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Columnistas

Stealthing: sacarse el preservativo sin aviso es violencia

Stealthing

“¿Dónde pusiste el preservativo?”, pregunta Arabella después de un encuentro sexual. Zain, su cita, trastabilla y ensaya excusas: “Me incomodaba y me lo saqué”, “Pensé que te habías dado cuenta porque sentías la diferencia”, “No quise cortar el momento”. Ella se preocupa por las consecuencias que sabe que habrá: para empezar, tomar la pastilla del día después. Él simplemente intenta desviar el foco.

La escena es ficticia: pertenece a la serie I May Destroy You, que relata la vida de una sobreviviente de abuso sexual en primera persona y las implicancias que eso tiene en su cotidianidad. Pero podría ser real: cada vez se visibiliza más el stealthing, o la práctica de sacarse el preservativo sin consentimiento en medio de una relación sexual.

Considerado como delito en algunos países y con proyectos en marcha para que se tipifique en otros, ¿cuál es la situación en Argentina? ¿Qué herramientas hay al atravesar una situación así? ¿Es la solución el punitivismo?

Al igual que otras violencias que siempre estuvieron soslayadas, el stealthing puede pasar, hasta el día de hoy, desapercibido: porque puede suceder en un contexto de confianza o donde originalmente hubo consentimiento, porque sigue sin haber total concientización sobre el uso del preservativo. Sin embargo, se considera un abuso sexual porque, para esa decisión, no hubo consentimiento.

“Quizás a algunas personas les cuesta verlo porque el stealthing suele darse en el marco de una relación (formal, casual o la que fuera) y porque eso da cuenta de un consentimiento inicial para vincularse. Pero debemos aprender que el consentimiento es algo que debe tener alcances claros y renovarse en todo momento”, señala a Diario con Vos Carolina Rodríguez, fundadora de la red de Abogadas Feministas AMBA.

Será con consentimiento o no será

Aunque las posibles consecuencias físicas, como un embarazo no deseado o infecciones de transmisión sexual, son más claras, sacarse el preservativo tiene también efectos en otros planos. Cristel Analy Fabris, psicóloga y diplomada en violencia de género y ESI, explica: “Implica también un cuestionamiento a nuestro modo de vincularnos y los límites. Hay una culpabilización de la persona afectada, que piensa ‘¿Qué hice o qué dije para que creyera que podía hacer eso?’. Y la realidad es que no hacemos nada, sino que es quien lleva a cabo esta conducta quien vulnera los acuerdos sobre el uso de preservativo”.

Si el sexo es poder, muchas de las prácticas violentas que llevaron a cabo los hombres históricamente tuvieron como objetivo dominar. Sin ir más lejos, la abogada Alexandra Brodsky, quien popularizó el término stealthing, detalló que, quienes lo realizaban, lo justifican como un “derecho natural masculino”.

¿Cuál es la situación del stealthing en Argentina? ¿Qué herramientas hay al atravesar una situación así? ¿Es la solución el punitivismo?

“Los varones demuestran de la forma más cruda que pueden tener control sobre los cuerpos sin tener ningún tipo de reparo. Recordemos que hay jueces que hablan de ‘desahogo’ en relación a abusos sexuales contra mujeres. Eso es la cultura patriarcal: los varones entienden y avalan estas prácticas, sin comprender realmente que quitarse el preservativo es un abuso sexual en sí mismo porque se vulnera el consentimiento y el consenso en términos de qué sí acordamos hacer y qué no. Es también creer que la penetración es el fin último o el placer máximo, a cualquier costo”, agrega Fabris.

Con la Educación Sexual Integral como faro, se puede y debe trabajar sobre estas temáticas para prevenirlas. Desde los acuerdos y límites que hacen al cuidado del cuerpo, hasta el respeto de esos consensos y deseos de la otra persona, la ESI permite abordar estas situaciones a través de múltiples perspectivas.

Justicia patriarcal

El estado de California, en Estados Unidos, declaró que es ilegal quitarse el preservativo durante las relaciones sexuales sin consentimiento. En México se presentó un proyecto para sancionar con una pena de dos a cuatro años de cárcel a quienes realicen stealthing. En otros países como Suiza, Alemania y Canadá se llevaron a cabo juicios penales con condena por esta práctica.

En Argentina el stealthing no es un delito, aunque existen casos en los que la Justicia consideró estas situaciones como abuso y se procesó a los acusados. Rodríguez señala: “No tengo definida mi posición con respecto al Derecho Penal, pero me atrae mucho el antipunitivismo, y la idea de que no resuelve el problema. Desde ese lugar y entendiendo que ya encuadra como abuso sexual, pienso en si tendría sentido seguir buscando soluciones ahí. Por otro lado, conozco el efecto simbólico que opera en muchas personas que padecen violencia de género, poder ponerle nombres a lo que vivieron y que encima el Estado diga específicamente que es un delito”.

Como en cualquier situación de abuso, las mayores dificultades en el proceso son las probatorias, ya que, lógicamente, no suele haber testigos y tampoco se denuncia de inmediato. “La Justicia, en términos generales, funciona de un modo bastante hostil. Por algo planteamos la reforma judicial feminista hace un tiempo. A las personas les cuesta mucho elaborar que vivieron cualquier abuso y animarse a denunciar. Si encima de eso se encuentran con que las ponen en duda o con que las tratan de modo hostil, es todo lo contrario a lo que tendría que pasar”, agrega la especialista.

Sin iniciativas en el tintero para que se tipifique como un delito, y con el debate mediante sobre si esa es la solución, la visibilización sobre el stealthing toma fuerza con un consenso generalizado: tener sexo con una persona rompiendo los acuerdos establecidos es violencia y limita la libertad sexual de quien lo atraviesa.

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