Luego de la frustrante performance de Joe Biden en el debate presidencial que expuso todas sus debilidades, se instaló la sensación que el actual presidente y candidato demócrata no solo no ganará la elección del 5 de noviembre, sino que tampoco estaría en condiciones para conducir a la primera potencia mundial de acá a enero. Por todo eso, el mundo se está preparando para volver a recibir a Donald Trump.
Zelenski y Ucrania, los grandes afectados
Volodomir Zelenski debe ser la persona a quien más preocupa esta situación. Desde hace mucho Trump viene diciendo que los ucranianos se tienen que preparar para aceptar el fin de la guerra. Esto significaría algo así como perpetuar el actual status quo territorial en el que Rusia, además de seguir controlando Crimea, se quedaría con los pueblos y ciudades del sur y el este ucraniano invadidas desde 2022.
Se trataría de una derrota estrepitosa para la resistencia ucraniana y el final político de Zelenski, quien supo construir un exitoso liderazgo político y militar en medio de la invasión criminal que sufrió su país. Pero, quizá lo más grave, significaría un triunfo para las ambiciones expansionistas y bélicas de Putin. En el escenario que plantea Trump, el que las hizo no solo no las pagaría, sino que también sumergiría y dejaría en crisis y bajo amenaza existencial al ya castigado orden internacional establecido por las democracias liberales hace décadas.
Trump ya dijo que va a reducir o reevaluar la ayuda estadounidense a Ucrania. Y dijo que lo haría tan rápidamente que podría resolver la situación aun antes de asumir. Su posición con respecto a Ucrania es coherente con la política exterior que desplegó durante su mandato cuando la reducción de la participación de Estados Unidos en conflictos en el extranjero quedó clara. Estados Unidos no debe involucrarse en conflictos que para Trump le son ajenos y menos cuando eso implica desviar recursos que debería llegar a los ciudadanos estadounidenses. Además, para Trump, la guerra en Ucrania siempre fue un problema europeo y por eso son ellos los que tienen que hacerse cargo tanto financiera como militarmente.
Trump reafirmó esta posición durante el debate con Biden y ya casi no hay dudas que cuando vuelva a la Casa Blanca producirá un cambio sustancial en la política de Estados Unidos hacia Ucrania que tendrá consecuencias políticas a nivel global muy evidentes. Inexorablemente volverá a tensionar la relación entre Estados Unidos y Europa y envalentonará a un Putin que podrá exhibir ese éxito para liderar el club de las autocracias, que cada vez tiene más adeptos. Y que Putin obtenga logros territoriales por su política guerrerista y salga indemne, también puede incentivar a que China vuelva a medir los costos y los beneficios de ir por Taiwán.
Desde hace meses, Zelenski no pierde ninguna oportunidad para mezclarse entre los más importantes y poderosos lideres mundiales para pedirles más armas y dinero. Eso siempre tiene que estar acompañado de un explicito apoyo político para que quede claro que Putin sigue aislado y que nadie, salvo Trump y algún otro líder, está pensando en una salida política cuando a Ucrania le amputaron casi un quinto de su territorio.
Por eso estas últimas horas estuvo en Washington en la cumbre de la OTAN y se llevó lo que fue a buscar. Además de decirle que los primeros cazas F-16 proporcionados iban en camino a Ucrania y estarían disponibles, los líderes de la organización le dieron garantías de que podrá incorporarse a la alianza militar de Occidente luego de que termine su guerra contra Rusia. Se trata de un camino “irreversible” para ser miembro de la OTAN, le aseguraron.
Zelenski necesita de esa alianza para asegurarse que nadie pueda abandonarlo y en caso de que la salida política sea inevitable, estar en condiciones de negociar desde un lugar de mayor fuerza. El mensaje es para Putin, pero también para cualquiera que quiera cambiar la relación de fuerza. Por ejemplo, Trump.
El polémico Víktor Orban también lo espera
Otro que ya está palpitando el regreso del magnate a la Casa Blanca es el húngaro Viktor Orban, que sin importarle enfurecer y descolocar a sus socios europeos, busca transformarse en el “hacedor de la paz” en Ucrania. Luego de verse con Zelenski, con Putin y Xi Jinping, fue a visitar a Florida a Trump. Ambos están más cerca de Putin que de Zelenski.
Sus visitas a Putin y Xi, tras tratar de convencer a Zelenski que acepte un alto el fuego, las hizo mientras ejerce la presidencia semestral del Consejo de la Unión Europea. Por eso generaron un terremoto político. Los miembros de la UE ya le hicieron saber al húngaro que no están dispuesto a soportar sus impulsos inconsultos que comprometen a los europeos y que no quieren saber nada con Putin. Acusan a Orban de aprovechar su presidencia rotatoria del Consejo para encarar un tema sin el aval de ninguno de los otros miembros del club europeo. Tienen razón.
En Washington, Josep Borrell, el canciller de la UE, tuvo que dejar en claro que el único plan de paz que maneja la UE es el que puso sobre la mesa Zelenski y que Orban no tiene mandato europeo para negociar en nombre de los Veintisiete países. Para responder a las críticas, el húngaro dijo que solo habla en nombre de su país y que no ha negociado nada.
Trump parece estar armando en su residencia de Mar-a-Lago, donde recibió a Orban, su estrategia internacional para cambiar el rumbo de la política exterior de su país y volver a marcar claras diferencias con la UE y la OTAN. Para él y para Orban, seguir apoyando a Ucrania solo perpetúa la guerra.
Esta alianza entre Orban y Trump tampoco debería sorprender a nadie. Hace poco Orban se lanzó para la presidencia europea con el slogan “Hagamos a Europa grande de nuevo”, una adaptación del famoso “MAGA”. Pero no es la única coincidencia entre ambos, aunque el húngaro parece tener más facilidades de cumplir sus promesas en su país que Trump en Estados Unidos. Orban ya fue advertido por la UE por sus ataques contra el Estado de derecho y su política contra los derechos de las personas LGTBI, el control de los medios de comunicación y las organizaciones civiles. Habrá que ver si las instituciones en Estados Unidos soportarán los nuevos impulsos de Trump en un segundo mandato. Lo que está claro es que el magnate estará envalentonado.
La otra guerra
En Medio Oriente también hacen cálculos y construyen posibles escenarios en caso de que Trump llegue al poder. Bibi Netanyahu parece que lo está esperando y por eso se aferra el poder para soportar las presiones internas que no aflojan. Ya aguantó nueve meses a pesar de ser el responsable político de la mayor falla de seguridad de la historia de Israel el 7 de octubre del año pasado. Sin embargo y a pesar de que el apoyo de Trump a Israel siempre fue explícito, no estaría tan claro que una nueva administración en la Casa Blanca acompañe en todo lo que quiere hoy Bibi y su coalición.
Israel ganaría mayor confianza en sus acciones contra Hamas y posiblemente sí conseguiría más desde el punto de vista armamentístico para terminar con la infraestructura y con la mayor cantidad de terroristas de Hamas posible. Si bien no es mucho más de lo que ya le está habilitando Biden, sí podrá sentirse más respaldado políticamente para terminar definitivamente con la amenaza que representa Hamas.
Pero ese respaldo no será eterno. Como dijimos más arriba, Trump no quiere involucrase en conflictos ajenos que puedan perjudicar sus objetivos nacionales. Por eso también es probable que le imponga a Bibi una ventana de tiempo para que haga lo que cree que tiene que hacer para que Israel recupere su poder de disuasión, por lo menos en su frontera sur.
Pero luego Trump querrá terminar el trabajo diplomático que empezó en su primer mandato. Esto es reflotar los Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones entre Israel y varios países árabes, política que continuó tímidamente Biden. Si bien el 7 de octubre lo interrumpió, ese virtuoso proceso sigue en pie. Y la mejor prueba de eso es que ni siquiera la dureza de la ofensiva israelí en la Franja de Gaza para terminar con Hamas y las condenas internacionales, sobre todo occidentales, generaron reacciones diplomáticas duras de los países árabes. Todos preservaron las relaciones con Israel y, más allá de alguna declaración para “la calle árabe”, nadie salió con propuestas rupturistas.
Es muy probable que una nueva administración de Trump intente reflotar esos Acuerdos con mucha más fuerza. Eso implicaría involucrar necesariamente a Arabia Saudita, que al mismo tiempo exigirá que se defina una hoja de ruta para los palestinos en general y para la Franja de Gaza en particular. Trump acompañaría ese pedido porque no hay que olvidarse que su administración armó un Plan de Paz para Medio Oriente que contemplaba el futuro de los palestinos y que se llegó a presentar ante los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en 2020. Bibi y, sobre todo, sus socios se quedarían sin mucho margen para rebelarse. Puede ser más difícil decirle no a Trump que a Biden.
Irán, el gran desafío para las ideas de Trump
Sin embargo, nada será tan lineal porque hay un actor determinante que se sigue moviendo con soltura y parece mantener su poder de daño intacto: Irán. A través de sus grupos proxy, sobre todo Hezbolá, está acosando Israel desde el 7 de octubre como nunca. Es inimaginable gestionar el conflicto en Medio Oriente sin resolver la amenaza que representa Irán.
Cuando asumió en 2016 Trump adoptó una postura muy dura contra ese país e hizo todo para romper los lazos que se habían construido entre Irán y Occidente durante el gobierno de Obama. Optó por aislarlos regionalmente impulsando los Acuerdos de Abraham entre Israel y los países sunitas, todos enemigos del chiismo irání, el castigo a través de sanciones económicas y algunas operaciones militares muy puntuales como el asesinato del poderoso general Soleimani en un ataque con drones en el aeropuerto de Bagdad en 2020.
Por eso será clave entonces saber si habrá continuidad de esa estrategia y si eso alcanzará para disciplinar a Irán obligándolo a cortar o al menos limitar el suministro de recursos y apoyo a grupos como Hezbolá o Hamas. La otra opción, la política, parece más lejana salvo que Trump se convenza que ese puede ser el camino para evitar lo que él menos quiere: tener que involucrarse en una guerra tan lejos de su casa.