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Sociedad

La increíble experiencia del argentino que se sumergió hasta las ruinas del Titanic

Submarino

Luego de la tragedia del Titan, el sumergible de la empresa OceanGate que implosionó al descender en el océano para recorrer las ruinas del RMS Titanic, Diario con Vos tuvo el privilegio de conversar con el único argentino que visitó los restos del legendario transatlántico.

Se trata de Claudio Pérez Taboada, quien actualmente reside en España, y que en el año 2005 se zambulló a la expedición del Academic Keldysh, el barco ruso de investigación oceanográfica que operó como nave de suministro de los sumergibles Mir. Desde una de esas cápsulas fue que el célebre cineasta James Cameron visitó los restos del barco británico que intentó cruzar el Atlántico para llegar de Southampton a New York.

De izquierda a derecha: Claudio Pérez Taboada, Anatoly Sagalecivh y el tercer tripulante de la expedición

Lo curioso es que durante el comienzo de la película Titanic, estrenada en 1997, las imágenes de los restos del mitológico barco que se muestran son de una filmación real, grabada desde el propio Mir. Quien además aparece en la película es el mismísimo Anatoly Sagalevich, el ingeniero que construyó la nave y los sumergibles y que piloteó el Mir durante las grabaciones para le película. Sagalevich también es el que llevó a Claudio al increíble viaje para conocer las ruinas.

El destino catastrófico del RMS Titanic tiene reminiscencias con nuestro presente. Es inevitable comparar lo que le pasó al transatlántico con la tragedia del sumergible de la empresa OceanGate. Lo cierto es que, a partir de esa tragedia, son muchas las personas que se preguntan cómo puede llevarse a cabo una inmersión en el oceáno que descienda hasta los 3800 metros profundidad. Ya el propio Cameron subrayaba que el riesgo de morir es algo presente. “Es la pesadilla que todos tenemos”, declaró en una ocasión.

Pero antes de elaborar conjeturas sobre el sentido de estos viajes, Diario con Vos decidió conocer el relato en primera persona del único argentino que experimentó tan excepcional empresa.

Lo primero que nos advierte Claudio es que “no se trata de un viaje de paseo” y que muchas de las opiniones que circularon estas semanas “desvirtuaron” el sentido de la travesía. “Sabés que hay un riesgo”, sostiene, “y que un accidente puede pasar, pero es un accidente con imponderables”. Y con respecto al sumergible de OceanGate, aclara: “Hay sospechas de que ha habido negligencia y que no está en condiciones. No estaba probado el material”.

-¿Qué diferencias encontrás entre tu experiencia y el tipo de viaje que realizaba la empresa OceanGate?

-Vos estabas en el barco y había una disciplina y un profesionalismo impresionante. Era una tripulación de cien personas. El barco era un barco de más de 100 metros, tenía 17 laboratorios, un canal de televisión, era un barco de investigación científica-oceanográfica. Y para cada inmersión, los dos sumergibles eran metidos como una especie de garage y los revisaban durante la noche tuerca por tuerca antes de la próxima salida. Y adentro todo era como una cápsula espacial llena de pericias de botones con luces. Yo pensaba, ¿qué pasa si con el hombro aprieto una perilla?, ¡nos vamos a la miércoles! Porque estaba lleno de perillas y de instrumentales. E íbamos tres. Dos acostados boca abajo y en el centro el piloto, que con un Joystick maneja el sumergible. El joystick estaba adosado a la cabina, no era una cosa suelta. El piloto iba sentado y los dos tripulantes íbamos cada uno al costado acostados boca-abajo. Y teníamos cada uno una ventanilla, un ojo de buey. Y además cuando yo fui ya se había hecho la película, el sumergible había tenido más de treinta o cuarenta inmersiones.  Este buque, con estos sumergibles, se usaba para documentales de National Gegraphic. Era muy serio y muy probado. Y te digo que eran obsesivamente meticulosos de la seguridad. Eso es lo que yo viví, ahora vamos a ver qué pasó con esta desgracia.

-¿Y por qué había dos sumergibles? El OceanGate solo tenía uno.

-Primero hay que aclarar la diferencia entre submarino y sumergible. El submarino se puede trasladar a grandes distancias por su cuenta y hacer la inmersión. Pero, además tiene un límite de profundidad muy acotado. No llega ni a tres mil ni a mil metros de profundidad. En cambio, el sumergible tiene que ser trasportado por un buque y no puede recorrer grandes distancias, no te hace cien kilómetros. El sumergible es transportado por un buque, es lanzado desde el buque o desde una plataforma que sale desde el buque y de ahí se hunde como una piedra. Y cuando llega al destino, ahí sí hace una recorrida que son dos, tres o cinco kilómetros. Y en aquel momento el Mir tenía hasta 72 horas de oxígeno, pero tenía 24 horas de batería. O sea que, en el peor de los casos, si se quedaba sin batería, tenías 72 horas de oxígeno para ser rescatado. Pero además hay otra cosa que tenía el Mir. Eran dos y bajaban los dos. Con dos horas de diferencia para no correr el riesgo de chocarse. Y la visual es muy limitada. Y siempre mantienen una distancia prudencial prolongada. Pero si uno de los Mir tiene un inconveniente, se queda enganchado, el otro Mir está disponible para colaborar. Para empezar que el otro Mir sabe tu posición y hasta te puede ver si es necesario. Y acercarse a ver desde el exterior si estás enganchado, donde te enganchaste, dónde puede estar la falla, comunicarse entre los MIr y e informar un problema de motor, de batería, de oxígeno, etc., para subir y buscar rescate.

El sumergible Mir en el que viajó Claudio

Claudio cuenta que el tiempo de descenso y de ascenso del sumergible desde ultramar hasta los 3800 metros de profundidad fue semejante al que tuvo el OceanGate: cinco horas en total. Mientras que tuvo 4 horas de para recorrer el Titanic. “no ibas a mirar un barco viejo, estabas viendo una historia muy conmovedora de gente que iba con todas las ilusiones de empezar una vida en New York y nunca pensaba que iba a terminar como terminó”, cuenta Claudio.

-¿Cómo fue el descenso dentro de sumergible hasta llegar a las ruinas del barco?

-Nosotros la pasábamos bien, charlábamos. El piloto nos comentaba en qué profundidad estábamos, porque el tema es que después de los 100 metros de profundidad es completamente de noche. No ves nada. La luz solar llega hasta los 100 metros, después te guías solamente por la luz instrumental. Y cuando llegas cerca del fondo, no te apoyás cerca en el suelo, es como un amperímetro. Al llegar a 3-4 metros de altura, ahí frena el sumergible y empieza a ir en forma horizontal y en ese momento prende las luces el Mir, que son luces aggiorno. Y entonces ibas como si fuera un barquito, a 4 metros de altura del suelo, a 3800 metros de profundidad y veías pececitos blancos sin ojos y arañas de patas largas. Lo que sí fue muy conmovedor es que, no sé si sabés, pero el Titanic cuando se sumergió, se partió en dos. La proa calló de un lado y la popa calló a 800-900 metros de distancia de la proa. Y todo el contenido del barco se esparció por el medio. Y ahí quedan restos. Y eso son 800 metros que están desparramados como si un gigante hubiera agarrado el barco, lo hubiera partido por la mitad y hubiera esparcido los restos. Y después vas a la popa, que es la parte que está en peor estado, y ahí ves los motores, que eran de cuatro pisos de altura. También ves las hélices y después te llevan a la zona donde estaba el deck de primera en el que la gente se asomaba al mirar el mar, también ahí estaban los restaurantes y estuvieron los músicos tocando hasta que el barco se terminó de hundir. Ahí ves el gran agujero, el gran pozo que se utilizaba para ir a los distintos decks. De la escalera no queda nada, solo restos de madera y un pozo gigante. Y finalmente subís.

La mítica escalera del RMS Titanic

-¿Y de dónde te surgió el deseo de conocer el Titanic?

-Mirá, a mí me pasó lo que le pasó a mucha gente. Y te digo mucha gente porque cuando yo estuve en el Keldysh también estaban con nosotros varios especialistas que tenían mucha experiencia en haber bajado y hacer investigaciones sobre el Titanic. E inmediatamente después que yo bajé, nos cruzamos con James Cameron, que subía para hacer uno de los últimos documentales sobre el Titanic. Y charlando con ellos, todos habían contado cómo había surgido su interés por el Titanic. A James Cameron y a muchos les pasó lo mismo. Mi padre me regaló un libro que se llama La última noche del Titanic, que es un clásico. Fue el primer libro que se hizo documentado, tipo historia novelada, de lo que había sido la salida del Titanic, cómo se había vivido y lo que había sido la noche de la colisión con el iceberg. El libro tenía algunas fotos muy buenas, históricas. Había una muy buena, que ahora también se puede ver en internet, que es el iceberg que se fotografió en blanco y negro, que aparentemente fue con el que chocó el Titanic porque tiene una mancha roja y estaba en la zona donde colisionó. Y entonces leí el libro y me quedé atrapado como si fuera una historia de fantasmas. Y bueno, las historias. Los millonarios que había ahí, los no millonarios. Las cosas que pasaron esa noche. Si vos leés lo que relatan los testigos sobrevivientes después, están llenos de anécdotas muy interesantes de cómo se comportó la gente. Y encontrás de todo: desde gente que se disfrazó de mujer para subir a un bote, hasta gente que sacrificó su vida o como el matrimonio Straus que decidió quedarse.
Entonces está lleno de historias muy interesantes, por qué pasó lo que pasó, que fue realmente mucha fatalidad, porque hay muchas cosas que lo hacen a uno pensar que parecía que el barco estaba condenado a hundirse. Y bueno, a mí el libro me atrapó, y después cuando salía alguna noticia, un documental, un recorte de un diario, yo lo iba recortando y lo leía. Y siempre lo tuve en la cabeza, era como juntar algo sobre los Beatles. Hasta que un día, ya de adulto, en el 2003, hojeando una revista Forbes, veo una nota periodística de esta expedición y que piensan hacer otra. Entonces dije "es el sueño del pibe". Es como si te dijeran, mirá vas a pasar vacaciones una semana con Messi. Las ruinas del TItanic se descubrieron en 1985. Si vos me decías en 1980, “mirá se va descubrir el Titanic y vas a tener la posibilidad de bajar y ver los restos del Titanic, para mí sería como viajar en el tiempo. Sería pensar en un imposible. En 1980 no habían descubierto ni el barco. Y, sin embargo, ese sueño después se cumplió. Era casi el destino, porque si yo no hubiera visto esa revista no hubiera podido viajar. Es como si uno está con la antena parada por algo y uno va captando señales. Se ve que el hecho de que una parte inconsciente mía estaba atenta a ver si encontraba alguna cosa más, algo que no conocía, y ahí encontre esa expedición.

Claudio Pérez Taboada saliendo del sumergible Mir

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