Las publicidades van desde las alusiones a la liviandad y el bienestar hasta la música épica y las invitaciones a disfrutar sin preocupaciones. Algunos números dan cuenta de un aumento en las ventas y varias páginas y cuentas de redes sociales recomiendan consumirla para combatir la inflamación y otros síntomas. ¿Por qué la leche deslactosada parece haber irrumpido como una opción tan beneficiosa? ¿Somos más intolerantes a la lactosa que antes? ¿Nos volvimos más conscientes de algo? ¿O nos sedujeron las imágenes de panzas chatas y consumidores felices?
Aunque el consumo en general mostró una baja generalizada en medio de la actual situación económica, una medición del Instituto de Estudio de Consumo Masivo (INDECOM) detectó un aumento interanual de la demanda de leche deslactosada en sectores de alto poder adquisitivo en el AMBA, sobre todo en personas de entre 20 y 30 años. Se trata de un dato de hace seis meses que el Instituto reveló a Diario Con Vos, y da cuenta de un incremento del 8% en las ventas del producto en comercios de proximidad. El alza predomina en la Ciudad de Buenos Aires y es mucho menor e incluso insignificante en zonas de menor poder adquisitivo.
En paralelo, las redes se colmaron de dietas que incluyen al producto como una solución a la hinchazón y los medios masivos reproducen publicidades que llaman a seguir consumiendo leches y cremas sin tener que preocuparse por las consecuencias gástricas que eso acarrea. ¿Cómo funcionan los productos “sin lactosa”? ¿Son verdaderamente una solución a los padecimientos digestivos? ¿Por qué tantas personas parecen haber empezado a preferirlos?
Las respuestas que dan los profesionales de la salud apuntan tanto a cuestiones fisiológicas como comunicacionales y publicitarias, pero necesitan de una aclaración previa: la leche deslactosada contiene un engaño en su propio nombre, y es que en realidad no existe tal cosa como sacarle la lactosa a un lácteo. La lactosa es un disacárido, un tipo de azúcar que se encuentra en los lácteos y se compone a su vez de dos azúcares simples: la glucosa y la galactosa. Para poder digerir la lactosa, necesitamos desdoblarla -es decir, separar glucosa y galactosa- y la que cumple esa función es una enzima presente en nuestro cuerpo llamada lactasa.
El desprestigio de la lactosa y la respuesta de la industria
Lo que pasa es que, a medida que crecemos, vamos dejando de producir lactasa naturalmente. “Cuando nacemos tenemos la enzima lactasa mucho más activa, más disponible y en mayor cantidad. Con el tiempo y con el crecimiento es natural que vayamos perdiendo esa lactasa, entonces esa capacidad digestiva va disminuyendo”, explica la nutricionista Rocío Alonso (MN 6.936) en diálogo con Diario Con Vos.
En consonancia con Alonso, el gastroenterólogo Lorenzo Padin (MN 80.005) compara al organismo con una fábrica: producir una enzima es muy caro y, como en realidad a medida que crecemos ya no necesitamos lactar, los mamíferos estamos “programados” para dejar de producir lactasa en la adultez. En principio, entonces, tiene sentido que con el correr de los años toleremos menos los lácteos y aparezcan síntomas como “flatulencias, diarrea o hinchazón”.
Con el tiempo y con el crecimiento es natural que vayamos perdiendo esa lactasa, entonces esa capacidad digestiva va disminuyendo.
En paralelo, Padin agrega otras posibles causas particulares para el déficit de lactasa, como las operaciones en el intestino delgado, la celiaquía o la enfermedad de Crohn. Pero, más allá de las condiciones físicas, resalta las inquietudes y decisiones de consumo que pueden estar siendo disparadas por los discursos que circulan en los medios y las redes.
El año pasado, la actriz Araceli González contó en televisión que tenía una condición llamada SIBO y a Padin y sus colegas se les “llenó el consultorio” de pacientes consternados. El síndrome consiste en un sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado, que produce síntomas como hinchazón y gases. Para combatirlo, algunos médicos pero sobre todo influencers y redactores de artículos en la web, recomiendan una dieta que, entre otras cosas, excluye la lactosa.
La respuesta de la industria ante el desprestigio de la lactosa se materializó en la “leche deslactosada” aunque, contrario a lo que su nombre sugiere, no se le quita nada sino que se le agregan aditivos: las empresas lácteas utilizan levaduras para generar lactasa y añadirla al producto, explica Rocío Alonso. De hecho, la lista de ingredientes de estos sachets contiene un componente extra que es, precisamente, “lactasa”.
A la vez, la profesional destaca que la forma de concebir la alimentación fue cambiando con los años, al punto tal que la Sociedad Argentina de Nutricionistas reconoce a las dietas veganas como “saludables, equilibradas y seguras” si se las lleva a cabo de forma completa y consciente. Posiciones como ésta restaron fuerza a la idea de que los lácteos eran un alimento fundamental sin el cual no incorporaríamos calcio y un montón de otros nutrientes elementales.
Entre varios sectores de la población, la leche empezó a tener una peor imagen a medida que “se empezó a conocer que tiene un montón de hormonas de crecimiento, lo que sucede con las vacas y la producción que se exige que tengan, que se les da un montón de medicamentos, de hormonas de crecimiento”.
De este modo, la nutricionista considera posible que la leche deslactosada sea la manera comercial de responder a la amenaza de la caída en las ventas: “Gestaron un producto que tenga llegada, que produzca esta fantasía de lo liviano, de lo fácil de digerir, de una mejor vida, y nos encanta porque somos muy del pensamiento mágico si no tenemos la información adecuada”.
El peligro de generar “intestinos dependientes” a la leche deslactosada
Más allá de que nuestro organismo vaya produciendo menos enzima lactasa con los años, no todos somos intolerantes a la lactosa y Alonso es categórica sobre los posibles efectos adversos de consumir leche deslactosada sin tener esa intolerancia: “Es un producto que debería ser para un porcentaje específico de la población como así lo son los productos sin gluten en el celíaco”.
Una persona que no tiene un diagnóstico de intolerancia a la lactosa y calma sus síntomas digestivos consumiendo leche deslactosada, advierte la nutricionista, podría “estar tapando” otras posibles causas como las que mencionaba Padin: intestinos irritables, Crohn y celiaquía, entre otras.
Más aún, consumir este producto puede terminar generando intolerancia en personas que no la tenían, porque ya no ingresan a su organismo la lactosa que incentive la producción de la enzima lactasa. “Generan intestinos dependientes a lo que ellos producen, cuando deberían poner un logo en los envases que diga ‘alimento exclusivo para personas con intolerancia a la lactosa’. Pero hay poca regulación y falta información”, lamenta Alonso.
Generan intestinos dependientes a lo que ellos producen, cuando deberían poner un logo en los envases que diga ‘alimento exclusivo para personas con intolerancia a la lactosa’. Pero hay poca regulación y falta información
“Terminamos modificando nuestro cuerpo sin saberlo, sin quererlo, y cuando hay lactosa presente en el intestino también es natural y está bueno que esté presente”, añade la nutricionista, que además critica a las campañas publicitarias que plantean a la leche como un alimento “indispensable”, cuya única alternativa sería su versión deslactosada.
“Sabemos que no hay un alimento indispensable que nos sostenga en buena salud: sí hay nutrientes indispensables. Si nosotros sabemos los nutrientes que necesitamos y dónde están en la generalidad de los alimentos, también tenemos más libertad para elegir”, reflexiona.