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Columnistas

Mover la pelota

Hasta darme cuenta de que yo no era tan importante ni para el fútbol ni para la vida, tuve que aprender (y aprendí) a administrar mi ego. Lo chequeo permanentemente. El fútbol –la vida – me pusieron de rodillas para algo, pensé. Me invadió una sensación de serenidad que quise reprimir, porque mi estado natural era de estar en combate contra el mundo. Entonces cómo iba a permitirme pensar en el fútbol ¿Desde cuándo? No lo sabía. Pero sentía que algo empezaba a soltar.

Había apostado hasta lo que no tenía para llegar a jugar en primera. Una tarde fría de junio, mediados de los noventa, lo había conseguido. Fui al banco por la lesión de Tata Martino con Belgrano de Córdoba de locales, en Lanús. Hice el precalentamiento, me llamó el entrenador, me dio las indicaciones y me quedé dando unos saltitos en la mitad de la cancha esperando que la pelota se vaya afuera para poder entrar. Pero la pelota se fue adentro de nuestro arco. Perdíamos. El técnico cambió la estrategia y regresé al banco de suplentes. No pude entrar aunque estaba feliz porque había llegado. Lo que no sabía en ese momento es que nunca más volvería a firmar una planilla de primera división, ni cambiarme en el vestuario de primera, nunca más. Porque llegó una lesión en la rodilla y otras cosas que el fútbol no me había preparado para enfrentar.

Estoy convencido, porque las veces -y fueron muchas-, que la vida me la puso difícil tuve dos y sólo dos caminos posibles, que veía y veo con total lucidez. La primera, quedarnos estancados. Lamentándonos como si fuese una víctima de la que todos están en contra. La segunda, saltar al vacío, ponerse en acción. Por eso afirmo que cuando me fui de Lanús, renací. Cuándo digo que me fui de Lanús no sólo me fui del club sino que me mudé a Capital. No fue una fecha cualquiera, porque hasta ese entonces había vivido la vida de alguien que había soñado con ser futbolista. Me la había pasado buscando culpables, a quién señalar.

A veces me pregunto, ¿quién me sacó del fútbol? ¿Una lesión? ¿El dirigente que me dejó libre? ¿El representante que tenía mi transferencia a Brasil y por esas cosas que nunca te enterarás no se hizo?

Tal vez, y solo tal vez, algo de eso haya influido. Pero ahora viéndolo a la distancia suena a excusas. Entonces me pregunté cuántos días, cuántos meses, cuántos años iba a seguir permitiendo que la vida se siguiese apagando, desperdiciando, por estar enojado con todos, peleándome con el mundo e incluso conmigo mismo.

Tenía que mover la pelota. Me aferré a la literatura, leí, y leo, muchos libros y también empecé a estudiar el comportamiento humano, el desarrollo personal a través del coaching y la inteligencia emocional. Aprendí que el primer paso no te lleva adónde queres pero te saca de dónde estás. Aprendí que la mejor manera de espantar nuestros miedos es enfrentándolos (verás como se reducen). Y me di cuenta de que del otro lado de mis miedos me estaban, sin saber, esperando grandes cosas.

Por eso quiero invitarte a que te reinventes las veces que sea necesario. A que te muevas. Ponete en acción. No importa, nunca, cuantas veces nos caemos sino cuánto tardamos en levantarnos. Animarnos a soltar para poder curar. Practicar la aceptación ya que no podemos modificar los hechos tal cual ocurrieron, no podemos cambiar esa realidad pero lo que sí podemos es determinar nuestro destino.

Porque como dice Boris Cyrulnik – padre de la resiliencia- y lo escribo en el epígrafe de mi segundo libro: “El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”.

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