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Columnistas

Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado en Huracán: el último avatar del mito redondo

Los Fundamentalistas del aire acondicionado

Antes que nada: es un error pensar que el público de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado es el público de Los Redondos. No es un hato de señores canosos nostálgicos de su juventud viendo a los músicos que solían acompañar al cantante de su banda favorita porque es lo que hay. La audiencia de los Fundamentalistas es, en realidad, la renovación del ser ricotero, su último (por “más reciente”, veremos si también por “final”) avatar. Hay varios señores y señoras, desde ya, pero cuando uno repasa campo y popular se encuentra con una mayoría de chicos y chicas que, o no habían nacido cuando Los Redondos dejaron de tocar, o estaban más cerca de amasar plastilina en preescolar que de ir a recitales. Los que vivieron desde adentro o desde la vereda de enfrente la gloria ricotera siempre se preguntan por qué existe tanta gente a la que no le hace ruido celebrar casi como reencarnación redonda a un grupo que no tiene ningún integrante original. Quizás la respuesta viene por ahí: no tienen nada que extrañar, todo es nuevo y todo es bueno.

Más de dos décadas después, no sólo se repite la música: también las consignas. “Una bandera que diga Che Guevara”: se cantó en este Tomás Ducó al 100 por ciento de su capacidad. “Matar un rati para vengar a Walter”: también, viene después en el mismo cantito. “El que no salta es un inglés”: estuvo. Vale preguntarse si esas consignas tienen hoy menos carga ideológica que en los 90 (por ser meras repeticiones) o más (por ser entonadas en un contexto en el que algunos intentan instalar que los jóvenes que se quieren rebelar se hacen de derecha). Pero si hubo cantitos de tribuna que marcaron una diferencia generacional con el ricoterismo vieja escuela fueron los de “Mauricio Macri la puta que te parió” y “Cristina presidenta”: mientras el fan de hoy celebra al Estado, el de antaño justamente se reunía en torno a su ausencia. Los nuevos valoran lo que para los viejos era una carencia que los hermanaba (“Los Redondos en los 90 eran un Estado sustituto”, definió alguna vez Alfredo Rosso). Y no es un dato menor.

Claro que toda esta entrada filosófica no tendría razón de ser si el show no funcionara. Y el show funciona, por muchas razones.

Primero y principal: porque se trata de músicos de probada destreza y conocido profesionalismo que -se nota- sienten devoción por lo que están tocando. Están interpretando la obra del Indio Solari (y de Skay Beilinson) pero la sienten suya, aunque la transiten con un guión de hierro que obliga a no innovar. Son una maquinaria aceitadísima: los roles están bien definidos (el guitarrista rítmico Gaspar Benegas es el frontman que hasta es parecido al patrón, Baltasar Comotto es el guitar hero con mística que solea en cuero, el tecladista Pablo Sbaraglia es el obrero pendiente de que todo se sostenga) y funcionan como una cooperativa (se reparten las funciones vocales del Indio, con Benegas, Sbaraglia y Comotto extendiéndose sobre buena parte del setlist pero también abriendo juego a las coristas Deborah Dixon y Luciana Palacios, con los responsables de los bronces Sergio Colombo y Miguel Talarita y con el bajista Fernando Nalé, que se carga “Preso en mi ciudad”, dedicada a Martín Carrizo). El único que permanece silencioso es Ramiro López Naguil, pues cantar y tocar la batería al mismo tiempo es una habilidad de pocos.

Segundo: porque el recorte es ancho y largo. El concierto dura ¡tres horas y media! con alrededor de 35 canciones (es fácil perder la cuenta, sabrán disculpar). Pero además la recorrida es amplia: hay recontra mega favoritos de todos como “Ya nadie va a escuchar tu remera” (el segundo pogo más grande del mundo, podría decirse) y hay canciones que se aprecian pero no disparan frenesí (“Shopping Disco Zen”, por ejemplo, que generó más de un “uh, qué temazo” pero no mucha respuesta física). Hay momentos en los que los pibes headbanguean despacito en medio de un mood oriental pesado (“Todos a los botes”) y hay otros en los que todo el mundo menea sin mucha culpa rockera (“El charro chino”, que hasta avisa en su letra "¡van a bailar funky-disco hasta aceptar que se hizo tarde!"). Hay medios tiempos con mística cancionera del Indio solista como “Había una vez” y hay new wave histérica ricotera como “Yo no me caí del cielo”. La idea es que entre todo lo que pueda entrar.

Otra razón por la que el show funciona: los bloques de canciones están armados con maestría. Captan la atención del espectador de inmediato con el tándem chicle de “Rock para el negro Atila”, “Mi perro dinamita”, “Unos pocos peligros sensatos” y “Un ángel para tu soledad”, después van en busca de credibilidad con el riff oscuro y brumoso de “Tomasito, ¿podés oírme? Tomasito, ¿podés verme?”, con “Martinis y tafiroles” y con “Ramas desnudas” y cuando la cosa parece entrar en un cono de sombras aparece el Indio cantando “Yo caníbal” desde las pantallas (“sorpresa” que se repite en “Encuentro con un ángel amateur” y en “Flight 956”). Hay un set con un cuarteto de cuerdas que encuentra su razón de ser en “Ostende Hotel” , hay algún mid tempo clásico redondo (aunque el track es de El ruiseñor, el amor y la muerte, de 2018) con rítmica en machaque lento en “El martillo de las brujas y hay una celebración de la banda a su hinchada (“Juguetes perdidos”) que viene con pedido de que no prendan bengalas y las guarden para el Mundial. Y por supuesto que hay “Ji ji ji” con la totalidad de los asistentes fuera de sí, esta vez con una coda de “Ella debe estar tan linda”. Lo dicho: la arquitectura del show aprovecha al máximo el material fuente.

Y por último, el show también funciona porque todo lo técnico es impecable: las pantallas tienen definición de concierto internacional, se escucha nítido desde el primero hasta el último de los instrumentos (gran diferencia con lo que venía pasando en las últimas presentaciones con el Indio) y sobre el final le suman al combo un épico set de fuegos artificiales.

El análisis sobre cómo “Motor psico” podría ser un tema de Soda Stereo con apenas un par de cambios, cómo se nota que alguien estaba escuchando shoegaze cuando se compuso “Gualicho” o cómo Los Redondos supieron amalgamar el saxo a entornos dark y combinar cierto trasfondo de rock clásico setentero con post punk de la década siguiente mejor que nadie va a quedar para otro momento, ya que en definitiva a nadie le importa: en Huracán no estuvo presente ninguno de los miembros del grupo que todos celebraban y tampoco fue una reunión nostálgica. La sensación era la de estar en una fiesta temática más que en un recital en sí, pero no es queja: era el código compartido. Con poca autenticidad para ser Los Redondos pero demasiada para ser otro grupo tributo, esa es la función que cumplen hoy por hoy los Fundamentalistas: ser continuadores de un mito.

Las mejores fotos del show de los Fundamentalistas del Aire Acondicionado

Créditos: José Luis García.

Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado tocaron durante tres horas y media en Huracán.
Parte ll lista de temas. Por José Luis García
Final lista de temas. Por José Luis García