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Ambiente

Bruno Rodríguez, dirigente de Jóvenes por el Clima: "Hay que conjugar el apocalipsis con una nueva utopía"

En la primera reunión de Jóvenes por el Clima, una de las organizaciones que luchan contra el cambio climático más importantes del país, había 11 personas. Eran, casi todos ellos, estudiantes o recién egresados de la ORT, la escuela técnica judía que parece magnética para buena parte de la clase media porteña, y estaban organizando la primera movilización de la agrupación Fridays For Future en Argentina, pensada para el 15 de marzo del 2019. No tenían forma de calcular cuánta gente podía acercarse al Congreso para esa jornada. Con 500 personas, más o menos, hubieran estado satisfechos. La movilización, al final, terminó juntando a cinco mil. 

Bruno Rodríguez es parte de ese once inicial del equipo de Jóvenes por el Clima. “Hoy -contó el dirigente- estamos en 13 provincias”. No es una organización enorme, cuenta con poco menos de 200 militantes en todo el país, pero sus 169 mil seguidores en Instagram y su llegada mediática y a políticos del más alto nivel la destacan entre sus pares. Rodríguez, por su parte, tuvo momentos de estrellato individual a partir de la organización que ayudó a fundar, como su discurso en la ONU, con un marcado y llamativo acento británico, o la publicación junto a su compañero Eyal Weintraub de La Generación Despierta, su libro sobre la lucha en defensa del clima y la juventud que la encabeza. 

Eyal Weintraub y Bruno Rodríguez, dos de los fundadores de Jóvenes por el Clima.

—¿A qué le atribuís el crecimiento vertiginoso de la organización?

Varias cosas. Por un lado fue por el contexto internacional, el revuelo que generó la novedad del movimiento juvenil, esas movilizaciones impulsadas masivamente en Europa pero que se extendieron por todo el mundo. Todo eso formó parte del caldo de cultivo de nuestro éxito, tanto mediático como político, en términos de interpelación a nuestra generación. Pero también creo que fue por la novedad de nuestro discurso, que conectaba las reivindicaciones sociales a lo ambiental, que fue novedoso e interesante para los medios de comunicación y las organizaciones sociales y políticas. 

Es llamativo cómo ese fenómeno de movilización en todo el mundo que existía cuando empezaron hoy parece que se diluyó casi completamente. 

—Sí, a nivel mundial el movimiento fue perdiendo su capacidad de instalar demandas en el centro de la escena pública. Eso, en parte, se debe a fenómenos propios de la coyuntura, como la pandemia, que planchó no solo al emergente social del ambientalismo sino a la militancia en su conjunto. Pero, además, falta una narrativa que salga del diagnóstico apocalíptico de las consecuencias del cambio climático sino que incluya un mundo nuevo, una nueva utopía, una propuesta de salida de la crisis. 

Hay que conjugar el apocalipsis con una propuesta.

Creo que ante un maremágnum de factores que inciden negativamente sobre la vida de la gente, nuestro movimiento tiene que salir con una contrapropuesta. Hay que conjugar el apocalipsis con una propuesta. Las narrativas colapsistas sirven para generar revuelo en un primer momento pero después se termina planchando sobre la paralización política, y ahora estamos en esas aguas. 

—Cuando arrancaron, ustedes tenían un discurso más cercano al de las organizaciones climáticas que ya existían, con una crítica radical, por ejemplo, a la explotación de los hidrocarburos en la Argentina o a la extracción de recursos mineros, que fue cambiando. 

—Siempre buscamos unificar a la justicia climática con la social, y creo que hay una perspectiva muy fuerte que sigue siendo la central: analizar al cambio climático desde una óptica sistémica. 

Después, al entender las circunstancias nacionales, nuestro contexto como país en el concierto global, quiénes son los mayores emisores, cómo se distribuyen las responsabilidades de los impactos de la crisis climática y demás, me parece que se afinaron ciertas tuercas en el análisis y empezamos a tener una tónica más pragmática sobre nuestra propuesta de transición económica. No abandonamos el deseo de impulsar esa gran transformación, pero sí creo que nos centramos más en las bases del contexto nacional y latinoamericano de nuestro país. 

—¿En qué se expresa esa “tónica más pragmática”? 

Ante el impulso de determinado proyecto productivo de extracción de recursos naturales, y por lo tanto generador de pasivos ambientales, como lo pueden ser la actividad minera o la exploración de hidrocarburos en el mar argentino, no podemos pretender salir con un discurso que plantee la cancelación inmediata de esas actividades a partir de criterios ambientales. En el contexto actual, necesitamos aumentar exportaciones, estabilizar la balanza comercial, crecer en reservas. Todo eso es necesario no solo por un tema social -la reducción de la pobreza- sino por uno ambiental. 

No hay transición ecológica posible sin desarrollo económico en armonía con la protección de nuestros bienes comunes y territorios.

No hay transición ecológica posible sin desarrollo económico en armonía con la protección de nuestros bienes comunes y territorios. Eso difiere con ciertas tradiciones históricas en el ambientalismo, que nos dieron muchísimo y las respetamos muchísimo, son las bases del pensamiento ecológico latinoamericano, que parten de una postura que se opone a la vialidad de esos proyectos. Lo hacen con sentido, porque el estado los impuso históricamente a fuerza de represión policial. Nuestra postura contempla esos matices pero parte del respeto irrestricto a la voluntad de los pueblos y el respeto a los derechos humanos. 

—¿Enfrentaron rupturas en estos años?

No calificaría de rupturas debates internos de la orientación discursiva. Compañeros con perspectivas más ancladas al trotskismo durante la pandemia con diversos debates, como el acuerdo porcino con China u otros conflictos, se terminaron yendo de la organización, pero de ninguna manera tuvimos rupturas en nuestro trayecto.

—¿Fueron tomando una orientación más política, más partidista en este tiempo? ¿Más cercana al peronismo? 

No, no hay un acercamiento al peronismo, sino articulaciones con las fuerzas políticas de todo el arco ideológico a nivel nacional, y por supuesto hay campañas en particular, por iniciativas parlamentarias específicas, que encuentran puntos de articulación más fuertes con unos sectores que con otros, por la base social de esos espacios. La ley de envases, por ejemplo, la protagonizaron los cartoneros, y Jóvenes por el Clima, junto al resto de las organizaciones ambientales, acompañamos ese reclamo. 

—¿Cómo está su relación con las otras orgas climáticas? 

—Muy bien, hay mucha sinergia en el ambientalismo más allá de las diferencias, tanto en la forma en que llevamos adelante nuestra militancia como nuestra visión de la crisis climática. Es un caso muy interesante el de Argentina porque tenés organizaciones muy fuertes, dedicadas a campañas de concientización sobre nuestros hábitos de consumo, incorporando un discurso, que viene de la mano de la irrupción de Jóvenes por el Clima, más popular, con el vocablo de la justicia social y empieza a intervenir en otras luchas, como la de la Ley de Envases u otro tipo de iniciativas, como es en este momento la campaña por la aprobación de la ley de humedales. Son ONGs que empiezan a compartir espacios con nosotros en la militancia por todo nuestro pliego reivindicativo. 

—¿Tuvieron o tienen discusiones fuertes con otras organizaciones o referentes del ambientalismo?

—Se dispararon, por momentos, debates sumamente enriquecedores para ambas partes. Para nosotros, como emergente dentro del movimiento, y también para las grandes figuras sobre las cuales nos paramos como militantes, y de las cuales valoramos muchísimo su aporte y trayectoria histórica en el movimiento. Se produjeron debates que nos enriquecieron, no peleas, porque nos seguimos encontrando en los mismos espacios cuando impulsamos proyectos puntuales.

Me parece que es parte de un movimiento que crece hacer más notable su heterogeneidad. Nosotros nos paramos desde una postura latinoamericanista, al igual que las figuras con las que diferimos, pero a la hora de analizar cuales son las mejores estrategias para frenar o apaciguar el efecto de algunas apuestas económicas quizás tenemos estrategias distintas. Pero el espíritu del movimiento sigue siendo el mismo

—¿Qué opinás de los agroquímicos? 

Creo que hay una muy mala fiscalización del estado en el uso de los agroquímicos, sino no tendríamos colectivos de pueblos fumigados exigiendo reparaciones por los daños a su salud, como la masiva expansión del cáncer. Tiene que haber una respuesta estatal y una reconfiguración de su intervención sobre estos territorios como fiscalizador. Además, hay una demanda creciente de los pequeños productores de la agricultura familiar que impulsan un cambio de paradigma asentado sobre la producción agroecológica, que no solo tiene que ver con la forma en que se producen alimentos, sino con el entorno en que trabajan los productores rurales. 

—¿Cuál es tu balance del gobierno del Frente de Todos? 

—Mi balance es negativo. No se cumplieron con las expectativas del contrato electoral de la campaña contra Macri. Eso se debe, sobre todo, a la falta de coordinación interna y conducción política, pero también se debe al legado de lo que fue la gestión anterior con el acuerdo con el FMI y lo que significó la pandemia. 

—¿Y en términos ambientales?

—Ahí podemos resaltar dos dimensiones. La cuestión institucional avanzó, desde la elevación de la Secretaría de Ambiente al Ministerio, la incorporación de nuevos métodos de trabajo en la Secretaría de Cambio Climático, con más ambición de los compromisos del estado argentino en los acuerdos multilaterales al respecto. Además, más allá de que mi opinión del ministro Juan Cabandié no es buena, la presencia del Ministerio de Ambiente en determinados procesos, como la consulta sobre la explotación petrolífera en el mar argentino, y el avance en algunos procesos institucionales dan cuenta de la incorporación de la temática como algo más prioritario que en el gobierno anterior. 

Por otro lado, me parece que, en cuanto a la gestión propiamente dicha, seguimos teniendo muchísimos problemas por el andamiaje legal de la argentina a nivel general. El Ministerio de Ambiente es coordinador de distintas carteras, pero no es autoridad de aplicación de normativas ambientales. En definitiva, eso impone restricciones. Mi valoración en lo institucional no es negativa, pero no me animo a decir que es estupenda. 

—Vos solés remarcar el carácter “clasemediero” de su organización.

—Sí, lo remarco como algo de lo que no hay que renegar pero sí reconocer. No atraviesa solo a la militancia ambiental, sino a todo el progresismo, que es la pertenencia a una estirpe social particular. No me parece negativo, pero nos da una serie de responsabilidades mayores. Tener acceso a espacios de incidencia política en ámbitos institucionales para impulsar determinados reclamos, que afectan a otros sectores que no tienen ese acceso, nos da una serie de responsabilidades superlativas. Por eso, simplemente, hago mención de ese componente porque me parece importante tenerlo en cuenta. 

—¿Cómo te relacionás, o cómo interpretan ustedes a los jóvenes libertarios? ¿Entienden que la agenda ambiental pueda pegar sobre ese sector político o eso quedó cerrado? 

—Creo que la agenda ambiental puede pegar negativamente sobre sus dirigentes y, por efecto derrame, sobre esas militancias. El hecho de que el principal referente de esos nuevos colectivos juveniles sea un negacionista del cambio climático, y que sea el abanderado en los debates públicos de aferrarse a los datos y la evidencia empírica, lo deja muy mal parado. Está en contra de la ciencia, y nos hace tener un piso de debate como si estuviéramos discutiendo con un terraplanista. Argumentativamente, nos ubica en un escalón superior. 

Yo creo que vamos a poder instalar una nueva primavera democrática con estos valores que ahora perdieron terreno, pero eso se hace incrementando nuestra participación política, apostando a la organización colectiva y cambiando el chip en ciertos aspectos del discurso. 

En el plano del sentido común y la batalla cultural, hay un retroceso de todo el campo popular en ese tipo de disputas, como los derechos humanos, el feminismo o el ambientalismo. Hay una reacción conservadora a la que no hay que temer, pero hay que respetarla como a todo emergente social. Yo creo que vamos a poder instalar una nueva primavera democrática con estos valores que ahora perdieron terreno, pero eso se hace incrementando nuestra participación política, apostando a la organización colectiva y cambiando el chip en ciertos aspectos del discurso.