La Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE), que en su momento se convirtió en la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), tuvo un manejo controvertido de los llamados "fondos reservados". Estos fondos, que eran parte del presupuesto destinado a operaciones de inteligencia y seguridad, no estaban sujetos al mismo nivel de supervisión que otras partidas presupuestarias.
Los fondos reservados se utilizaron para una variedad de actividades, incluyendo operaciones encubiertas, pagos a informantes y otras tareas relacionadas con la seguridad nacional. Sin embargo, su uso a menudo era opaco y susceptible a malversaciones y abusos. A lo largo de los años, hubo numerosas denuncias sobre su gestión, incluyendo alegaciones de corrupción y desvíos de dinero.
La falta de transparencia en el uso de estos fondos ha sido un tema recurrente en la política argentina, y ha llevado a varias investigaciones y debates sobre la necesidad de una mayor rendición de cuentas en el manejo de recursos destinados a inteligencia y seguridad.
Sobre ese contexto, Martín Lousteau accedió a la presidencia de la Comisión Bicameral de Inteligencia, clave en la fiscalización de la SIDE y los millonarios fondos de su presupuesto, ampliados hace un mes por decreto a 100 mil millones de pesos, con los votos de Oscar Parrilli, Wado de Pedro, Florencia López, Germán Martínez, Leopoldo Moreau y Paula Penacca.
La única que no ha apoyado fue la senadora radical chubutense, Edith Terenzi, cercana al gobernador Ignacio Torres. Otra facción del Radicalismo.
Crítico de Javier Milei, y cuestionado por el peluca y sus seguidores en las redes sociales, Lousteau ya se había movido como opositor; siendo el único senador radical que votó en contra de la Ley de Bases. Aun así fue determinante su ayuda al Gobierno para que ese proyecto no naufragara: dio quórum y habilitó la sesión, lo que sin su presencia no hubiera sucedido. El oficialismo reunió 36 voluntades (tuvo que desempatar Victoria Villarruel), una menos que las necesarias para el quórum.
Esto representa una recomposición de un liderazgo que el Radicalismo podría tomar en la escena pública. Una puerta. Una ventana. Una nueva oportunidad para resignificar un cambio de página para revalorizar la construcción de una identidad.
No debemos olvidar que, en términos generales, el mapa político opositor que se ha ido delineando en estos últimos meses se encuentra signado por tres características centrales, todas ellas vinculadas entre sí: la diáspora de votantes sufrida por el peronismo; la apropiación de un considerable caudal de votos por parte del libertarismo que, sin embargo, no ha logrado unificar raíces a nivel nacional; y la emergencia de una pluralidad de fuerzas locales que, ancladas en sus territorios, no pueden trascender en el ámbito nacional. En este último nivel, está la UCR.
Hoy, la marca antipolítica que alquila Milei está atravesada por un signo de los tiempos: la crisis de la representación y la degradación del sistema democrático que había alcanzado cierta estabilidad en la posguerra. Es lo que, desde el campo de la Ciencia Política, O’Donnell designó con el concepto de “democracia delegativa”, para explicar que, luego de la transición democrática, en América Latina se configuraron formas institucionales débiles, sistemas que eran una pura forma basados en procedimientos en los que la participación ciudadana se circunscribe solamente al acto eleccionario.
Es decir, que las urnas suscriben en la Argentina un mero testimonio de existencia que se diluye luego como el agua en el desierto.
Esta transformación de nuestra estructura representativa tiene raíces más profundas. Hay que rememorar que la primavera de la posguerra, el crecimiento económico de EEUU y las potencias europeas, e incluso de algunas formaciones sociales menos desarrolladas y con características semicoloniales, habilitaron el fortalecimiento y la estabilidad política y social. Pero la construcción de la sociedad neoliberal tendió a socavar las bases de sustentación de los pactos sociales engendrados en ese período.
De allí, puras consecuencias que erosionaron la vida democrática a su paso. Entre ellas: el desempleo crónico, la polarización de las clases medias entre un sector cada vez más acomodado y una mayoría pauperizada, y la imposibilidad del capital de otorgar concesiones significativas para elevar el nivel de vida de las mayorías.
Es entonces cuando aquel “Estado de Bienestar”, que ayudó a moldear al Justicialismo, se fue transformando en el Estado anacrónico e incapaz de la actualidad, donde la armonía democrática encontró los límites.
Ahora bien, en el marco de las fuerzas que atestiguan tener algún fluido de representatividad entre tanto caos, la aparición de la construcción de un Radicalismo de centroizquierda dominante dentro de la estructura conservadora del centenario partido puede ser una expresión distorsionada y seductora para estos tiempos.
Las opciones dentro de la UCR (o más visibles para la sociedad) son la orientación neoliberal del Grupo Malbec o la conservadora antiperonista de Rodrigo De Loredo.
Siento que la definición y el discurso político que están moldeando la estructura de pensamiento del “lustocismo” están en constante diálogo con el escenario abierto que deja la inconformidad con los primeros resultados del ajuste brutal del gobierno. Aún en este contexto, siendo el foco de ataque de la derecha y sin estructura propia, hay vastos sectores de la población que se reivindican en las definiciones del senador y su espacio: la defensa de la educación pública, la movilización de la marcha universitaria en contra del desfinanciamiento y la denuncia de un ajuste brutal contra los sectores más desfavorecidos.
En consecuencia, la decisión o la vocación de conducción está. Hay un espacio vacante para el progresismo en la representación política argentina. Será el desafío para quienes se embanderan en aquellos principios poder volver a ocuparlo, dado que es un aporte necesario a la discusión pública en momentos donde los discursos que se escuchan ponen en riesgo la posibilidad de una vida en común.
Esa reconstrucción, dado el carácter del espacio, no puede apuntar en primera instancia a ser una alternativa de gobierno vaciándose de contenido. Debe apuntar a ser un núcleo de consensos ideológicos básicos que marque el debate público con posiciones y soluciones en pos del bienestar, la igualdad y la libertad.
Allí, la propuesta de este Radicalismo que parece representar Lousteau, más que una sumatoria de pequeñas agendas, debe encontrar su raíz común en encantar las dificultades de la realidad cotidiana de la población, como siempre lo han tenido los proyectos transformativos de la izquierda: ¿cómo asegurar que los ingresos permitan una vida digna?, ¿cómo garantizar el acceso a la vivienda?, ¿cómo brindar educación y salud de calidad como derecho humano?
Si ese gran consenso se formula puede volver a convocar a activos cansados de no tener qué militar ni qué votar, así como a quienes necesitan estructura y poder para jugar el partido. Si Lousteau se anima, hay materia prima.
Por Alejo Ríos (@larunflaradical)