Empezó como muchas otras historias, bajo la modalidad comúnmente conocida como “hacer el novio”. En la jerga de la trata de personas, se conoce así a la situación en la cual es la propia pareja la que termina explotando sexualmente a la víctima, valiéndose de la manipulación afectiva y emocional. El mecanismo está tan instalado que es común que en los prostíbulos se llame “marido” al proxeneta de una o varias mujeres.
Antes de sobrevivir a la trata de personas, María tuvo la excepcional suerte de salir viva de una hipertensión pulmonar, una enfermedad por la cual le habían pronosticado un máximo de dos años de vida. Durante los cuatro meses que tuvo que mantenerse en cama, se bajó una app de citas para conocer gente y matar el aburrimiento. Hizo match con un hombre atento, que mostró interés por su salud y la acompañó al hospital en varias ocasiones.
Como ella no respondía a sus regalos y gestos románticos, su futuro agresor perfeccionó la estrategia. “Él viene un día todo demacrado, con un acting, diciéndome que tiene cáncer de esófago. Yo salgo de una enfermedad terminal, es obvio que por empatía no lo voy a dejar solo, y le dije ‘podés contar conmigo’”. Con el tiempo, terminó decidiendo darse una oportunidad con él.
Una de las primeras cosas que resalta al repasar su experiencia es que ella no era vulnerable económicamente, algo que sí sucede con muchas víctimas de trata de personas. Pero sí lo era afectivamente: no tenía familia, había atravesado una “enfermedad muy traumática” y él la terminó aislando de sus amigos.
Pasados unos meses de recuperación, María volvió a trabajar al solárium donde había sido empleada por siete años, pero al cabo de una serie de destratos de parte de sus empleadores creyó que podría abandonar ese lugar y arreglárselas para conseguir un trabajo nuevo sin demasiados problemas. Contrario a sus expectativas, la situación económica del país no acompañaba y su pareja empezó a “agarrarse de eso” para sugerirle la prostitución. “Me decía ‘fijate, no sería un engaño porque yo te llevaría. Es hasta que consigas algo más’”.
Siempre me insistía con este tema de intentar que ingrese en la prostitución, hasta que empezaron los golpes y ya no había marcha atrás.
Mientras tanto, la iba acorralando económicamente. María se había comprado un auto, al que su pareja y posterior proxeneta usaba, supuestamente, para trabajar como chofer de Uber, aunque ella nunca vio un solo peso de esa actividad. “Después me enteré de que lo usaba con otras chicas, no sé si las tenía para trabajar o qué”. Lo que sí vio fueron las multas millonarias que él fue acumulando, condenándola al endeudamiento y a la imposibilidad de sacar el registro de conducir. También la dejó atada a una causa por estafas con la que ella no tenía nada que ver: “En la PROTEX me dijeron que es común que los proxenetas hagan eso con las víctimas de trata de personas”.
“Siempre me insistía con este tema de intentar que ingrese en la prostitución, hasta que empezaron los golpes y ya no había marcha atrás. Me llevaba, me traía, él gestionaba y apretaba a la gente también, no sé qué contacto tendría porque sabía todo de las personas, hasta el nombre de sus parejas y dónde vivían. Se mandaba mensajes con esas personas, mal llamadas clientes. Me imagino que no estaría trabajando solo, creo que una persona común no tiene una base de datos así”, deduce. Además, señala que su agresor siempre estaba armado, lo cual le impedía huir.
Entre golpes, torturas y explotación sexual llegaron los intentos de suicidio, un tema relegado al silencio del tabú que "no se habla" lo suficiente y menos cuando involucra a las víctimas de trata de personas. Cuando finalmente logró echar al proxeneta de su casa, él siguió merodeando. En una ocasión la interceptó e intentó meterla en el baúl de un auto, pero María logró escapar.
Las amenazas también eran moneda corriente. “Siempre me decía que me iba a tirar en el Paseo de los Remeros en Tigre, que nadie me iba a reconocer y que posiblemente me pudiera prender fuego entera y nadie me iba a encontrar. Sabiendo que no tenía familia y dejándome sin amigos, ¿Quién iba a reclamar mi cuerpo? Nadie”. Hizo la denuncia en la Fiscalía de Saavedra y Núñez antes de la pandemia, pero recién en diciembre de 2021 le asignaron custodia hasta que su agresor cayó detenido el año pasado.
En el "pantano" judicial
Aunque feliz de haber denunciado, María se siente insatisfecha con el accionar de la Justicia, sensación que es frecuente entre las sobrevivientes de trata de personas. Lamenta, por ejemplo, que la jueza a cargo no haya penalizado de ninguna manera a su agresor por pegarle una patada en el tórax, dejándole un hueso sobresalido a la altura del pecho. Un episodio que, siendo ella paciente cardíaca, “podía haber terminado en femicidio” pero sólo fue investigado como “lesión leve”.
Además, señala que el fiscal a cargo de la causa por su explotación sexual quiso arreglar un juicio abreviado con la defensa del acusado, por cuatro años de prisión y $900 mil para la víctima: “No me alcanzaba ni para pagar las multas que me dejó”. Mientras tanto, los abogados que le asignó la Defensoría del Pueblo fallaron a la Ley de Víctimas al no informarle que su agresor pidió una audiencia para solicitar ser liberado, la cual ya está programada para el próximo 17 de octubre. Tuvo que llamar ella misma a la Cámara de Casación para enterarse.
Ahora mismo, la causa le parece un proceso engorroso, estanco y poco prometedor, porque las condenas por el delito de trata de personas suelen ser bajas: “Está todo empantanado. Y en el pantano no podés ser feliz y empoderarte, esa es la realidad”.
Lo que deja la prostitución
“Yo vi el lado B de las cosas”, dice María al referirse no sólo a la violencia de los hombres que la explotaron sino también a la forma en que sostenían falsas apariencias frente a sus parejas o familiares. En los chats de su proxeneta con los consumidores de prostitución constaba el engaño: “Decían que salían a correr pero en realidad iban a contratar un servicio”.
Problemas para confiar en potenciales parejas, noches de insomnio cargadas de imágenes y recuerdos, “la disociación que tenés que hacer en ese momento (durante la explotación sexual), que al principio se hace forzada y después se hace automática, para que esa hora no sea eterna”. Todas secuelas por las que asegura no haber recibido apoyo ni acompañamiento estatal.
A ellas se suma la estigmatización. A sus cuarenta años, advierte que en general las víctimas de trata de personas tienen más chances de ser “reconocidas” siendo menores de edad, “pero cuando sos mayor es tu culpa”: “¿Por qué no te fuiste? Si vos sabés que eso no estaba bien” y “seguramente tenías un arreglo con el proxeneta” son algunos de los cuestionamientos que tuvo que escuchar.
“Yo caí con un engaño y cuando me di cuenta esta persona me limpio todo alrededor, mis amistades, me cercó del mundo. Cuando yo me quedé sola, él era lo único que yo tenía y no tenía dónde recurrir, además de que estaba armado”, contrapone.
"Cuando alguien te pone un billete encima, no tenés soberanía"
Su psicólogo le sugirió pintar, pero como no se tenía confianza para ese arte prefirió empezar a canalizar lo vivido a través de la fotografía. María define la exposición como "una forma de demostrarle al mundo que (la prostitución) no es tan así como se cree”. Desde su experiencia, reconoce las necesidades económicas y los condicionamientos sociales que impulsan a las mujeres a la prostitución o a la más actual "venta de contenido", pero advierte que detrás de la "plata fácil" hay "peligros" que pueden terminar en la muerte, las drogas para tolerar lo vivido u otras secuelas.
En ese sentido, destaca el rol clave que cumplen los hombres que demandan mujeres para prostituir al sostener que "sin clientes no hay trata de personas" y cuestiona los discursos que reducen la prostitución a una cuestión de elecciones individuales. "Cuando alguien te pone un billete encima, no tenés soberanía porque durante esa hora sos la esclava de esa persona y el dueño de tu cuerpo es la persona que puso la plata. No hay libre elección desde el momento en que estás en una desigualdad”.
Del mismo modo, descarta que la experiencia de la prostitución pueda equipararse a un "trabajo" y denuncia que quienes lo plantean de ese modo en realidad buscan "maquillar" la explotación para legalizarla: si las mujeres prostituidas son "trabajadoras", los proxenetas pasan a ser simples "empresarios".
Un último objetivo que persigue con sus fotos es transmitir “lo que siente una víctima de trata de personas” en su camino de explotación y búsqueda de justicia, pero también el hecho de que “cualquiera puede ser víctima”: “Yo soy instructora de windsurf, di charlas internacionales por mi hipertensión pulmonar, yo fui alguien antes de esto. Entonces también es visibilizar que atrás de esa persona había una vida feliz, que no estaba destinada a esto”.
La exposición de María se inaugura este viernes 27 de septiembre a las 18 horas en el Museo de la Mujer, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. María estará presente para introducir ella misma la exposición y también lo hará el sábado, de 15 a 19. Las fotos, protagonizadas por ella y tomadas por Mariana Jacob, se podrán ver por dos semanas más desde su presentación.