“No tengo superpoderes, la botellita no la volteé con la mirada”, dijo Sergio Massa el jueves. Acababa de hacer un anuncio arriesgado para un ministro de Economía, o para todo ser humano: que va a llover.
La sequía, que según la Bolsa de Comercio de Rosario, achicará de 18 a 11 millones de toneladas la cosecha de trigo, se sentirá con menos dólares disponibles y más presión sobre el precio de los panificados. Otro desafío para la delicada situación del país, de la que sobresale una inflación corriendo al 100%.
“Ahora vivo viendo los mapas satelitales, y puedo decir que en los próximos 9 días se esperan lluvias”, apuntó el funcionario, deseoso de poder dar respuesta incluso a los problemas como la escasez de agua para la producción agropecuaria, una variable crucial para cualquier gobierno, pero por la cual -a diferencia del resto de la gestión- no se puede hacer nada, salvo que se crea en dioses o ritos.
La conferencia que organizó la Unión Industrial Argentina (UIA) generó mixed feelings. Los empresarios aplaudieron que el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, les dijera “héroes” cuando proviene de un espacio que los considera poco menos que ventajeros de la protección comercial. Y repetían un mantra ante cualquier funcionario del gobierno que defiende el modelo nacional y popular que se hacía presente: no hay dólares.
Se confirmó cuando Massa escuchó el agrio diagnóstico de Miguel Rodriguez, capo de Sinteplast, que le pintó -cuac- una situación de falta de divisas generalizada para acceder a insumos, que empieza a paralizar la producción.
“Estamos dando un anticipo de US$50 mil a las pymes y un plazo de financiación para el resto a 60 días”, devolvió el sucesor de Silvina Batakis y Martín Guzmán, que acaba de cumplir 3 meses en el cargo más silla eléctrica de un gabinete. Los comentarios que surcaron el centro de convenciones Golden Center en Parque Norte lo desmienten rotundamente.
“Desde que salió el nuevo sistema de autorización de importaciones SIRA no pude importar nada y tengo el 50% de las fábricas paradas hace un mes”, explicó a Diario Con Vos un empresario textil que incluso fue más allá: “Si nos van a recontra putear por los aumentos de precios, dejá que me consiga los dólares al paralelo, lo traslado a precios y así me seguís puteando pero puedo producir”. Se ríe del anticipo de US$ 50 mil que promociona el Palacio de Hacienda. “Me alcanza para 5 repuestos. Yo necesito 400 toneladas de materia prima, medio palo por mes”, grafica.
Lo increíble es la distancia entre lo que Massa quiere que pase con “el financiamiento” de los dólares para la producción y lo que realmente pasa. Otro empresario mediano cuenta que en agosto se mandó de una al Banco Central para que lo ayuden a conseguir crédito para pagar las importaciones como fijó el Estado. Lo recibió un vicepresidente. Mano a mano. Lo puso en contacto con una alta ejecutiva del Banco de Inversión y Comercio Exterior, el BICE. Le asignaron un ejecutivo para que se ocupe sólo de su caso, porque tiene 200 empleados. Pasaron cuatro meses y no consiguió nada, aun con atención VIP. Está empezando a adelantar vacaciones, mientras sigue pagando los sueldos y no fabrica. Massa dice que apelará a un rol más activo del Banco Nación. Por ahora quiere, pero no puede.
La voluntad del ministro de Economía se sostiene. El miércoles fue a la televisión y dijo que “no faltan dólares” y que aspira a terminar el año con más divisas que ahora. Es más, redobla la apuesta cuando le preguntan sobre la sangría de las reservas desde que dejó de pagar un tipo de cambio de $200 por la liquidación al campo y empezó a venderlas a $160. “Son los pagos de energía que se habían contractualizado”, devolvió.
En este punto, un detalle. Tanto él como el Presidente repiten que la invasión de Rusia a Ucrania que comenzó el 24 de febrero le costó al país US$ 5 mil millones entre lo que se dejó de recaudar por retenciones y lo que dejó de entrar en divisas. No está claro cómo llegan a ese número. A Emmanuel Alvarez Agis, de la consultora PxQ, un habitual hombre de consulta por chat del ministro, le da que -en términos netos- lo que aumentaron los precios del trigo, el maíz y la soja (que le vendemos al mundo) menos lo que aumentó el GNL (que traemos de afuera) quedó un saldo positivo de US$ 3 mil millones. A la firma Equilibra, que conducen Diego Bossio y Martín Rapetti, le da prácticamente un empate.
Feletti, ¿sos vos?
La tensión por los dólares se traduce en dudas sobre si la actividad económica podrá sostenerse en un contexto de caída de reservas combinado con un aumento de precios que licúa ingresos.
Además, se te llenan los esfínteres de preguntas sobre el horizonte de la moneda nacional. Hay muestras de que la situación está al límite cuando se mira la calle. Los taxistas están a nada de que los viajes ya les dejen entrar en el relojito. Eliminaron un decimal porque cualquier traslado que antes salía con dos ceros ahora sale tres. Y para la temporada de verano ya te dan directamente el precio en dólares, ante lo barrilete del peso.
La actividad de las fábricas tuvo una caída en septiembre del 0,2% respecto de agosto, según reportó la medición de la UIA, cuyo director ejecutivo, Diego Coatz, fue invitado a trabajar con el equipo económico para advertir los posibles parates por falta de insumos. Y la Confederación Argentina de la Mediana Empresa ya relevó 5 meses de caída de las ventas minoristas entre los asociados que responden su encuesta mensual.
Una multinacional de insumos para panaderías, además, detectó que octubre tuvo la primera caída de facturación en esos comercios respecto de 2021. El kilo de pan, que coquetea con los $500, todavía no refleja el impacto de un salto de la harina por la falta de agua, si Massa no hace llover, claro. “La calle está picante”, aseguran en una cadena de bares, donde notaron merma del 15% en la demanda y ahora le rezan al Mundial.
La desaceleración de la inflación que el Gobierno viene festejando como puede desde aquél 7,4% de julio al 6,2% de septiembre podría encontrar un freno en el dato de octubre que dará el Indec.
Todo se definirá según cuánto sigan cayendo los salarios con este nivel del costo de vida. La desaceleración de la inflación que el Gobierno viene festejando como puede desde aquél 7,4% de julio al 6,2% de septiembre podría encontrar un freno en el dato de octubre que dará el Indec.
Massa sacó de la galera una forma de ayudar a procesar el estado de cosas. Sorprendió en su paso por la TV con que “hay que ir midiendo la inflación por bimestres, bajarla un punto por bimestre y estabilizar y seguir bajando”. What? ¿Medir la inflación por bimestres? Crack. Genio. Balón de oro de la voluntad. El esfuerzo último para no perder aquél aura de “yo puedo” que le cascotean a veces el mercado que no le cree, a veces la vicepresidenta Cristina Kirchner y su hijo Máximo, siempre pensando en cómo no quedar pegados a las consecuencias de su propia administración.
La influencia de la líder del espacio se mantiene como en los tiempos de Guzmán. Hace un mes y medio, desde la Secretaría de Comercio que conduce Matías Tombolini trabajaban a full con Precios Cuidados con estos ejes:
- “Recuperar el espíritu de Augusto Costa”.
- “Canasta con pocos productos, no más de 400 o 500”.
- “Aumentos de precios mensuales más parecidos a los del mercado, para que haya abastecimiento”
- “Marcas líderes”.
Bastó que la Jefa tuiteara por el aumento de la indigencia que hacía falta más actitud sobre las empresas de alimentos y consumo masivo para que creciera la presión por un congelamiento de precios hecho y derecho. ¿Qué terminó habiendo? Una canasta de 1700 productos con precios fijos por cuatro meses y muchas marcas, bastante medio pelo. ¿El aura de Costa? En realidad, smells like Roberto Feletti spirit.
Ni el nombre quedó de Precios Cuidados, que ahora fue absorbido bajo el nuevo sello de Precios Justos. Otro nombre para el firmamento que ya supo tener también un Precios Claros y hasta un Súper Cerca, el intento de la primera que ocupó el sillón de Tombolini, Paula Español, que también le puso el valor en el packaging a los productos para tratar de llegar a los almacenes y supermercados de residentes chinos. Adivinen. No anduvo.
Porque está claro que todo el esfuerzo de la puesta en marcha de la canasta, con horas de cobertura sobre qué productos están y sobre si se encuentran o no, tiene escrito el resultado: si camina, habrá cantidad y éxito sólo en las grandes cadenas de supermercados, unos 2000 puntos de venta, con suerte el 30% del total de las ventas minoristas. El resto, justamente donde compran los sectores más necesitados, le hace pito catalán a todas estas estrategias de atajar en la góndola las remarcaciones que la política económica no logra desactivar. Según el Índice Barrial de Precios que mide el instituto Isepci, los alimentos en 400 locales de cercanía del Conurbano aumentaron hasta ahora más del 100% en octubre respecto de un año atrás.
Casi tan jugado como pronosticar el fin de la sequía, Massa aseguró también que todo se encaminará hacia una inflación del 3% o menos el año que viene. Es cierto, dispuso que por fuera de los precios congelados haya una pauta de aumento del 4% para el resto de los productos, y también, otra vez como reacción a una queja de Cristina, inventó un tope a los incrementos de la medicina prepaga, que no podrán superar los ajustes salariales. Ahora bien, en todo plan que trate de bajar una inflación que va del 80 al 100% a un 40 o 60% la pregunta de los economistas es obvia; ¿cuál es el ancla? Es decir, ¿cuál es el precio clave de la economía que se queda quieta para frenar el resto?
El dólar está subiendo en línea con el costo de vida, porque de lo contrario se van a terminar de llevar los escasos que quedan en el Banco Central. ¿Los salarios? Están corriendo de atrás y todas las paritarias se reabren porque van cinco años de pérdida de poder adquisitivo y no pueden seguir cayendo. ¿Las tarifas? Recién ahora está empezando la quita de subsidios. El atraso de los distintos componentes de la factura va del 70 al 120%. Difícilmente puedan aumentar cero el año que viene en el marco del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que prevé austeridad fiscal.
Como sea, una definición pareciera que se impuso en el equipo económico. Con todo lo dicho, por ahora gana la vocación por el “ir llevando la cosa gradualmente” por sobre los que en algún momento postularon la idea del “cortar de una” con un intento de shock de ajuste de precios relativos para frenar la inercia.
Al menos mientras la cosa aguante, por sobre la discusión técnica, está claro, mandan las posibilidades que da la política. En ese contexto navega las únicas armas que sostienen al ministro que llegó en la emergencia: su ambición. Y sus ganas. Más que nada las ganas.