Desde noviembre habrá una línea de colectivo que unirá Aeroparque con Ezeiza en un mismo recorrido. El anuncio se hizo esta semana como si se tratara de una proeza. Por ahora la opción más económica para viajar de un aeropuerto a otro es en lo micros de Tienda León que cobran $2300 el trayecto. Pero en pocas semanas será posible tomar un colectivo de la línea 8 y pagar muchísimo menos con la tarjeta SUBE. Bien ahí.
Más allá de la celebración de la noticia, cuando las buenas ideas llegan con atraso ponen en contraste al resto de emprendimientos postergados o, ni siquiera, proyectados todavía.
Desde siempre las vías del Ferrocarril Belgrano pasan por uno de los extensos márgenes del Aeroparque. Bastaría con hacer una estación ahí (como se hizo hace algunos años la de Ciudad Universitaria) para conectar la terminal aérea con la estación Retiro, y desde allí con el resto de la ciudad. Las vías ya están.
Pero no. Para hacer ese simple trayecto también hay que ir en bondi. Esperar a alguno de los pocos colectivos que pasan por el Aeroparque o someterse al viejo problema de la escasez de taxis y la abundancia de mafias. A veces, las soluciones sencillas son las más difíciles de llevar a cabo.
También hay una vía de tren muy cerca del Aeropuerto de Ezeiza. Desde las terminales de pasajeros hasta la estación ferroviaria de esa localidad hay apenas 8 kilómetros de distancia. No parece ser una obra faraónica conectar desde allí con el Ferrocarril Roca y así unir el aeropuerto internacional con la Estación Constitución. Sería una forma de llegar al centro porteño de manera rápida y sustentable. Pero tampoco.
El colectivo gana siempre la partida. Para colmo, hace más de 20 años la Legislatura porteña aprobó la traza de las nuevas líneas de subte F, G, I. Cri cri cri…
La construcción de nuevas líneas de subte se posterga hacia un lugar del calendario que no está a la vista.
Las postergaciones siempre tuvieron un argumento. Y los paliativos también involucraron al colectivo. Así surgió el Metrobus, primero sobre la avenida Nueve de Julio (por encina de la Línea C) y después propagándose por muchos otros lugares donde debió haber –y quizás nunca haya- una línea de subte.
Quedaron muy lejos las promesas de construir 10 kilómetros de vías por año. Fue en 2007, hagan las cuentas.
Quizás era de esperar que en la ciudad que se jacta de haber inventado el colectivo (¿?) se insistiera una y otra vez con ese medio de transporte. Sucedió en 1928 cuando un grupo de taxistas en crisis empezó a subir a más de un pasajero por vez y a hacer un trayecto fijo. El colectivo se inventó solo, más por oferta que por demanda.
Desde entonces no paró de multiplicarse en líneas y unidades en circulación. Las calles por las que transitan son las mismas que hace décadas. Pero ahora deben convivir con una cantidad creciente de autos que a su vez coexisten con bicisendas, señalizaciones abstractas y el sueño inquieto de encontrar un lugar para estacionar.
La construcción de nuevas líneas de subte se posterga hacia un lugar del calendario que no está a la vista. También se demora la utilización de los recursos ferroviarios que ya existen. Y en esa espera el colectivo llega primero para emparchar las ansiedades. Ahí viene.