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Columnistas

Los Beatles vs. el Kremlin: a 20 años de la visita de Paul McCartney a Moscú

24 de mayo Paul McCartney

Lo más cerca que McCartney había estado de Moscú cuando compuso “Back in the USSR” fue cuando los Beatles visitaron Suecia en el 63 y 64: unos 1600 kilómetros aprox. Aún así, Paul se las arregló para inventarse un reconfortante regreso a un territorio que nunca había pisado pero al que trataba como si fuera su hogar (“estuve lejos tanto tiempo que ya casi no conozco el lugar, por Dios qué bueno es estar de nuevo en casa”, dice sobre la Unión Soviética). No era una estrategia de seducción de masas sino más bien un chiste: la idea de la canción era parodiar “Back in the USA” de Chuck Berry, pero sin querer Paul había sembrado una semilla que -según historiadores de todo el mundo- hizo su buen aporte a la caída del régimen. El guiño al público soviético -que no era tal, pero así fue tomado- potenció la influencia de los Fab Four sobre una juventud apabullada por la represión y el aburrimiento que los tomó como bandera de liberación. Censurados, por lo bajo, en forma de copias piratas grabadas de long plays entrados en valijas de doble fondo, los Beatles se convirtieron en la antítesis de la rigidez comunista, una tentación para cualquier persona de menos de 25 años, viva donde viva. Ante esto, no es casual que McCartney haya podido tocar en Moscú recién el 24 de mayo de 2003, hace apenas veinte años, ya con la Unión Soviética derrumbada y Putin en el poder. Al fin, el autor de “Back in the USSR” copaba la Plaza Roja: un moño para el extinto siglo XX.

Para ser más rigurosos, el primer beatle en visitar el gigante euroasiático fue Ringo Starr, quien tocó con la All Starr Band en San Petersburgo en 1997 y en Moscú al año siguiente. Sin embargo, la llegada de McCartney tuvo otro cariz, en parte por haber compuesto aquel tema emblemático, pero también por haber sido uno de los líderes del grupo que disparó entre los jóvenes de la Unión Soviética una revolución silenciosa que pesaba más que cualquier Guerra Fría. El escritor Mijail Sifovov contó en primera persona en la revista de crítica literaria española Letra Internacional a qué punto los Fab Four se habían convertido en enemigos públicos para el gobierno soviético: “En un colegio de Leningrado se representó un proceso-espectáculo contra los Beatles. Nombraron un fiscal público y el juicio fue transmitido por la radio. Los alumnos manifestaban su indignación ante los actos perversos de los Beatles. El tribunal acabó condenando al grupo por conducta antisocial [...] Cuanto más luchaban las autoridades contra la influencia corruptora de los Beatles, más se devaluaba aquella autoridad y más se cuestionaba la ideología oficial que se nos pretendía inculcar desde la infancia”.

La prohibición es el recurso de los autoritarios que no encuentran soluciones, y para allá -obvio- fue el Kremlin. Cuando se puso de moda el flequillo, el “coiffeur de seccional" al que hacía referencia Miguel Cantilo en “Yo vivo en una ciudad” se abría una sucursal moscovita y le devolvía la rectitud al joven insubordinado con un corte varonil. Ni siquiera se editaban los discos de los Beatles en la URSS, pero la música siempre encuentra su camino: los marineros y viajantes los compraban del otro lado de la Cortina de Hierro y los entraban con disimulo, y a partir de ahí la maquinaria pirata se sobreponía a las precariedades y se ocupaba de la fabricación y distribución. Antes de los cassettes el formato eran los roentgenizdat, “discos hueso”: duplicaciones de los vinilos en radiografías descartadas de hospitales a las que se les imprimían surcos. El sonido era un espanto, desde ya, pero quién te quitaba lo bailado con “She Loves You”.

A fines de los 70 y principios de los 80 el gobierno soviético empezó muy tibiamente a abrirse a Occidente. En ese plan, oficializó la existencia del rock con una visita de Elton John, que dio una serie de conciertos en el Rossia Concert Hall de Moscú. Ahí, el autor de “Your Song” aprovechó la oportunidad para darle a los rusos lo que se les venía negando: Beatles. Después de interpretar un set de 27 canciones, la elección para el último bis fue un medley de “Get Back” y “Back in the USSR” que -dicen las crónicas de la época, ninguna de ellas soviética- sacó de quicio a la audiencia.

La apertura se profundizó con la llegada al poder de Mijail Gorbachov en los 80 y su proceso de Perestroika. Si de renovación se hablaba, ¿qué mejor gesto que permitir al fin la entrada de los Cuatro de Liverpool, aunque más no sea grabados? Así las cosas, la multinacional EMI (dueña del catálogo de los cuatro de Liverpool) y el sello local Melodiya firmaron un convenio por el cual se pusieron en las bateas soviéticas 300 mil copias de A Hard Day's Night (1964) y un compilado llamado A Taste Of Honey. Se agotaron en un par de días.

back in the ussr

En ese momento Paul decidió que sus fans soviéticos merecían un mimo y lanzó Снова в СССР (1988) (la traducción del título es, cómo no, “Back in the USSR”), un álbum pensado sólo para la audiencia de la confederación (aunque más tarde se terminó editando en todo el mundo). Estaba conformado por covers de rock and roll primigenio como “That’s Alright Mama” (Elvis Presley), “Ain’t That a Shame” (Fats Domino) y “Lucille” (Little Richard) y significó un notorio paso al frente para salir de la prohibición, pero había un detalle: por algún motivo (podemos conjeturar cuál) se le seguía escondiendo a la juventud soviética la etapa más liberadora y contracultural de la carrera de los Beatles, la segunda mitad de su discografía, aquella que empezó con Rubber Soul (1965) y se extendió hasta Let It Be (1970). Todo eso tuvo que llevarlo el mismo McCartney en persona.

En 1989 cayó el Muro de Berlín y dos años después dejó de existir la Unión Soviética. Con esto, la invasión de estandartes capitalistas fue instantánea: todos vimos los kilómetros de cola para entrar a los primeros McDonald’s. Sin embargo, los músicos que hicieron -como dice el músico ruso Sasha Lipnitsky en el documental How the Beatles Rocked the Kremlin- “el primer agujero en la Cortina de Hierro" seguían sin pisar la Plaza Roja. El “mundo libre” y sus aspiracionales mercantilistas podían entrar, pero oficializar la aceptación de un símbolo de rebeldía tan combatido parecía demasiado. Para que eso pasara tuvo que desembarcar en el poder la generación que creció venerándolos, cosa que sucedió en mayo de 2000 con la asunción de Vladimir Putin.

recital en rusia

El presidente ruso no sólo autorizó la demorada visita del Beatle, sino que lo recibió como si fuera un par suyo. En reunión íntima, charlaron sobre “cosas cotidianas” y sobre sus familias -McCartney dixit- y el primer mandatario se declaró fan. “Los Beatles trajeron un sabor a libertad, una ventana al mundo”, dijo Putin, convirtiendo en pro algo que el poder de su país consideró una contra durante décadas (poder al que, vale aclarar, él pertenecía: durante el régimen comunista Putin no era precisamente un activista opositor, sino un agente de la KGB). Aunque no se esperaba su presencia en el concierto, el político cayó sin avisar. La ironía quiso que se ubicara en su butaca cuando Paul tocaba “Calico Skies”, un tema de Flaming Pie (1997) que acababa de regrabar para un compilado a beneficio de los chicos damnificados por las guerras.

Las entradas para el show costaban 300 dólares, tres salarios promedio de aquella época en Rusia. Sin embargo, más de 20 mil personas estuvieron en la Plaza Roja, a metros del mausoleo de Lenin, viendo como el ex melenudo empezaba su set con “Hello Goodbye”, una hermosa canción tontorrona de esa fase psicodélica que en teoría seguía siendo un misterio por aquellas latitudes. Clásicos de los Beatles, de Wings y de su obra solista, más un tributo a John Lennon (“Here Today”) y otro a George Harrison (“Something”, con ukelele) y un par de gemas que nunca había tocado en vivo (“She’s Leaving Home”, “Two of Us”) se fueron apilando en un concierto al que, por una vez, la etiqueta de “histórico” no le quedó grande. “Back in the USSR” también sonó, desde ya, y no una sola vez: Paul la hizo promediando el recital y la retomó para los bises, entre “Yesterday” y el reprise de “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”. Todo esto quedó registrado en Paul McCartney in Red Square, el documental editado en DVD que recoge este show y el que dio al año siguiente en San Petersburgo.

El del 24 de mayo de 2003 en Moscú fue un recital de rock, y fue bastante más. El simbolismo está claro: se aplaudió a rabiar -con la presencia del presidente de turno- a uno de los dos compositores principales del grupo que durante la Guerra Fría representaba todo lo que el régimen comunista no quería para sus jóvenes. Sin embargo, verlo como un hecho positivo o uno negativo es cuestión de posturas: se puede entender como una muestra de que la libertad siempre termina imponiéndose, pero también se puede interpretar como un ejemplo de que el sistema engulle tarde o temprano a todas sus resistencias. Como sea: “Back in the USSR” al fin sonó en Rusia, en la voz de su autor, y la gente bailó, cantó y fue feliz. Todo lo demás viene después.