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Columnistas

Lecturas que dejan marca

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Cuando mi hija empezó a aprender a leer se abrió un nuevo y mágico mundo. Y ahora que lee de corrido no para. Y donde más lo hace no es en casa con un libro delante de sus ojos. Es en el auto, observando por la ventana. Así comenzaron a surgir preguntas del tipo: “¿Qué es Frávega?”. “¿Qué es Cotto?”. “¿Qué es Ford Focus Titanium?”. “¿Qué es Answer Seguros?”. “¿Qué es Bagóhepat”. “¿Qué es Banco Macro, cerca siempre?”. “¿Qué es Ibuprofeno 600?”.

Difícil tarea explicar tales intrigas. Hay dos opciones; dar una respuesta vaga y amplia como: “Cotto es un lugar en donde se venden cosas”. O decir lo que uno piensa realmente bajando línea: “Cotto es un lugar en donde se vende comida que casi en su totalidad no es sana. Es mejor ir a una dietética o a una verdulería orgánica, pero la gente no quiere moverse y consume un montón de porquerías que compra en un mismo lugar”. O bien: “Ibuprofeno 600 es una pastilla que toman las personas cuando tienen dolores. Pero esa pastilla no es natural y a la larga daña al cuerpo. Si algo te duele es mejor optar por algo que haga bien, como el aceite de cannabis. Pero bueno, hija, todo es parte de un sistema perverso”.

Nina tiene seis años y trato de decirle la verdad en todo. Sabe que en un supermercado no hay mucho que nos interese, salvo el Koh-i-Noor (“poderoso el chiquitín” es un gran invento. No se mancha), o una licuadora, pero de comida, poco y nada. Saben los bancos que no son nuestros amigos y si nos quieren cerca como ellos dicen, es para su beneficio. O sea, tantas preguntas pueden ser aprovechadas para bajar una data que, a mi entender, nutre.  

Pero lo cierto es que a veces estoy cansado y opto por no dar precisiones. Simplemente digo: “Es una marca, hija. Un nombre. Nada interesante”. Lo que me resulta llamativo es que, en la catarata de preguntas de Nina, caigo en la cuenta de la tremenda contaminación visual que nos invade con información que no suma, más bien resta. Nada nuevo, pero a veces uno maneja o camina sin percatarse de este nefasto bombardeo. Todo es marca. Todo.

Y sino es la publicidad de un auto o de un supermercado, es la de un dibujito que estuve tratando de evitar porque consideraba que no era para su edad y que se metió por los ojos asombrados de Nina a través de un bruto y llamativo póster que quedó frente a ella cuando el semáforo se puso en rojo. Me pasó con Frozen, que dentro de todo no está tan mal. Me preguntó, le expliqué, luego cedí a canciones de Spotify y más tarde le puse la película entera. Y cuando me quise dar cuenta estábamos cantado a grito pelado “Libre soy”. Buen tema, aunque de esa placa me copa más “Muéstrate”.

A raíz de esta situación, se me ocurrió algo que le tiro gratis, de onda, a Rodríguez Larreta o a quien quiera tomar esta brillante idea: ¿No sería lindo que nuestro hijo o hija mirara por la ventana del auto, leyera un cartel y nos preguntara: “¿Qué es Gírgola?”. Entonces ahí le diría: “La gírgola es un hongo comestible muy rico que se puede hacer en milanesa, por ejemplo, y que es súper sano. Tiene proteína, es antioxidante, hasta se han hecho estudios que han demostrado su posible eficacia en el tratamiento y la prevención del cáncer”.

Sí, ya sé, para eso alguien tendría que poner un cartel que diga simplemente “Gírgola”, lo cual lo veo poco probable, pero en una de esas un funcionario despierto se manda con este proyecto. Yo no pierdo las esperanzas y sueño con que los carteles de McDonald´s sean reemplazados por unos que digan “Coman frutas, verduras y hongos. Es por ahí, amigos/as”. O bien frases que dejen una profunda enseñanza como “Mi religión soy yo” o esta que me bajó en un viaje de ayahuasca, se convirtió en mi bandera y dice: “La hermandad y los valores, el resto es puro cuento”.

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