En una escena de Recta final, el documental estrenado en 2010 que retrata los últimos años de vida del cineasta Ricardo Becher, el homenajeado dialoga con Javier Martínez (se conocían desde que el ex Manal compuso música para Tiro de gracia en el 69, película en la que además actuó) sobre la música actual. “¿Qué hay? Un tipo que aprieta un botón en una caja de ritmos que es un aburrimiento electrónico organizado, y arriba de ese ruido infame se pone a putear, a tener un discurso pornográfico vacío de sentido, o a amenazar, o a tener un discurso del bajo fondo. Boludeces, sin melodía, sin nada”, argumenta el baterista. “Hay excepciones”, retruca Becher. Martínez se pone firme: “No. Es la decadencia, fueron para atrás”, dice. Y el director, por entonces con ochenta años, pone las cartas sobre la mesa: “En rap tenés a Public Enemy, los Beastie Boys, no podés generalizar”.
El prejuicio que exhibe Martínez en esa secuencia, ese pánico a la irrelevancia disfrazado de nihilismo, es lo único que puede privar a alguien de -digámosle- la generación del rock de disfrutar de un show como el que CA7RIEL y Paco Amoroso dieron en Obras al aire libre, bajo la lluvia. No puede haber mucho más pretexto para no divertirse como se divirtieron ocho mil chicos y algunos grandes en Obras que la tirria al hip hop, una música que la ortodoxia juzga fácil (“un aburrimiento electrónico organizado”), automática (“un tipo que aprieta un botón en una caja de ritmos”) y siempre extranjerizante, como si el rock hubiese surgido en Chañar Ladeado.
También hay que decir que si alguien del rock siente que en el universo de CA7RIEL y Paco puede ser sapo de otro pozo, algo de culpa tiene ese paragüas amorfo al que llamamos trap, que incluye -claro- trap pero también rap de cien variantes diferentes, reggaetón, R&B, alguna cumbia medio marchosa y pop surtido (hasta a Tini le han dicho “trapera”). Así las cosas, quien encare al dúo pensando en que se encontrará con un experimento sintético postmoderno se sorprenderá con a) una banda b) casi siempre de funk c) terriblemente eficiente, virtuosa y versátil. Nadie que se haya criado en el lenguaje rockero (en lo general) y de la música negra (en lo específico) puede encontrarle algún tipo de “otredad” a -por ejemplo- “Bad Bitch”, un funk duro con la marca de Bootsy Collins en el orillo. Tampoco a “Mi deseo”, de Paco, que en el fondo no es otra cosa que R&B con pulso de bossa. Menos a “No fue”, interpretada por CA7RIEL con la compañía de Chita, una hipérbole de rhythm & blues. Y ni siquiera a “Paga Dios”, canción en la que citan a “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana, un minuto después de presentarse con “Hips Don’t Lie” de Shakira.
También es cierto que en su propuesta el hip hop se puede insertar en el mencionado funk humano pero también en un contexto de electrónica clubber de los 90, como el rescate drum & bass de “Jala Jala” o el techno con fraseo de bajo synth gordo de “Keyhole”. Pero las generales de la ley apuntan a la seducción y al agite físico, incluso cuando abrazan formatos indefinibles como el de “Ola Mina XD”, al que llamaremos reggaetón raver a falta de una descripción más justa.
Como fenómeno de la Generación Z que son, entienden y manejan el random constante de Internet tanto como el castellano. Son capaces de pedir “un aplauso para Chiqui Tapia”, hacer cantar ópera al bajista, poner a bailar a un Messi animado la coreo de “Chinga Sport”, ilustrar “Paquirri” con shitposting de Sergio Massa y ese freak que estaba casado con Adriana Aguirre (ya lo hacían en el video oficial), tocar el himno “Muchachos” en clave tanguera melanco o simplemente hacerse bardear por amor al arte. Eso, que puede verse como una propensión a la comedia sin que esto implique payaseo de ningún tipo, se suma a cierta apropiación de algunas formas de lo marginal (el “eh wacho” repetido) para construir el idioma con el que se comunican con su público. Y la cereza es su conciencia de espectáculo, presente en un escenario literalmente sin techo (que ante la tormenta que amenazaba hizo temer lo peor), en una banda que acompaña en la performance (no hay un tecladista tímido a oscuras en el fondo: todos son un infierno) y -desde ya- en los dos frontmen que, como Mick Jagger pero distinto, juegan todo el tiempo con la hiperactividad y la ambigüedad.
Un show corto, de menos de una hora y media, en el que -además de todo lo relatado- Wos pasó a traer la Copa del Mundo y hacer “Niño Gordo Flaco” (la segunda función tuvo una baja con respecto a la primera: Miranda! no cayó a tocar el cover de “Don” con CA7RIEL, seguramente porque tendría concierto propio) es lo que nos deja esta noche pre navideña en la que CA7RIEL y Paco se reencontraron en vivo tras su hiato para solistear y un puñado de singles. Agradezcamos que en 2022 decir que alguien “tiene rock” es una imbecilidad supina, porque el remate hubiera podido ir por ahí. Hoy, algo mejor va a ser que digamos que todo esto es sólo un ritmo infame sobre el cual dos tipos se ponen a putear, a tener un discurso pornográfico vacío de sentido, a amenazar y a tener un discurso del bajo fondo, pero me gusta.
Fotos: José Luis García.