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Columnistas

Señales de descomposición en un gobierno imposible

gimnasia boca

No hay que olvidar que la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Economía venía supuestamente a ordenar políticamente un gobierno enredado en sus propias dinámicas de coalición jamás resueltas que le hacían muy difícil gestionar.

Pero dos meses después, no sólo ya hubo críticas públicas de Máximo Kirchner al propio Massa por hacerle concesiones al campo para que liquide los dólares de la cosecha; también recrudecieron los ataques internos desde el kirchnerismo más duro al ministro de Trabajo, Claudio Moroni; el ministro de Desarrollo Social, Juan Horacio Zabaleta, filtró en plena escalada de la protesta social que preferiría volver a su intendencia en Hurlingham; y acaba de renunciar Elisabeth Gómez Alcorta a la cartera de Mujeres, Igualdad y Género en disconformidad con un operativo policial que ordenó la Justicia en tierras ocupadas por familias de la comunidad mapuche en la Patagonia.

A un año y un par de meses del final del mandato, tal vez sea hora de no buscarle más la vuelta: definitivamente se trata de una administración imposible. Primero fueron años de desacuerdos no blanqueados sobre qué hacer con la economía o con la seguridad o la política exterior; ahora, en el tramo final y ante la falta de perspectiva de éxito en las elecciones, da la impresión de que empieza a primar el sálvese quien pueda.

Ahí radica el riesgo de que haya un éxodo de miembros del Poder Ejecutivo que sin romper el Frente de Todos elijan “dar la pelea” desde su propio metro cuadrado para tratar de que no se los lleve puesto la ola del descrédito que carga una gestión con una inflación del 100% anual y con una descoordinación tal que no se puede organizar ni un partido de fútbol. La tentación de guardarse y salvar las banderas. El teorema de soldado que huye sirve para otra batalla. 

Si el Fondo Monetario Internacional quiere que le cumplan con las metas de reducción del déficit fiscal, ¿van a ser las caras del ajuste, que siempre empieza por el gasto de capital?

¿Alguien puede creer que ministros como Gabriel Katopodis, de Obras Públicas, o Jorge Ferraresi, de Vivienda, no sienten esa fuerza centrífuga que está llevando a los líderes que vienen del territorio en la provincia de Buenos Aires a regresar a sus pagos para intentar conservar el poder local? Y encima, si el Fondo Monetario Internacional quiere que le cumplan con las metas de reducción del déficit fiscal, ¿van a ser las caras del ajuste, que siempre empieza por el gasto de capital?

En última instancia, debe ser el mismo fuego que siente hace rato la propia Cristina Kirchner, que le busca la vuelta para evitar que todo explote pero al mismo tiempo intenta que el derrape en fade del poder adquisitivo no le quede pegado a ella. El peligro, sabe, es que pierdan intensidad en la memoria “los doce años” que cita en todos sus discursos en los que subraya que “su” gestión terminó en 2015.

Poco margen. Massa había llegado para traer orden político al gabinete. Ya lo critican, renunció una ministra y otros analizan salir. Y la inflación corre al 100% anual.

En ese equilibrio camina Massa y todo el intento estabilizador en el que aún confía Alberto Fernández, el deshilachado presidente de la Nación. Nadie con responsabilidad en la gestión festejó en público la paritaria de los bancarios, del 94%, ni tampoco hubo palmeadas públicas al planteo de los camioneros de ir por más del 130%. Se trata de reclamos legítimos y que reflejan el daño que las remarcaciones de precios le están causando a los salarios, sobre todo los del mundo informal. Pero es imposible no tomarlo como el indicador del tablero de un auto que va al palo pero que no se sabe cuánto aguanta.

A fin de mes, luego de que se haya informado otra inflación en el orden del 7% por tercera vez consecutiva, el Palacio de Hacienda querría probar suerte con algo así como un plan. Se discute si en vez de devaluar lisa y llanamente podría haber un desdoblamiento del mercado de cambios, donde el dólar oficial se mantenga de referencia para los bienes esenciales, y todo lo demás se mueva con una cotización parecida al paralelo. Tras aumentar otros precios clave de la economía (tarifas y salarios), se iría a un congelamiento para cruzar hasta febrero o marzo. La bala de plata para cortar la inercia. 

Se discute si en vez de devaluar lisa y llanamente podría haber un desdoblamiento del mercado de cambios, donde el dólar oficial se mantenga de referencia para los bienes esenciales.

El talón de Aquiles, claro, es la cohesión política necesaria para convencer a empresarios y sindicalistas de que haya un paréntesis desindexador. Los hombres de negocios se reunirán esta semana en Mar del Plata. “Ceder para crecer”, es el título del tradicional Coloquio de IDEA. Tendrá el sello de Daniel Herrero, presidente de Toyota, bandera de los que promueven el acuerdo capital-trabajo como motor de desarrollo. Habrá muchos representantes de gremios. Pero, llegado el caso, ¿quién para primero en esta dinámica? ¿Lo puede ordenar un gobierno si transmite clima de desbande?

Ojalá fuera el fútbol

Hay algo muy parecido a la sensación de crisis inminente que emerge de las variables económicas en etapas como la actual de descontrol inflacionario y ausencia de liderazgo. Es la posibilidad de una tragedia que siempre está latente en la Argentina cuando tiene lugar un partido de fútbol que congrega multitudes. Lo que ocurrió el jueves en la cancha de Gimnasia y Esgrima de La Plata, con un estadio repleto, miles de personas en peligro, represión policial, un muerto y decenas de heridos, fue apenas otro ejemplo.

En este tipo de escenarios queda expuesta una combinación de distintos tipos de mafias con la ineficiencia del Estado en un contexto de decadencia cultural de décadas. Es un engranaje turbio que funciona aceptado todos los fines de semana a menor escala en prácticamente todos los rincones del país donde rueda una pelota por plata. Pero que siempre tiene altas chances de detonarse cuando va tanta gente que puede haber desbordes, cuando las partes involucradas dentro y fuera de la ley pueden tener intereses en pugna y sobre todo cuando las autoridades replican el no saben, no quieren o no pueden tan conveniente para estos casos.

Basta escuchar a Gustavo Grabia, el periodista que más sabe de violentos y fútbol en toda América latina, para entender que contar la recontra coyuntura de esta semana puede ser tranquilizador pero un autoengaño. Como siempre, esta vez hubo venta de entradas por izquierda, por coimas entre la policía, los dirigentes, los empleados del acceso y la barrabrava, que hizo que el estadio se llenara antes de que entraran los que tenían su lugar como correspondía. 

Además, hay una casualidad que se repite en muchos partidos en los que se pudre todo, remarca Grabia: en la previa suele haber habido un cambio en la jefatura policial de la zona, algo que sucedió en La Plata 48 horas antes de los hechos. Muchos episodios de violencia se explican porque las fuerzas de seguridad, en especial la Policía bonaerense, resuelven con “incidentes” su participación en los negocios del fútbol. Hermoso todo.

Las fuerzas de seguridad, en especial la Policía bonaerense, resuelven con “incidentes” su participación en los negocios del fútbol.

También podría ser un alivio que todo fuera parte de una gestión cada vez más pobre como la del secretario de Seguridad, Sergio Berni, tan presente en los medios de comunicación para respaldar responsables del gatillo fácil o acusar de terroristas a los mapuches, como falto de conocimiento y resultados sobre lo que ocurre bajo su mando. Se trata de un funcionario que reconoce como líder a la vicepresidenta y que ha maltratado a medio oficialismo en público, pero de todas maneras sigue en su cargo. Incluso, sería muy sencillo si todo fuera achacable al desastroso accionar de la Bonaerense, que quedó inmortalizado en el disparo a un camarógrafo en vivo y en directo.

Pero el problema es más profundo. Y es que por algún motivo, la política argentina ha elegido como forma de construcción “en el territorio” la alianza con los barrabravas, la mano de obra poronga que se repudia en público con generalidades pero se recontra convalida en el día a día de la militancia, sin distinción de color político. Ese vínculo es el hilo intocable. Lo que nadie pone en cuestión. Ahí radica el poder permanente de los que delinquen con protección de ministros, diputados, sindicalistas. ¿De qué sirve que no vayan los visitantes? ¿De qué vale que le pidan el DNI a los abuelos que van a la cancha? El negocio empieza en las inmediaciones de un estadio. Termina en los despachos del poder. Todo lo demás es humo. Entretenimiento. Declaracionismo.

Lazos. El nuevo ministro de Trabajo bonaerense, Walter Correa, con vínculos con la barrabrava de Racing.

El gobernador Axel Kicillof hasta ahora no habló de lo que pasó esta semana y sólo “lamentó” lo ocurrido a través de un mensaje escrito. Se sabe, no entiende de fútbol y no le gusta. Una vez, cuando era ministro de Economía, desmintió una nota de un diario dominical con un comunicado en medio de un River-Boca, sin el más mínimo registro de lo que estaba pasando. No tiene por qué saber, tampoco. Pero alguien le podría avisar sobre los vínculos de la gente que incorpora a su gabinete con las barrabravas

Los Pibes de Racing es la facción que se quedó con el control de la barra del equipo de Avellaneda, como contó el propio Grabia en una nota de Infobae en julio de 2021. En la zona sur del Conurbano suelen pintar escudos del club con un número 13 en rojo. Hacen referencia a la la Corriente Peronista 13 de abril. La conduce un ex diputado del Frente de Todos y líder sindical del gremio de los curtidores. Se llama Walter Correa. Acaba de asumir como ministro de Trabajo bonaerense