecta de cita).

Milei caputo

En ese prefacio, Marx sostenía que la violencia revolucionaria no solo actuaría como el medio para dar nacimiento a la historia y al progreso, sino que también formaría parte esencial de las relaciones sociales basadas en la explotación entre seres humanos.

Obviamente que esta tradición política no es la anexionada a lo que sucedió el fin de semana pasado en el cosmomundo libertario. Sintéticamente, cabe recordar que algunos de sus seguidores más fanáticos, liderados por el médico santiagueño Daniel Parisini, que escupe su bilis con el seudónimo de “Gordo Dan” en las redes sociales, lanzaron la corriente Las Fuerzas del Cielo con escenografía similar a la del imperio romano. Todo muy paranoico, grotesco y patético. Como si fuese un sketch de Capusotto (sin faltarle el respeto al maestro).

Aun así, lo categórico de este suceso teatral no fue solamente eso. A esa organización nueva la titularon como el “brazo armado de La Libertad Avanza”, y también como su “guardia pretoriana”. Es ahí cuando analizo si son o se hacen. Probablemente lo sean ya que, con la salvedad de Agustin Laje, el resto le tiene alergia a la literatura política e histórica. Porque no se puede acudir a tan espantosa metáfora en un país que todavía no puede establecer la cantidad de muertos que hubo en los enfrentamientos y la represión de las tres A y el Proceso de los años 70´ y principios de los 80´. 

Siento que la escalada de violencia parece un juego y no lo es. Como si se entrara en una especie de ludopatía por ver quién juega mejor a la violencia política. “Pero no lo tomen en serio, ya aclararon que las armas son los teléfonos”, dirá algún que otro periodista amigo del establishment libertario. Les calienta la paráfrasis del discurso violento y castrense que pregonó durante toda la campaña. Por tal motivo, yo me pregunto: ¿En serio, quieren tener a la violencia como bandera? La violencia siempre se apodera del emisor.

Como tantas otras veces, queriendo superar el eterno mito de Sísifo en el que estamos metidos, experimentamos un déjà vu constante del regreso de la violencia eterna. Esa conducta marcada por la búsqueda insaciable de la muerte dialéctica como objetivo y como herramienta, ese miedo perverso utilizado como instrumento de dominación y como grillete que aprisiona la libertad.

La violencia es verbal pero las palabras auguran sangre que corren por la subtrama de lo que queda la institucionalidad. Nos quieren sumergir a su delirio rito como chivos expiatorios, como el ditirambo del más allá del bien y el mal. Y para mí, la política no es la casa del boxeo intelectual.

El problema, sin embargo, es que la violencia nunca se detiene en lo simbólico. Empieza en discursos encendidos y bravatas virtuales, pero tarde o temprano encuentra su camino hacia la acción concreta. Lo vimos una y otra vez en la historia: la espiral comienza con la construcción de un enemigo, con la deshumanización del otro, y termina en la imposición del caos como una falsa purga de lo que consideran impuro o improductivo.

No es casualidad que este tipo de retórica prolifere en tiempos de crisis económica, social y cultural. Es más fácil encender la furia popular que ofrecer soluciones reales. Más cómodo desviar la frustración hacia fantasmas creados a medida que confrontar la complejidad de un sistema desigual y desgastado. Y así, en nombre de la libertad, nos empujan hacia una dinámica autoritaria, donde el miedo y la violencia se disfrazan de discursos de cambio.

Gordo Dan violencia

Entonces, ¿qué nos queda? Resistencia, pero no desde la violencia opuesta, porque eso solo alimenta la lógica del enfrentamiento. Nos queda apostar por la reconstrucción del tejido social, por el diálogo, por encontrar puntos comunes en medio del ruido ensordecedor. Nos queda rechazar la seducción de la violencia, no desde la pasividad, sino desde una firme convicción de que no hay progreso real que nazca de la destrucción indiscriminada.

Cierro los ojos un instante y antes de mandarle esto a mi editor, miro a Fito, con su mirada tranquila y su despreocupado elixir. Quizás la lección esté en volver a nuestra mejor historia. En resistir, sí, pero también en recordar que fuera del caos y la agresión, aún existen experiencias que nos han hecho recuperar el norte plural y democrático en la Argentina. A veces, solo se trata de sostener la roca un poco más.

Por Alejo Ríos (@larunflaradical)

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