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Opinión

El precio de las cosas

Perseguir deseos.

Cuando muchas personas desean, piden y buscan lo mismo al mismo tiempo, por cuestiones económicas, matemáticas, y también amorales, esas cosas suben de precio y, con cada pedido, son cada vez más inaccesibles, hasta que llega un momento en el que la acumulación de esos deseos y pedidos hacen, irónica y paradójicamente, que cada una de esas personas que desean, piden y buscan estén cada vez más lejos y con menos posibilidades de alcanzarlo.

Menudo mundo. Por eso es que yo siempre intento pedir cosas que nadie quiera, que estén baratas, accesibles, que alcanzarlas no tenga ese impedimento tan capitalista y matemático, sino que estén en otro plano, en uno en donde casi nadie mire y que, entonces, nadie o casi nadie interpondrá demasiada resistencia en que eso me sea dado, o alcanzado.

No se trata de una avaricia personal de no querer dar lo necesario para obtener lo deseado, no: podría resumirlo en que jamás me ha interesado ser parte de la mayoría y que, en consecuencia, siempre he ido detrás de mis sueños sin importarme demasiado cuáles eran los de los demás. Nací con esa contracorriente, no lo puedo evitar. Y aunque en general la faceta, que bien podría ser interpretada como una táctica, casi siempre me ha dado buenos resultados, debo admitir que no es garantía de absolutamente nada y que los deseos más grandes, o los que más ambiciono, parecerían no regirse por las lógicas de las teorías ni por las de los libros de economía y matemática, ni por ninguna otra.

En esos casos sucede algo diferente. Tiene lógica. Robert Bresson, un cineasta francés que también se dedicó a escribir maravillosos aforismos, pensaba que era mejor el sonido del tren que el tren en sí. Algo similar sucede con los sueños, los deseos o las cosas que queremos: la realidad jamás podrá ser tan espectacular como lo que creamos en nuestro cerebro.

Pero eso nos lleva, inexorablemente, a una encrucijada: ¿Cómo sobrellevamos adelante la realidad? En la búsqueda de alcanzar nuestros deseos, las cosas que queremos, o los sueños caemos, casi sin quererlo y obligatoriamente, en una especie de crucigrama que esconde otras cosas y que suponemos, no sin cierto acierto, que deberemos completarlo, despejar todas las equis y hallar cada una de las incógnitas, para poder seguir avanzando.

No soy de aconsejar pero creo que la clave es siempre la misma: la insistencia. Que uno no se rinda; que en todo caso lo derroten. Pero que siga.

El riesgo es claro: cuando el camino se transforma en el fin, entonces aquél lugar al que íbamos empieza a desvanecerse como si fueran recuerdos ya muy lejanos. Y hay un riesgo aún mayor: llegar al destino y que no sea, como con el sonido del tren y el tren, lo que esperábamos. Nunca nadie me lo dijo, aunque siempre lo supe: la clave para obtener o alcanzar lo que deseás, es confiar en vos mismo. Y yo, que siempre he creído que la esperanza es un buen lugar desde el cual mirar el futuro, pero que también sé que la duda es la garantía que tenemos los hombres y las mujeres de no convertirnos en bestias o en fanáticos, que son la misma cosa, me encontré dudando de la esperanza, aunque esperanzado de que tarde o temprano se disipe, pero no del todo.

Está claro: nadie apuesta repetidamente, hasta el cansancio, en algo que no cree. Pero es raro. Hay personas que darían hasta lo que no tienen por conseguir lo que les falta. No soy de aconsejar pero creo que la clave es siempre la misma: la insistencia. Que uno no se rinda; que en todo caso lo derroten. Pero que siga. Otra vez.

Un hombre caído es uno que ha peleado, que lo ha intentado, y que aún puede levantarse. Yo no soy matemático ni me han gustado mucho los números pero intuyo, con mi educación terciaria casi completa, que ahí sucede algo similar, aunque inverso, a lo de la oferta y la demanda. Si uno es la demanda el tiempo suficiente, bueno, eventualmente obtendrá lo que busca. Cualquier día puede ser el menos pensado.