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Venezuela, más cerca del abismo

Lula contínua apostando por una salida pacífica al conflicto venezolano frente a un Maduro que se muestra reticente a mostrar las actas y un país a punto de caer en un espiral de violencia y caos.
protesta Venezuela

Si bien antes de las elecciones en Venezuela del domingo pasado se presentaban algunos elementos que hacían pensar que el proceso electoral podía transformarse en el primer paso de una tímida transición democrática, también estaba claro que había que mantener la prudencia porque en ese país, desde que Nicolas Maduro es presidente, todo lo que puede salir mal sale mal. Y eso fue lo que sucedió. Y lo más grave es que todo puede ser peor.

Al autoproclamarse presidente electo sin mostrar ni un solo dato que certificara su triunfo (el Consejo Nacional Electoral no publicó las actas de escrutinio ni sus resultados), Maduro decidió cerrar la última puerta institucional y democrática que le quedaba para salir del poder.

Maduro prefirió hacer lo que hizo siempre, pero peor. Parado sobre los escombros de una Venezuela a la deriva ahora buscará que el tiempo pase y, mediante la represión y la persecución de opositores, intentará construir un nuevo statu quo parecido al que regía antes del 28 de julio y que le permita mantenerse en el poder con comodidad.  Maduro es sostenido por las fuerzas armadas y ese vínculo se mantiene inquebrantable. Eso quedó demostrado esta semana.

En este panorama la oposición no puede hacer mucho más de lo que está haciendo: mostrar las actas que certificarían que ganó en las urnas para convencer a todos que se les está robando la elección. Para hablar de una amplia victoria, 67% a 30%, se apoyan en más 24.000 actas de las que, asegura, tiene copia.

Joe Biden, en sintonía con Lula, le dio tiempo a Maduro para que muestre las actas que demuestren su triunfo. No hubo respuesta y Estados Unidos ya no tienen dudas de que Edmundo González Urrutia fue el elegido por el pueblo venezolano para ser el próximo presidente. Es lo que sostiene también gran parte de la comunidad internacional salvo Rusia, China, Irán, Nicaragua, Bolivia y alguno país más.

Brasil sigue esperando de Maduro algo que no va a llegar porque no ocurrió: pruebas de que tuvo más votos que Urrutia. Parece querer ganar tiempo para mantener una vía de diálogo con el régimen de Maduro para intentar alguna salida que no sea la que todos imaginan: una profundización de la violencia y el caos que derive en una profundización de la crisis humanitaria, y un nuevo éxodo de venezolanos que tendrá otro fuerte impacto en la región, sobre todo en Brasil y Colombia.

Así las cosas, Brasil queda entonces, junto a México y Colombia, como el único actor internacional capaz de influir en algo en Maduro. Antes de las elecciones le marcó la cancha advirtiéndole a Maduro que debía respetar los resultados. Después mandó a Venezuela a Celso Amorin, quizás el diplomático brasileño más prestigioso y respetado, para monitorear las elecciones. Ahora se niega a abandonar su rol de líder regional dialoguista que busca soluciones regionales a los problemas regionales y estaría buscando un acercamiento entre Maduro y Urrutia. Difícil.

Es la última carta que tiene y la juega en un contexto difícil para él. Quedó en una situación incómoda porque muchos consideran su posición como demasiado indulgente con Maduro. Habrá que ver hasta dónde está dispuesto a pagar los costos de no romper definitivamente con una dictadura para seguir buscando una salida política que Maduro ya demostró que no quiere.

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