“Since the Trump new government, Argentina market will grow”. El mensaje así, en inglés, se lo mandó el representante de un proveedor chino a un vendedor de bicicletas que se sorprendió por lo comprensivo y abierto del tono de un habitualmente osco operador comercial.
En español, lo que le estaban diciendo es que a partir del triunfo de Donald Trump y por ende con la imposición en los próximos meses de aranceles a los productos de China que entran a Estados Unidos, el gigante asiático va a tratar de colocar la producción agresivamente en otras partes del mundo. Entre ellas, nuestro país.
“We want to work more with you”, agregó el chino, que incluso añadió: “We support your payment time, hope you win market”. Es decir, “queremos trabajar más con vos, podemos esperar tus plazos de pago, esperemos que ganes mercado”.
El empresario argentino, que solía comprarles partes y algún modelo completo que vendía en el mercado local, de golpe se imaginó en no mucho tiempo directamente volcado a la importación de bicicletas. Si ya lo había pensado en los últimos meses al ver cómo se atrasaba el tipo de cambio, con el mensaje después del martes pasado ya se prepara para una nueva realidad.
En Petroquímica Rio Tercero hace ya un par de semanas que esa situación se hizo realidad. Los trabajadores que llegaron a la empresa que fabrica diisocianato de tolueno (TDI), un insumo crucial para la espuma de los colchones, encontraron un candado.
Desde el 14 de octubre, la decisión de la compañía es traer el producto directamente de Asia en vez de seguir produciéndolo acá.
“La verdad es que estamos pasando un momento muy triste. La ciudad en general está desolada, está con una tristeza enorme. Hoy llevamos 250 despidos aproximadamente entre trabajadores directos de Petroquímica y trabajadores indirectos”, contó el secretario gremial del Sindicato de Químicos, Lucas Felici.
No se vivía una situación de tal deterioro en esa comunidad desde la explosión en Fabricaciones Militares en los 90. Justamente, la década del 90 es la comparación que traen todos los que advierten por un 2025 de irrupción de importaciones y desplazamiento de la producción local a medida que se consolide una cierta recuperación de la economía.
Lo mismo están viendo tanto en fábricas textiles y de electrodomésticos como en las plantas acereras de grandes empresas.
Un fabricante de heladeras y electrodomésticos pequeños ya lo tiene decidido: en el primer trimestre del año que viene, si entra competencia china, cierra las líneas que hacen pavas y minipimers y pasa a importarlos. “El tema es qué hago con esas 30 personas”, dice.
La gerenta de una firma que hace remeras y está trabajando aún a pleno con pedidos del año pasado, pero duda sobre el 2025. “Con el dólar clavado las marcas internacionales nos van a cambiar por la importación de Brasil”, anticipa como quien ya lo vivió.
A otro nivel, lo dijo el propio Paolo Rocca en el Congreso Alacero: “Las importaciones chinas te ayudan a bajar la inflación, pero tienen un poder destructivo sobre el tejido industrial”.
Y eso que todavía no había ganado Trump.
Ahora, aunque domina la euforia en el Gobierno por el triunfo de un aliado en la guerra imaginaria anticomunista internacional que tal vez nos tira un mango desde el Fondo Monetario Internacional, cada vez son más los análisis que avisan de posibles impactos negativos de no tan mediano plazo sobre la economía argentina. Entre ellos:
- Una suba de aranceles al comercio mundial podría afectarnos directamente sobre nuestras exportaciones dado que no tenemos un acuerdo de libre comercio (TLC) bilateral con Washington;
- Si ese alza es más fuerte sobre China -se habla de hasta 60% de tarifas-, habrá un redireccionamiento de la producción de esa potencia manufacturera a todo el mundo, con mercados como el nuestro donde buscarán crecer a costa de producción local, como le avisaron al bicicletero;
- Un repliegue del comercio chino, además, podría desacelerar más su crecimiento lo que impactaría en una menor demanda de materias primas, como la soja, nuestro principal cultivo, que sigue rumbo a mínimos que no se tocaban desde 2001, como indicó Sebastián Menescaldi, de la consultora EcoGo;
- Más aranceles podrían significar más inflación en EEUU y por ende, aún en tensión con la Casa Blanca, la Reserva Federal podría subir las tasas de interés y forzar salidas de dólares del mundo hacia el Norte, sumando presión devaluatoria a las monedas como el real brasileño que se depreció está semana; si se sostuviera un proceso así, sería más difícil para el gobierno mantener el tipo de cambio quieto sin sufrir pérdida de reservas.
Las vacaciones de muchos argentinos en Brasil este verano pueden ser la postal de un problemón creciente en materia de divisas que amenace la incipiente estabilidad conseguida.
“Cuánto dura”
Porque hay que decirlo: el ministro de Economía, Luis Caputo, armó un esquema que le permite tener las variables financieras bajo control y la inflación en baja. ¿Es sostenible? ¿Alcanza para que la economía crezca y recupere el daño social del primer trimestre? Preguntas de mandriles, seguro.
Que exista la pregunta “cuánto dura” un equilibrio como este, no significa que no exista una nueva calma ni que no vaya a extenderse varios meses, incluso un par de años. Nadie lo sabe.
Con superávit fiscal y el cepo más el ingreso inesperado de 20 mil millones de dólares de la mano del blanqueo, los dólares financieros y el riesgo país bajan.
Sin embargo, hay cuatro meses ya de déficit de cuenta corriente: los dólares que entran por comercio exterior no alcanzan para cubrir importaciones y pagos de deuda. Por eso las reservas del Banco Central siguen dando negativas: es decir, hacia delante hay más pagos que ingresos de moneda extranjera.
Si sigue este esquema cambiario, la balanza turística será cada vez más negativa. Y si se diera la recuperación económica que ofrece el Presupuesto 2025, saldrán de 10 a 12 mil millones de dólares por compras al exterior. Es cierto, habrá superávit energético, pero no alcanza para todo. Hay que pagar deuda, en parte con dólares que ya están comprados, sí, pero el resto es una incógnita.
¿Pueden entrar fondos del FMI? Puede ser. ¿Los bancos armarán el préstamo conocido como “repo”? Tal vez. Si se levanta el cepo, ¿ingresarán inversiones reales o financieras? Es la apuesta. ¿Todo será sin un salto en el dólar oficial? Jugado. Pero es el camino planteado, y a un año de la asunción, Javier Milei tiene como mérito haber conseguido más margen de maniobra.
“Los mercados no miran los números, solo ven un negocio que funciona y no se lo quieren perder”, dice Javier Timerman. “Pero un día se te pueden dar vuelta”, avisa Cristian Buteler.
Por ahora, sigue alta la imagen pública del Presidente. Los costos de meterse con las jubilaciones y las universidades parece que quedaron atrás y cualquier conflicto, como con los gremios de Aerolíneas Argentinas, se procesa en el marco de la batalla cultural, sin más consecuencias.
Todo mientras el peronismo está atado a lo que haga o deje de hacer Cristina Kirchner, que pareciera siempre ser la elegida como contrincante en el ellos o nosotros que tiene reminiscencias a la grieta alimentada en el último tramo del macrismo hasta que las encuestas advirtieron de un posible regreso y hubo corrida cambiaría.
Sea lo que sea, mientras dure la estabilidad regirá un modelo de gestión que mezcla verticalismo extremo, revancha ideológica e improvisación con el intento de moldear un país con la menor intervención estatal posible.
El coro de funcionarios alabando a Milei en el programa de la novia fue un reflejo de un chupamedismo al límite de la vergüenza, como nacido del temor a ser señalado como impuro en cualquier momento.
La salida del director del Conicet que representaba a la Sociedad Rural Argentina, Manuel García Solá, denunciando persecución a investigadores, se sumó a la auditoría para detectar “enemigos de la agenda de la libertad” en Cancillería, haciendo del macartismo un sello de la gestión hasta defendido abiertamente por la diputada Lilia Lemoine.
Y la designación en la secretaría de Niñez y Adolescencia de Juan Ordóñez, ex asuntos públicos de Barrick y el Grupo Roggio y ex gerente general de la multinacional del juego Codere, es el último capítulo de un gobierno falto de cuadros técnicos por todos lados que de todas maneras ahí está, con el experimento en marcha.