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Columnistas

Niños y niñas no carnívoros

infancia carne

Mi hija no come carne porque yo no como carne y en las comidas que preparo no está esa opción. Pero ya le he dicho que si tiene el deseo de hacerlo cuenta con total libertad para probarla. Hasta hoy no ha manifestado la necesidad de ingerir carne. Es más, detecta perfectamente y a la distancia el olor y le provoca un desagrado. Es un rechazo que no viene de la mente o de una orden que le hayan bajado. Sucede naturalmente. Pienso que hay un tema clave y determinante en su reacción: la información verdadera y sin vueltas.

¿Qué pasa si se le explica a un niño o a una niña de dónde proviene la carne que está en su plato? ¿Qué sucede si se le cuenta cómo matan a las vacas, los cerdos, las gallinas, etc? ¿Alguna vez se cruzaron con un camión de ganado con vacas apretadas yendo como a un campo de concentración y les dijeron a sus hijos cuál era su destino? ¿Les contaron las consecuencias ambientales que conlleva el consumo de carne?

Yo lo he hecho como no lo hicieron conmigo. Y no estoy señalando a mis padres y a quienes no lo hacen. Porque tampoco lo hicieron con ellos y hasta es lógico que uno siga en automático sin preguntarse nada. De hecho, el cero por ciento de las personas que consumen carne, al momento de mandarse un bocado tiene conciencia de lo que eso conlleva.

Quizás otra razón por la cual uno no cuenta la verdad o simplemente omite información es para “cuidar” la mente del niño o la niña subestimando su capacidad de recibir esa data. La mentira o el ocultamiento nunca trae nada bueno.

Aparejado al consumo de carne viene el tema de la famosa proteína. El miedo que te quieren tirar por la cabeza para defender al mundo carnívoro. Proteína que se puede encontrar en los hongos, garbanzos, lentejas, soja, quinoa, espirulina, frutos secos, etc, etc, etc. De mejor digestión y asimilación en el cuerpo. Mucho más barato para el bolsillo y para el planeta. Mucho más sano para el cuerpo y para el planeta.

Puede que no sea la opción más práctica para un niño la de no comer carne. Sobre todo en un sistema que te bombardea constantemente con imágenes de hamburguesas gigantes. O la nefasta cajita feliz acompañada de juguetitos atractivos.

También los cumpleaños pueden ser lugares “complicados”. Pero cuando uno empieza a moverse en ciertos ámbitos afines es más probable que lo que haya de alimento en la mesa esté en sintonía con lo que uno siente. Los mejores amigos de mi hija son de familias veganas, así que el camino se va allanando solo, sin tener que hacer ningún esfuerzo. De hecho, no se trata de forzar nada. Y menos de prohibir. Si Nina va a un cumpleaños y sobre la mesa hay carne y la quiere probar, tiene vía libre para hacerlo. Hasta ahora no ha sucedido. Seguramente la información y el no ocultamiento influyen. En definitiva, la simple y pura verdad.

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