Con su invasión a territorio ruso, Volodímir Zelenski logró cambiar la tendencia del conflicto y dejó aturdido a Vladimir Putin. No es para menos: es la primera vez en más de una década, cuando Rusia desencadenó el conflicto anexionando Crimea en 2014, que la guerra afecta directamente a los rusos en su propio país.
La sorpresiva operación militar sobre Kursk, en el sur de Rusia y zona fronteriza con Ucrania, le permitió a Zelenski romper un statu quo que mostraba a un Putin manejando la agenda del conflicto desde hace más de un año y que ahora estaba cómodo esperando la llegada de Trump a la presidencia para que haga lo que prometió: cortarle la ayuda a Ucrania y presionar a ambas partes para un cese del fuego que dejaría en sus manos los territorios usurpados a los ucranianos desde 2014.
Esta situación se estaba transformando en una lenta agonía para Ucrania y para el liderazgo de Zelenski. Además de evaluar lo mismo sobre la posible llegada de Trump al poder e intentar cambiar ahora el equilibrio de fuerzas en el campo de batalla, el líder ucraniano también necesitaba mostrar, a su gente y a sus socios occidentales, que todavía tenía una carta fuerte por jugar.
Ya con las manos libres por la autorización que hace un par de meses sus socios occidentales le dieron para poder usar el armamento en territorio ruso, habría logrado ocupar alrededor de 1.000 kilómetros cuadrados de territorio enemigo. Esto está obligando a un reseteo de la estrategia rusa que tenía su atención puesta en consolidar su presencia en el este ucraniano (región de Donetsk). Ya se cree que Rusia está sacando tropas de allí para contener el avance de los ucranianos dentro de su país.
La movida de Zelenski sorprendió a todos, incluso a sus socios estadounidenses. Biden dijo que no sabía pero que ahora lo apoyaba. Lo mismo Alemania, el Reino Unido y otros países occidentales. Todos esperan la reacción rusa que aún no llega pero que todos temen. No todos los días se desafía de esta manera a una potencia nuclear gobernada por un déspota que ya ha demostrado que no tiene límites para mantener y expandir su poder y el de su país. Y Putin está nervioso y preocupado: “El enemigo seguro que recibirá la respuesta que merece, y todos nuestros objetivos, sin duda, serán conseguidos”, dijo.
Sin embargo, el líder ucraniano también tiene motivos para preocuparse. Justo esta semana una investigación periodística del The Wall Street Journal responsabiliza a Zelenski de haber ordenado el sabotaje del gasoducto Nord Stream, el 26 de septiembre de 2022 en las aguas del mar Báltico. El ducto transportaba gas natural directamente desde Rusia hasta Europa Occidental, atravesando Finlandia, Suecia, Dinamarca y Alemania sin pasar por territorio ucraniano. La comunidad internacional pronto sospechó de Putin luego de aquel episodio.
Según el artículo, fue Zelenski quien autorizó inicialmente la operación y que, ante el pedido de la CIA de frenarla, no pudo hacerlo. The Wall Street Journal describe cómo y quienes idearon, planearon, ejecutaron y hasta festejaron la operación que, en ese momento, pocos meses después de la invasión rusa, parecía que podía cambiar el rumbo de la guerra.
Desde principios de 2023 se empezó a sospechar sobre la posible autoría ucraniana en el ataque, aunque Zelenski siempre negó su responsabilidad. Se entiende, porque de comprobarse que estuvo detrás de la voladura del gasoducto, sus socios europeos le podrían cortar el apoyo tanto militar como económico. Sobre todo, Alemania, ya que se trató de un ataque a una infraestructura que es suya.
Está revelación periodística podría significar un durísimo golpe para Zelenski, porque si bien Alemania dijo que mantendrá su apoyo a Ucrania (sus Servicios de Inteligencia dudan de que Ucrania estuviera detrás del sabotaje y creen que es posible que se tratara de una operación de ‘bandera falsa’ de Rusia), los líderes europeos y las fuerzas políticas más cercanos a Putin, o los que no quieren seguir involucrándose en el conflicto poniendo plata y armamento, ven una oportunidad para fortalecer sus posiciones.