Cuando me observo a mí y a otros adultos en la manera que interactuamos con lo que nos rodea y lo comparo a cómo lo hacen mi hija y otros niños, noto una gran diferencia. Mientras que los grandes solemos dar por sentado todo y explicamos la vida desde un lado informativo, los más pequeños se maravillan ante lo que se les va presentando. Y ahí me doy cuenta cómo hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Nos llama más la atención el nuevo iPhone que los miles de bichitos y plantas que nos rodean.
La percepción infantil es comparable con una experiencia mística. El niño vive mucho más el momento que el adulto. Vive en un mundo que está dotado de más realidad, de más verdad. Mientras que nuestra mente racional desarrollada nos pone un velo y más si estamos en la ciudad absorbidos por el sistema.
Claro que esto no les cabe a todas las personas. Pero creo que la gran mayoría caemos en “zoombielandia” y nos dormimos una buena siesta en ese sueño creado por todos que nos aleja de la esencia. Por eso me parece interesante que ante cada pregunta de nuestra criatura nos tomemos un tiempo para sentirla y no salgamos a explicar y encajonar la realidad desde nuestra percepción materialista. Conectar con el asombro de nuestros hijos/as, es conectar con nuestro niño/a interior.
Se trata de cambiar la ecuación por momentos y que ellos sean los maestros. Si en vez de contestar en automático nos sumamos a ese estado en el que todo es una maravilla, probablemente comencemos a sentir lo mismo. Nuestra tarea es estar atentos a lo que hacemos y decimos para no interferir en ese presente que experimentan de forma natural. Por ejemplo, cuando les facilitamos pantallas estamos separándolos de esa realidad divina. Los sumergimos en ese mismo mundo virtual en el que estamos todos, que forma parte de la vida moderna, pero que fue creado por el humano y nos distancia de la naturaleza. Si cambiamos por la “pantalla de la vida” nos vamos a dar cuenta que es por ahí. Y además, a diferencia de la pantalla de la Tablet, en la “pantalla de la vida” las posibilidades son verdaderamente infinitas. Hay profundidad, se puede tocar, sentir, oler y sobre todo interactuar activamente sin límites. Y el guión, lo crean los niños. Todo en pos de estar presentes.
Entregarle libremente un teléfono a un niño de ocho o nueve años, es comenzar a separarlo de la verdad. Es arrastrarlo al lugar dormido en donde estamos todos. No digo que haya que prohibirles el acceso a ver una película, por ejemplo, pero sí poner especial foco en el tiempo y la calidad del material que observan.
En definitiva, propiciar más salidas y actividades al aire libre para no cortar esa conexión divina ayudará a nuestros hijos y a nosotros mismos a sentir la vida tal cual nos fue dada, como un verdadero milagro.