Un hospital del norte de Ghana le dijo a Sulemana Abdul Samed, en una visita de rutina al médico, que mide ni más ni menos que 2,89 metros. Esto convertiría al hombre de 29 años en el más alto del mundo, pero la clínica rural a la que asistió no tenía las herramientas para comprobarlo fehacientemente.

Luego de recibir el diagnóstico de gigantismo hace unos años, Samed se encontraba en su turno mensual con el médico para lidiar con las complicaciones que conlleva su enfermedad cuando le pidieron que se pare contra una barra medidora. No lo pudieron medir: era más alto que la propia escala.

Tuvieron que atar un palo a la barra para llegar a medir su altura, o al menos un número estimado. Por suerte, un periodista de la BBC acudió al lugar de los hechos con una cinta medidora de casi cinco metros para calcular la altura exacta. Con la ayuda de un vecino, que se paró sobre un banquito para marcar la altura de Samed en una pared, lograron la medición exacta: 2,23 metros.

Esto lo dejó, al final, bastante abajo del verdadero hombre más alto del mundo, llamado Sultán Kösen. Él mide 2,51 metros. Ambos sufren de acromegalia, una grave enfermedad causada por una secreción excesiva de la hormona del crecimiento, producida por la glándula pituitaria.

Esta enfermedad, además del excesivo crecimiento, provoca una desfiguración progresiva, con un crecimiento desproporcionado de la cara y las extremidades, manos y pies y, muchas veces, genera una importante protuberancia en la espalda del paciente. Además, el agrandamiento de las vísceras, el tiroides, el hígado, el riñón y el corazón pueden ocasionar problemas sistémicos, y los pacientes suelen sufrir dolores de cabeza, musculares y articulares, entre otros síntomas.