“Te perdono, pero es la última vez”. Si yo les pregunto quién dijo esa frase en una charla entre un padre y su hija seguramente dirán que el padre. No fue este caso. Mi hija me lo comunicó luego de que le pidiera disculpas. Remarcó lo de “la última vez” porque yo no estaba en un buen momento y mi paciencia no se encontraba a la altura de mi vínculo con ella. Se había perdido un playmobil que habíamos comprado recientemente y me salió culparla. Al otro día, más frío, me di cuenta que las palabras que había empleado obedecían a un enojo que venía de otro lado. Por eso sentí la necesidad de pedirle sinceras disculpas.
Siento que, si uno se equivoca emitiendo una energía de enojo ante una criatura que está formando su personalidad y no se disculpa, queda una marca importante. Creo los adultos no solemos mostrar arrepentimiento con los niños porque eso nos pone en un lugar vulnerable. Perdemos nuestra autoridad. Es una cuestión del ego que no se fija el mensaje nocivo que podemos estar bajando porque lo único que importa es reforzar el “yo tengo la verdad”. A pesar de que internamente sabemos que no estamos usando las palabras adecuadas, no queremos reconocerlo porque si lo hacemos nuestras órdenes pierden fuerza.
Perdonar, perdonarse y que te pidan perdón, tiene una función sanadora. Si sabemos que lastimamos a nuestro hijo por algo que nos aqueja y que viene del otro lado y lo dejamos pasar sin hacernos cargo en una charla sincera, nos estamos lastimando a nosotros y a ellos.
Una de las cuestiones más interesantes del perdón ante un niño/a, es la gran posibilidad de enseñarles que los adultos también nos equivocamos y mucho. Tener más edad no implica saber más de todo o tener la razón siempre. Yo le remarco a mi hija que me equivoqué y que seguramente lo seguiré haciendo, como también le sucederá a ella. Darse cuenta es una manera de ayudarse a no volver a cometer el mismo error y de estar más atento en una próxima vez para no trasladar frustraciones personales. Reconocer que uno se equivocó nos hace avanzar como padres.
Al ver que le pedí perdón, observo que mi hija también lo hace más seguido conmigo si considera que no estuvo bien. Y no se trata de cargar con culpas, porque nadie tiene la culpa de nada. Es aceptar que nos atraviesan constantemente emociones de todo tipo que, si no están trabajadas, pueden desembocar en un daño hacia los seres que más amamos. Dejar del lado el estúpido orgullo y aceptarse vulnerable ante nuestros hijos les puede dejar una enseñanza mucho más nutritiva que reafirmar frases del tipo “las cosas son así y punto”.
Pedir perdón es sincerarse con lo que no nos gusta de nosotros. Y hacerlo nada más y nada menos que ante la mirada y la escucha de nuestros hijos nos enseña y les enseña a ser más flexibles y comprensivos.