Las vacaciones son un momento muy esperado por todes. Si para muchas personas es una época de descanso y de disfrute, para otras, en cambio, es el momento en el que las oportunidades laborales se multiplican y el trabajo se intensifica.
En nuestro país, la práctica del veraneo existe desde hace más de un siglo, aunque con importantes transformaciones. Para mediados del siglo XX, la experiencia de las vacaciones se hizo extensiva a sectores cada vez más amplios de la sociedad. En ese contexto, y hasta la actualidad, Mar del Plata se erigió como la ciudad balnearia por excelencia de nuestro país. No solo fue un destino atractivo para quienes deseaban veranear allí, sino también para miles de personas que buscaban insertarse en el mercado laboral asociado al turismo. Descanso y trabajo fueron, entonces, dos caras de una misma moneda.
El crecimiento del turismo fue acompañado por una multiplicación y diversificación de los servicios destinados a satisfacer las necesidades de quienes veraneaban. Así, durante la segunda mitad del siglo XX, la hotelería, la gastronomía o los balnearios, fueron espacios de trabajo en los que se ocuparon una gran cantidad de varones y de mujeres, de diversas edades y orígenes. Una de las particularidades de estos trabajos radicaba -y sigue ocurriendo aún- en su carácter estacional, es decir, su concentración en unos meses del año.
Estas condiciones hicieron que fuera un sector particularmente atractivo (y rentable) para quienes deseaban o podían insertarse en el mercado de trabajo durante solo algunos meses del año. Este fue el caso de algunas mujeres o varones jóvenes que buscaron incorporarse a este tipo de ocupaciones ya que les permitía compatibilizarlas con otras actividades: en el caso de las mujeres, con el trabajo doméstico y de cuidados y en el de los jóvenes, con algunos estudios. Para otras personas, en cambio, si bien la temporada era un momento que permitía hacer una “diferencia” económica, no era suficiente y buscaban realizar otros trabajos en los restantes meses del año.
Durante largas décadas, los sectores asociados al turismo como el hotelero o gastronómico, se sostuvieron gracias a una división del trabajo asentada sobre desigualdades de género, clase y origen migratorio que asoció distintas ocupaciones, habilidades y espacios laborales a hombres y mujeres en función de su género, su edad y su lugar de procedencia. En hotelería, los varones, por ejemplo, ocupaban aquellos puestos de mayor jerarquía, reconocimiento social y económico como las direcciones de los hoteles, las conserjerías y recepciones, las cocinas, etc.
Las mujeres, en cambio, solían concentrarse en tareas afines a la limpieza las que, además de demandar un importante esfuerzo físico, contaban con una menor valoración social y económica. Algo similar ocurría con aquellos trabajadores y trabajadoras migrantes que se instalaban en la ciudad durante la temporada de verano, para luego volver a sus lugares de origen o buscar nuevos destinos laborales. Tal fue el caso de miles de personas oriundas de la provincia de Santiago del Estero que viajaban miles de kilómetros –y continúan haciéndolo– para “hacer la temporada”, aportando una importante cantidad de mano de obra para los puestos de menor jerarquía y con mayor requerimiento de esfuerzo físico.
Así, durante mucho tiempo, género, clase, origen, espacio y trabajo se articularon para definir quiénes estaban habilitados/as para desempeñarse en distintos puestos. Esto solo comenzaría a transformarse con los cambios que afectaron al sector en los años noventa cuando, de la mano de un proceso de “profesionalización” del trabajo (que, sin dudas, no ha concluido), mujeres con determinado nivel educativo y saberes específicos institucionalmente reconocidos, comenzaron a insertarse en espacios hasta el momento exclusivos de los hombres, como las conserjerías de los hoteles o las grandes cocinas. Sin embargo, ello no tuvo como contraparte la inserción de los varones en las áreas tradicionalmente feminizadas, persistiendo hasta hoy en día una fuerte desigualdad que continúa asignando casi exclusivamente a las mujeres las tareas menos cualificadas, menos reconocidas y valorizadas.
Si bien las ocupaciones de temporada podían ser una oportunidad para muchas y muchos trabajadores, al mismo tiempo podía exponerlos a situaciones en que se vulneraban algunos de sus derechos laborales. La falta de descansos, jornadas laborales extensas, horas extras y porcentaje (o laudo) gastronómico impagos, sueldos inferiores a los establecidos por los Convenios Colectivos de Trabajo del sector o despidos injustificados, eran las irregularidades más frecuentes. Los avances en materia de derechos laborales que se dieron en el siglo XX no se garantizaron de manera similar para todos los sectores. Particularmente, aquellos vinculados con el turismo se caracterizaron, históricamente, por altos niveles de informalidad, flexibilidad, trabajo a deshoras, lo que, en cierta medida, los alejó del modelo de trabajo extendido en las décadas centrales del siglo XX: formal, regulado, estable, atado a un puesto fijo, etc.
En una época del año en que muchas personas están descasando y disfrutando del veraneo, volver sobre la historia de quienes, con su trabajo, hicieron y hacen posible estas experiencias de descanso y ocio, permite también reflexionar sobre las condiciones laborales en que actualmente se llevan a cabo estas tareas y las desigualdades de género, clase, origen, etc. que, a pesar de ciertas transformaciones, no solo persisten sino que, en contextos de crisis y precarización del trabajo, se profundizan.