La militancia universitaria es un fenómeno que ha marcado un profundo impacto en las vidas de quienes nos hemos embarcado en algún momento en esta travesía, transformando no solo nuestra percepción del mundo, sino también nuestro lugar en él. Es un sentimiento complejo y multifacético que amalgama ideales, emociones y acciones en un solo propósito: la construcción permanente de ideas y la mejora del sueño universitario argentino.
Para entender la esencia de este tipo de militancia, es necesario sumergirse en el ambiente que la propicia: la facultad. Este espacio, a menudo descrito como un microcosmos de la sociedad, se convierte en el crisol donde la juventud fermenta sus construcciones políticas, sociales y culturales. Aquí, las aulas se transforman en arenas de debate y los pasillos en vías de activismo. La militancia universitaria no es meramente una serie de actividades organizativas; es una actitud vital que impregna cada aspecto de la vida estudiantil.
En el vasto escenario de la universidad, donde el eco de los ideales rebota en las paredes de las aulas y los patios, se gesta una pasión que trasciende las palabras. Es un fervor que se dibuja en las sombras de los edificios antiguos, un susurro en el viento de las marchas, un grito ahogado en el bullicio de las asambleas. El sentimiento que embarga a los militantes universitarios es un entrelazado de pasión y frustración, esperanza y desencanto, un mosaico de emociones que danzan al ritmo de una utopía en constante construcción.
Esto último me fue recordado en tiempos recientes. Mi paso por la UBA fue fructífero y de mucho esfuerzo. Continué mi militancia secundaria en la Franja Morada de Derecho. Muchas horas sin dormir, muchas frustraciones y una sensación inconsulta que no me animaba a preguntarme: ¿Para qué carajo hago esto?
El tiempo pasó y me recibí. Me alejé de ese mundo por un par de años. Hasta que tuve la fortuna de que una persona se cruzó en mi vida. De ella puedo decir muchas cosas, pero su característica central era su militancia universitaria. Fue esa primera vez, cuando charlamos, que, teniendo de fondo a “Los Tabaleros” y a través de la pasión que dilucidaron sus ojos, empecé a sentir mucho respeto y admiración por todo aquello que me estaba mostrando.
Estaba entusiasmada y sumamente comprometida. “Bienvenido a mi villa”, me dijo la primera vez que me acercó a su facultad. Yo nunca había pisado ese edificio (nunca tuve motivación ni relación tampoco), pero me alegraba como me contagiaba lo que más amaba hacer en el mundo.
En las veces que la he secundado, me ha demostrado que cada acto de militancia era una pincelada en un lienzo de transformación. Cada intercambio con sus compañeros era un concierto de voces al unísono, cada trabajo realizado un fin de semana de descanso, una coreografía de nervios en movimiento, y, por supuesto, cada frustración se formulaba como una sinfonía de descontento que clamaba por justicia y comprensión.
“Estoy muy cansada”, me decía, pero aportaba todo grano vital a la causa. Su causa. Fue cuando todo se volvió oscuro, como me ha pasado a mí y como a varios que la hemos vivido; que te sumerges en un pozo de escepticismo profundo y sientes que todo tu esfuerzo es estéril. Te sientes desconectado y te resignas hasta apagarte. Sí, eso es lo que la gente nunca conoce de la vida militante universitaria: que entre tanto entusiasmo puede venir la debacle.
“Los que no pueden más, se van”, dice Viernes 3 AM de Charly García. Aquí, para información del lector, estuve yo, en un barandal, y me dejé caer dado que no podía soportarlo más. Tenía miedo, pensé que ella también podría caer, pero no. Floreció o, mejor aún, no claudicó. Rota, deshecha y con millones de dudas, decidió no adentrarse en silencio en la oscuridad. Siguió levantándose temprano, organizando su tropa y, por sobre todo, construyendo referencia. Ese calipso sagrado para todo joven que dedica horas a pasarlas detrás de una mesa en un pasillo frío de su facultad.
Alfonsín siempre decía que “cuando uno está en crisis, tiene que mirar a las referencias”. En eso se sustanció ella. Y no en meras acciones, sino en manifestaciones de un compromiso profundo, de un ferviente deseo de no solo entender la vida de los demás, sino de rehacerlas, de modelarlas con manos firmes y con corazones ardientes para un futuro que se anhela mejor.
Fue así que la vi y conocí el corazón de la militancia. Vivo y real. Pensé que era un mito, pero late una experiencia de comunidad que se forja en la fragua de una lucha compartida. De reformismo y universidad. Anudando lazos que se tejen entre los militantes como hilos de oro en una tela resplandeciente. Así, la actividad militante se convierte en un anhelo silencioso de un refugio en medio de la tormenta, el apoyo mutuo es el pilar que sostiene la estructura del activismo, y la solidaridad es el canto que une las voces disonantes en un coro armonioso.
En la vorágine de las manifestaciones y el recogimiento de las reflexiones compartidas, se construyen vínculos que son más que simples amistades; son alianzas que trascienden el tiempo y el espacio, creando una familia que se forja en la resistencia y la esperanza.
Sin embargo, también, y como atestigüé con anterioridad, vi la resiliencia. La vida de esta militante (y de los miles que hay a lo largo y ancho del país) es un sendero tortuoso, donde los ideales y la realidad a menudo se encuentran en un conflicto perpetuo. La presión académica y el activismo, el choque entre las aspiraciones individuales y los objetivos colectivos, son las piedras en el camino que desafían la perseverancia. Estos retos, aunque arduos, son el cincel que esculpe la esencia de cada militante. Así, me ha enseñado que afrontar estos desafíos no solo fortalece la capacidad de luchar por nuestras convicciones, sino que también enseña el arte de colaborar, de negociar, de crecer tanto en lo individual como en lo colectivo.
Es por ello que, ante unas nuevas elecciones en la UBA y en el gran teatro del cambio social que nos azota a los argentinos, el sentimiento de la militancia universitaria se alza como un grito de libertad, una afirmación de la capacidad de los jóvenes para imaginar y construir un mundo nuevo.
Es una llamarada de esperanza en el firmamento de la historia, una huella indeleble en el tejido social.
Y recuerden, no solo transforma a quienes la abrazan, sino que tiene el poder de reescribir el destino de los que la rodean. La militancia universitaria le da sentido al ascenso social y a la idea de que los límites son mortales.
Es por eso que mi tiempo como militante universitario pasó, le pido perdón; pero nunca perderé la esperanza de que en el futuro me pueda seguir empapando de esa marca profunda en el sentimiento del presente y del futuro.
Por Alejo Ríos (@larunflaradical)