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Columnistas

¿Qué cosa es un lugar?

Estación Retiro sobrero

¿Por qué sobre un mismo pedazo de tierra puede emerger París y en otro cualquiera un pueblito ignoto? ¿Qué es lo que hace que una parcela cualquiera del globo terrestre tenga un destino de metrópoli global y eterna, y otro espacio hecho de la misma materia permanezca en un rincón que nadie señala? Los lugares son mucho más que espacios del planeta.

En donde hay mucha belleza natural no suele haber grandes ciudades. Todo no se puede. Quizás la excepción sea Río de Janeiro, que ostenta los dos atributos. Pero la mayoría de los lugares del mundo tienen un nombre que espera ser pronunciado por alguien que no sea del pago.

Los pequeños municipios remotos se las ingenian para llamar la atención de algún curioso y hacer germinar la semilla de un turismo improbable. Así es como ya no queda un día en el que no se celebre la fiesta de algo que identifica a un lugar.

La Fiesta de la Gallina Hervida (en Luyaba, Córdoba), la del Asado con Cuero (en Viale, Entre Ríos), la del Tren a Vapor (en El Maitén, Chubut) o la de la Mandarina (en Chumbicha, Catamarca), y tantas otras. Hay para todos los gustos, un lugar y una fecha. La oportunidad para ser señalado en el mapa, y el hecho curioso de que un país tan melancólico como el nuestro tenga el calendario repleto de festicholas.

Ser poco frecuentados es, en sí mismo, el atractivo de muchos de estos lugares. Y a algunos de ellos les cabe la paradoja de la playa desierta: son tantos los que anhelan visitarla que cuando lo hacen se encuentran con que la playa está llena de gente.

Eso no le ocurre a Guido Rodríguez, un joven que recorre pueblos de la provincia de Buenos Aires de menos de mil habitantes. Sin previo aviso, llega a los lugares con sus perros y comparte la experiencia en las redes sociales. Cada descubrimiento resulta curioso por lo común: personas que se juntan a jugar al truco, el sabor noble de la comida casera y el verde parejo y recto de la llanura pampeana.

Un espacio se transforma en un lugar cuando es señalado por alguien. A veces es una simple referencia en el mapa, una Fiesta Nacional, una actividad económica o hasta la fuerza de un mito. Por suerte la fundación mítica de Buenos Aires quedó en manos de Borges que en su célebre poema dio referencias geográficas precisas sobre este asunto: la ciudad empezó en una manzana rodeada de campo y delimitada por las calles Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga.
Cada lugar construye su narrativa, el relato que le da sentido. Por más que el GPS vaya atrofiando la capacidad de orientación, todavía nadie dice: “Nos encontramos en 34°36′14″S 58°22′54″O” para señalar la ubicación exacta de lo que todos conocemos como el Obelisco.

Sin embargo, el mundo está lleno de lugares que no llegan a serlo. El antropólogo francés Marc Augé los define como “no lugares”; espacios transitorios sin identidad y sin historia. Lugares sin gracia, podría decirse.

Como los “no lugares” no tienen nada que los identifique y que los haga únicos, son muy parecidos entre sí. Cualquiera que los transite no podría precisar en qué ciudad del mundo está si se valiera sólo de las referencias visuales de esos espacios. Los shoppings, los aeropuertos, los hoteles de cadena, los parques de diversiones y la peste gastronómica de los patios de comida son algunos ejemplos de “no lugares”. Están por todas partes, pero en ningún lugar.

Como Internet, que curiosamente llama “sitio” a las parcelas virtuales que el algoritmo le ha reservado a cada asunto.

“Te vi en Instagram” me dijo alguien desde algún lugar. “Yo también te veo ahí todos los días. Hace años que no nos cruzamos en ningún lugar, pero nos vemos siempre en el mismo sitio”, le respondí.

Quedamos en encontrarnos en el bar en el que nos conocimos, pero cuando llegué descubrí que ya no estaba. Quizás había cerrado ¿o yo me habría equivocado de esquina? Hice click en “compartir ubicación” y se desplegó un mapa de un lugar desconocido. Me pareció lejano y desistí del viaje. Abrí el Instagram y volvimos a encontrarnos.

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