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Columnistas

Educación viva

Educación viva

No soy un experto en educación viva, pero sí puedo hablar desde mi corta experiencia como padre de una niña de seis años y medio, que hace dos años que asiste a una escuela libre. Para los que no sepan, estas escuelas están fuera del sistema. No tienen que responder a contenidos curriculares que quedaron viejos y que, sobre todo, los niños y las niñas no eligen. Hay un acompañamiento personalizado por parte de las guías que van observando y sintiendo lo que ellos y ellas necesitan y desean.

Para elegir este tipo de pedagogía me pregunté si en mi infancia me sentía escuchado a la hora de aprender. La respuesta es que directamente no me preguntaron nada. Tenía que estar sentado en un banco por horas mientras me metían en mi sano y limpio disco rígido información sobre la Revolución de Mayo, la tabla periódica, ecuaciones matemáticas, accidentes geográficos, educación cristiana y un montón de contenido que no me interesaba y que en su gran mayoría no utilicé de adulto porque mi destino no tenía nada que ver con eso. Horas y horas escuchando y anotando lo que me imponían. De lunes a viernes. Desde los seis hasta los diecisiete años. Y encima me calificaban. Tenía la presión de conseguir una buena nota en algo que no me divertía y no resonaba con mis gustos.

Aprenden lo que quieren de corazón, lo que es para ellos y ellas, y que tiene que ver con lo que vinieron a hacer a este mundo.

Bueno, todo este sistema nefasto no sucede en una escuela viva. Por supuesto que se aprende, pero con felicidad y libertad. Aprenden lo que quieren de corazón, lo que es para ellos y ellas, y que tiene que ver con lo que vinieron a hacer a este mundo. Se les facilita ese camino en vez entorpecerlo con “conocimientos” que los preparan para que sean un engranaje más del sistema.

No suele ser fácil para los padres y las madres optar por este tipo de pedagogía en una sociedad en donde se señala a quien no sigue el mandato educativo. Te tiran por la cabeza el miedo a que no pueda ser ingeniera, médica o lo que sea. La escuela a la cual va a ir mi hija el año que viene es hasta los doce años, por ahora. A esa edad, tiene la posibilidad de rendir libre para entrar a un colegio tradicional, si es que así lo quiere. Será su deseo el que prevalezca, pero veo difícil que opte por actividades que no tengan que ver con lo artístico habiendo pasado por la educación viva.

Intuyo que tendrá un futuro que estará ligado al juego. Haga lo que haga. Porque lo cierto es que vinimos a este mundo a jugar, incluso en nuestros trabajos. Suena idílico, suena a frase hecha, pero es así nomás. Y si no lo sentimos de esa manera entonces es momento de preguntarnos si somos felices con lo que desarrollamos. ¿Jugamos, nos divertimos, estamos haciendo lo que queremos, con nuestro laburo le damos algo virtuoso al otro? Si la respuesta es no, quizás la causa esté en que nos programaron para que elijamos una de las opciones que no nacieron de nuestro corazón. Que nos fueron enseñadas desde la obligación.

Siempre se está a tiempo de cambiar, pero prefiero allanar el camino de mi hija para que explote su creatividad de la manera más sana posible. Y creo que una escuela viva acompaña ese rumbo.

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