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Columnistas

Ser padre

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En estos siete años y medio que llevo de padre me di cuenta que lo más importante es el trabajo conmigo mismo. Primero mis desajustes mentales. Primero la autobservación de mis pensamientos. Primero lo que me pasa emocionalmente ante los desafíos que me trae mi hija. Primero el análisis de mis enojos. Primero yo. Esto puede parecer egocéntrico, pero es todo lo contrario.

Si no apuntamos a estar despiertos, ante cada cuestión que trae la paternidad o maternidad, seguiremos actuando en automático respondiendo con patrones que nos enseñaron o que usaron con nosotros. Los hijos nos desafían constantemente y en muchas oportunidades no damos nuestra mejor versión, sobre todo cuando la situación amerita calma y comprensión. Entender por qué actuamos como actuamos es un laburo imperioso e infinito. Se trata de descubrir y sanar las heridas que traemos de niños para no pasárselas a nuestra descendencia.

El mundo al que viene un recién nacido es complejo. Crecer, aprender e insertarse en un sistema hiperconectado no es fácil. De hecho, se nos complica y mucho a los adultos movernos en la matrix en la cual despertamos cada día. Hoy los estímulos que ingresan a través de los sentidos en las mentes de los niños son interminables. A esto hay que sumarle los quilombos mentales que arrastran padres y madres y que derraman inevitablemente en sus hijos e hijas. Darse cuenta de lo delicada de la situación puede darnos la fuerza y la voluntad para analizarnos a fondo. Si lo hacemos con constancia, de a poco iremos bajando una data más amorosa y comprensiva. Si seguimos distraídos y quejosos, culpando al afuera, no haremos otra cosa que derramar esa energía negativa.

Para hacer estos cambios profundos en nosotros mismos hay muchas opciones. Y aquí cada uno tiene para elegir el camino que más le siente bien. En mi caso, la terapia siempre me pareció que se queda corta. Obviamente, depende del terapeuta que uno elija, pero en las pocas experiencias que tuve no me funcionó. Siento que no es por ahí que puedo llegar a una profundidad, a la raíz de la cuestión. Mi camino fue por el lado de la ayahuasca y la psilocibina. Pero como dije antes, es algo muy personal encontrar la o las herramientas para provocar un cambio. Lo que sí estoy seguro es que no es rápido. Requiere de constancia. No se va a producir en una sesión de terapia, una toma de ayahuasca o un proceso con microdosis de psilocibina. Pero si nos trabajamos sin pausa, de a poco iremos viendo los resultados en nosotros y en el vínculo con nuestros hijos.

Pasa mucho por la aceptación. A medida que entendamos que el único laburo es con la calidad de nuestros pensamientos, veremos cómo emerge una mejor versión y desde ahí se irá depurando nuestro entorno, entre otras cosas. Y quizás, entre las cuestiones más importantes que sucedan, podremos transmitirle a nuestra descendencia cierta sabiduría que nazca de un lugar muy profundo de nuestro ser y que no sea una repetición de algo aprendido y viciado. Y así también estaremos más dispuestos a escuchar y aprender de la maestría que traen nuestros hijos e hijas.

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