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Columnistas

En el país de las maravillas

Argentina 1985
Por AAIHMEG |Claudia Bacci

Argentina, 1985 nos enfrenta al espejo de un momento histórico y social cuyas consecuencias se extienden hasta el presente. Pese a la fragilidad del proceso democrático iniciado en 1983, el gobierno de Raúl Alfonsín respondió a la demanda de justicia del movimiento de derechos humanos con la CONADEP y la acción de la Justicia ordinaria, entre otras medidas. Ambas instancias eran sospechosas de connivencia para familiares de detenidos-desaparecidos, sobrevivientes e integrantes de organismos de derechos humanos, y fueron resistidas por las Fuerzas Armadas y otros sectores sociales comprometidos con el terrorismo de Estado. Esta trama política es el trasfondo activo de la trama ficcional que despliega una historia de heroicidades accidentales con suspenso de novela negra.

Desde su estreno, el éxito de audiencias en cines y plataformas digitales y las nominaciones internacionales, es acompañado de críticas sobre sus dimensiones cinematográficas y licencias ficcionales que trastocan las narrativas del género documental, historiográfico o periodístico, así como homenajes y debates públicos.

Quince minutos del inicio bastan para mostrarnos algo de lo que se le reclama, una contextualización más rigurosa del momento histórico y social del Juicio.

En el hall del departamento donde vive la familia del fiscal Julio César Strassera, la adolescente Verónica se maquilla para ir al colegio mientras escucha en su walkman Salir de la melancolía de Serú Girán. Su hermano Javier la interroga y la respuesta es un rayo calmo: “Porque quiero y porque puedo. Estamos en democracia, ¿no?”.

Minutos después, el personaje de Strassera discute con un funcionario político. La Cámara Federal de Apelaciones se preparaba para iniciar el Juicio ante la negativa de autodepuración del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. El Fiscal sospechaba una “trampa” para legitimar la impunidad militar. La ironía de Strassera es casi un viaje al presente: “Pero ¿qué pasa? ¿Vivimos en el país de las maravillas ahora?”.

No me vigiles

En el inicio de la película se entremezclan la vida doméstica de la familia Strassera, amenazada a diario por teléfono, y la inquietante vigilancia de la hija y su novio en la que interviene el hermano de 14 años. Strassera teme una “infiltración” de los servicios de inteligencia ligados a la dictadura por su rol como Fiscal. Una conversación con Verónica, que exige a su padre que deje de vigilarla, dirime el enredo.

“No me vigiles”, podría ser título de cualquier canción del rock nacional de la época dirigida a la sociedad en general que desconfiaba de los raros peinados nuevos de les jóvenes que participaban tanto del “Feliz Domingo para la juventud” como del equipo de “Fiscalitos” de Strassera.

Para quienes atravesamos la “primavera democrática” siendo jóvenes, sus promesas llegaban enunciadas con el preámbulo de la Constitución, con canciones, fiestas, actos inocuos como salir sin documentos, desentenderse de tabúes sexuales, o bien iniciarse en la política estudiantil y los partidos políticos. Todo junto y con la misma pasión, porque queríamos y porque podíamos. Estábamos en democracia, ¿o no?

Familias y familias

Las escenas de la institución familiar en la pantalla de esa Argentina de 1985 muestran algunas diferencias y transformaciones sociales y políticas profundas en relación al presente.

La familia Strassera intenta un equilibrio entre la comprensión de las rebeldías juveniles y la supervisión patriarcal de las mujeres de la casa. Un guiño contemporáneo las muestra a ellas más autónomas de lo que esposo e hijo creen. No hay pañuelos verdes todavía pero algo de esa “primavera” política y sexual abría un camino que todavía recorremos los feminismos y el movimiento de derechos humanos para ampliar y sostener las políticas de Justicia, Verdad y Memoria.

La familia del fiscal adjunto, Luis Moreno Ocampo, escenifica una confluencia remarcada en las últimas décadas entre las familias de clase media (alta) que apoyaron convencidas a la dictadura, y las familias militar y judicial cuyas lealtades históricas y corporativas eran puestas en entredicho por el Juicio. Si bien la familia militar parece menos intensa hoy, parte de la familia corporativa judicial persiste en asegurar la impunidad de los responsables de los crímenes de la dictadura.

En la ficción, los “Fiscalitos”, como parte de una generación no comprometida con la dictadura, reconfiguran una imagen de familia ampliada electiva cuyo compromiso político asume el pasado con sus sombras.

Finalmente, familiares de detenidas/os-desaparecidxs exponen en pantalla la violencia del terrorismo de Estado. El personaje del joven Alfredo Forti relata el secuestro en 1977 de su madre Nélida Sosa y sus cuatro hermanos. Todos fueron llevados al Pozo de Quilmes. Luego de unos días los hermanos fueron dejados al mediodía en una plaza cercana. “¿Cómo puede ser que alguien piense que ese grupo de niños era peligroso?”, pregunta Alfredo para remarcar que nadie les ofreció ayuda.

La militancia política y gremial y en la lucha armada disputaron el sentido de la democracia y la justicia desde los años 60, permeando la vida cotidiana con nuevas formas de subjetivación política y afectiva. La dictadura reconoció el peligro de estos lazos para su proyecto de “reorganización” político-social y, junto a la defensa de la “familia occidental y cristiana”, sistematizó el horror de los centros clandestinos y oculta hasta hoy los datos sobre la apropiación de niñas y niños y la desaparición de los cuerpos de lxs detenidxs. Estas “otras familias” tejieron un movimiento político ejemplar en la resistencia a la violencia represiva.

Inconsciente colectivo

Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, junto a sobrevivientes, familiares y allegadxs, recurrieron a estrategias tenaces para contrarrestar el mandato de silencio dictatorial, como muestra el personaje del film que, sin nombrarla, remite a Hebe de Bonafini.

Sin embargo, la desconfianza social y el prejuicio hacia les sobrevivientes atravesó los primeros años de democracia.

La película recoge el guante y sintetiza la emocionalidad de las Audiencias con una ajustada selección de imágenes y testimonios del propio Juicio, junto a la representación ficcional de otros como el de Adriana Calvo de Laborde sobre su parto. En otro momento, el personaje que encarna a Víctor Basterra insiste ante los Fiscales “Yo soy una víctima y a mí me van a escuchar”.

La injusticia de desoír los testimonios de las y los sobrevivientes tomó décadas en ser revertida. Sus testimonios están allí, en el Juicio de 1985, como un mojón de dignidad frente a la impunidad que perduró por casi veinte años, y a las dilaciones que la Justicia interpone hasta hoy. La ficción sobre la Argentina de1985 resalta la distancia que aún nos separa de una democracia sustantiva que rompa con sus compromisos más ominosos con la violencia estatal y la injusticia instituidas.