En tiempo récord, la provincia de Mendoza le está abriendo la puerta a la minería. Esta semana, la legislatura local aprobó las declaraciones de impacto ambiental de 34 proyectos en la región de Malargüe, un paso clave para la puesta en marcha de los trabajos con miras a la extracción especialmente de cobre, el metal que más interés despierta en la Argentina después del litio.
Lejos de la rebelión popular que se produjo en 2019, cuando el entonces gobernador Rodolfo Suárez había intentado derogar la ley que prohíbe el uso de sustancias químicas ligadas a la actividad y debió marcha atrás, ahora el actual mandatario provincial, Alfredo Cornejo, encontró un atajo para cumplir con la norma y darle un impulso muy fuerte a la producción de cobre.
De hecho, la semana que viene se desarrollará una Cumbre de Minería Sustentable en Mendoza, con la participación de las principales compañías del sector. El gobernador busca que los trabajos ligados a los proyectos en Malargüe empiecen si es posible este verano. La minería es una actividad intensiva en mano de obra sobre todo en el comienzo de las explotaciones, cuando hay demanda de obreros de la construcción para hacer caminos e instalaciones.
De acuerdo con la Cámara Argentina de Empresarios Mineros, el cobre lidera los proyectos mineros en el país, con estimaciones de alrededor de US$20 mil millones para la próxima década, sólo contando los seis yacimientos con planes más avanzados. Se calcula que podrían sumar cerca de US$ 8000 millones en exportaciones.
Los recursos minerales han sido siempre una nostalgia del futuro que no llega en la Argentina. Salvo en la década del 90, con los estímulos de la legislación que impulsó Carlos Menem, y en el comienzo del gobierno de Néstor Kirchner, ha habido siempre más discursos en favor de la minería que correlación en el desarrollo de yacimientos en un país que -se dice- tiene el 70% del territorio inexplorado.
La falta de liderazgo político en algunos casos y el rechazo comunitario en otros por temor a la contaminación o a que semejante esfuerzo ambiental deje poco trabajo sin encadenamiento en proveedores locales ha sido, junto a la inestabilidad política y los problemas de divisas, un combo perfecto para que no haya avances significativos de forma sostenida.
De la mano del Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones, el Gobierno les está ofreciendo a las multinacionales Glencore, BHP o el grupo chileno Lundin, por ejemplo, todas las garantías que necesitaban y más: estabilidad fiscal, cero impuestos a los dividendos y cero retenciones, además de una baja en Ganancias, con la posibilidad de importar lo que necesite para su desarrollo.
Después de Vaca Muerta y el agro, que ya tienen fuerza propia, se trata del sector productivo al que más fichas le pone la actual administración en busca de generar crecimiento económico de cara a la generación de divisas que le permita soñar con tener un dólar bajo como ancla antiinflación.
Los cambios en Mendoza reflejan que en paralelo a la estabilidad cambiaria y la merma de la inflación, se pueden estar configurando las bases para un nuevo modelo de crecimiento, que obviamente pasó de estar motorizado por el consumo a intentar que sea liderado por la inversión fundamentalmente en actividades primarias.
En estas horas, a propósito, la petrolera estatal YPF ya le ha empezado a encargar a Tenaris, del Grupo Techint, los caños para el oleoducto Vaca Muerta Sur, una obra que llevará el crudo desde Neuquén hasta Punta Colorada en Río Negro con destino de exportación.
Cuando se adjudiquen los trabajos de la construcción, se calcula que se tardará un año para que esté terminado, o tal vez un poco más con las boyas marítimas que ofician de puerto para recibir a los mega barcos que se lleven el petróleo.
Las estimaciones hablan de que se podría generar, por etapas, una exportación de hasta 180 mil barriles diarios para octubre del año que viene y de hasta 360 mil para 2027. El cálculo a mano alzada es que habría que sumar US$10 mil millones por año a las exportaciones actuales.
Ni qué hablar de lo que podría ser esa cuenta si se concretara en el próximo lustro algo de lo que firmó el ministro de Economía, Luis Caputo, con su par de Energía, Alexandre Silveira, en el paso de Javier Milei por la cumbre del G20 en Brasil.
Pasar de ser importador del gas boliviano a proveer de ese fluido nada menos que al principal socio del Mercosur, puede suponer otro fuerte ingreso de dólares de los que hasta ahora no se tenía cálculo.
Basta mirar para atrás y ver que la balanza energética pasó de un déficit de US$4000 millones a un superávit similar y creciente en un año, sólo con la puesta en marcha de la mitad del Gasoducto Néstor Kirchner hoy Perito Moreno, para entender la magnitud del cambio al que estamos asistiendo, que obviamente excede a Milei pero al mismo tiempo lo incluye por un motivo central: su apuesta es tratar de tener el dólar bajo la mayor parte del tiempo posible.
La urgencia empieza a ser más notoria, por más que pareciera que no exista en tiempos del “me salen todas” que transmite la Casa Rosada. En las entrevistas a Caputo le preguntan por el Gordo “Dan” pero sería bueno que le acercaran el gráfico que muestra, más allá de la euforia innegable de brecha cambiaria y riesgo país en mínimos, que hay ya cuatro meses de déficit de cuenta cambiaria en el Banco Central. Es decir, que la diferencia entre los dólares que entran y salen de la economía es negativa desde junio.
El viral de Tik Tok de una periodista argentina mostrando lo barato que queda Brasil, que devalúa mientras acá el tipo de cambio está clavado, anticipa que el turismo sumará sangría de dólares. El Gobierno dice que no pasa nada, que se paga con billetes propios, pero los números del ente monetario hablan.
Además, esta semana hubo otra planilla alarma que salió del Indec. El superávit comercial de 888 millones de dólares fue el menor del año y la importación de bienes fue la mayor desde marzo de 2022, advirtió PxQ. El cambio más importante en los pronósticos es que si se anualiza el saldo comercial de octubre da US$10 mil millones. A principios de año, se acercaba a US$20 mil millones.
Si la economía crece, siempre hay más importaciones de bienes para producir o de los componentes de los productos que consumimos. Si el dólar está “barato”, más aún, sobre todo si además se bajan aranceles y se eliminan regulaciones, y -ni qué hablar- si se facilita también las compras hogareñas al exterior por correo privado.
Todo camino entonces a que se facilite el ingreso de mercadería del exterior en un mundo con más saldos disponibles de los mayores colosos industriales como China, a medida que otros países clave, como Estados Unidos, prevén cerrarse con más aranceles.
La doble pinza del riesgo de quedarse sin dólares más el costo social del desplazamiento de la producción local, fueron las noticias económicas que empezaron a quedar más nítidas esta semana, aunque no formaron parte del debate público, ni de la agenda de las redes sociales que agita el Presidente y su brazo armado.
Así, el esquema funciona y puede hacerlo algún tiempo más mientras haya cepo, que impide la compra masiva de divisas, y tasas de interés en pesos que generen la ganancia de ese ida y vuelta entre monedas, la operación llamada “carry trade”.
La nueva Argentina con minas y gas y petróleo puede llegar a proveer de los verdes que necesita pero también lleva tiempo. En el mientras tanto, un viejo amor de siempre del ministro Caputo asoma en el horizonte: la deuda. Ya adelantó que está en conversaciones para buscar fondos frescos con el Fondo Monetario Internacional.