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Cultura & Espectáculos

La sociedad de los poetas involuntarios

Africa

Agualusa, Angoleño, escribe Africa, narra Africa, exuda Africa. La tiene metida en las venas y en el alma, la vive y la sufre, la goza, la hace narración, la cuenta desde sus lágrimas, sus pequeñas batallas y grandes derrotas.

Agualusa es Africa, o al menos desde que Angola se puede explicar de ese continente. La explica desde personajes entrañables incluso en sus maldades, su violencia y sus arrebatos; desde el aire que se respira en sus diálogos y sus historias subjetivas, sin necesidades de morales monoteístas o gradaciones occidentales.

Su país es el territorio necesario de sus textos y la guerra civil el centro de sus tramas, a partir de allí se traslada hacia adelante y hacia atrás, organizando redes que unen las historias personales, las narraciones populares, los mitos y los sucesos a través del tiempo. Y en ese entramado la guerra está omnipresente, de algún modo siempre nos recuerda que es una zona de ancestrales violencias desatadas, ya sea por las luchas por el territorio y el control del tráfico de esclavos hasta el dominio Portugues, las guerras interétnicas al interior del continente o, luego de la guerra de Independencia de 1975, la eterna violencia que liga a las anteriores con la novedad de las luchas facciosas que, ligadas a la voracidad de las multinacionales por el acceso a los hidrocarburos y los minerales, terminaron en constantes baños de sangre.

Y en medio del drama Agualusa inserta personajes e historias deliciosas y conmovedoras. Muertos que se aparecen en la noche, regímenes políticos que colapsan y reviven, personas que sueñan con otras a las que no conocen y se meten en sus sueños llegando a cambiarlos; artistas plásticas que fotografían esos sueños y ex-criminales, mercenarios o revolucionarios (denominaciones intercambiables según quien sea el que los señala) que sueñan y, a la vez, son soñados en situaciones que abruman, desesperan y desestructuran las vidas ajenas.

El autor no trata de comprender la bondad, porque ésta es fácil de entender, entonces se mete con la maldad, la grada, la metrifica, muestra todos los grises que puede tener, y sus personajes son hijos de esta humanidad, los buenos y los malos son, en general, las dos cosas a la vez según el momento, el sesgo y el azar.

Hay quienes han hecho cosas malísimas en nombre de los mejores ideales, y los hay también que, malísimos ellos, tienen rasgos de humanidad que sorprenden; una vez mas Africa nos muestra lo que occidente olvida: el bien y el mal son una cuestión de miopía moral y decisión de dominio.

Es este el punto del mejor Agualusa, allí donde nos va mostrando que la verdad, esa que tiene mayúsculas y no acepta modificaciones, termina mezclándose con el totalitarismo. Porque si algo queda plasmado claramente en los personajes de La Sociedad de los soñadores involuntarios es que no hay una sola verdad, hay muchas. La guerra dura tanto tiempo en Angola que los personajes van perdiendo la claridad del por qué de la muerte, cuál es la causa por la cual terminan con sus rivales; va perdiendo sentido la convicción que los lleva a matar.

En Angola la violencia no acaba, solo duerme hasta el próximo despertar. Es ella y el recuerdo que genera, los dolores que construye, las almas que involucra, las lágrimas que irradian hasta en los sueños de sus habitantes.

En medio del drama, Agualusa inserta personajes e historias deliciosas y conmovedoras.

En la guerra civil pelean verdades absolutas, el rencor levanta el fusil, la historia de los muertos propios empuña el arma y el odio al que no tiene “la verdad” es quien dispara el gatillo. No hay reconciliación posible si la única verdad es “la nuestra” y el mal pertenece en estado puro al enemigo; necesariamente hay que encontrar una segunda opción en la que la pregunta sea posible. El derecho a la duda, la oportunidad de una segunda lectura, el olvido de lo absoluto en nombre de lo posible, de error como oportunidad. Sin olvido no hay futuro, o al menos un delgado hilo de olvidos y recuerdos, que no se corte, que permita encuentros y convivencias

Recordar, a veces, no nos hace mejores.

Porque también los recuerdos se anquilosan, se deforman, se hacen dogma, se convierten en estacas que rompen hasta el alma lo que quieren sostener. Los pueblos que olvidan corren el riesgo de repetir sus horrores, los que solo recuerdan corren el riesgo de no poder olvidar.

En la delgada línea entre sueños y recuerdos habitan los seres de la novela, allí se mecen y se preguntan, conviven y se entremezclan; hacen historia.

“El pacifismo es como las sirenas: no respira fuera del mar de la fantasía, no se lleva bien con la realidad; mucho menos con nuestra realidad, tan cruel. Angola no es para los mansos” indica Hossi, el personaje central.

A un tipo común le arrancan un brazo y sigue siendo el mismo, aunque con un brazo menos, lo mismo en caso de un ojo, o una oreja; dolorido, destrozado, será  el mismo Juan o Luis de antes de haber sido cercenado. Pero al arrancarle sus  recuerdos, la imagen de su madre, los olores de su infancia, el frescor de la mañana, las historias que le contaba su hermano, ese hombre que ya nunca recordará su niñez seguirá siendo él ?. Una persona es su pasado, su infancia; ausente de esto se convierte en un paria. Pero el pasado, ese que nos construye, está en permanente cambio, porque el presente lo fabrica nuevamente en cada nueva experiencia. En éste Agualusa anida la tensión central de sus preguntas: como hace una sociedad para encontrar el punto justo entre un pasado que no se puede olvidar pero no puede ser el eje de construcción de las vidas y un presente que necesita del olvido para superar la violencia que lo destroza?

El pacifismo es como las sirenas: no respira fuera del mar de la fantasía, no se lleva bien con la realidad.

Texto de imaginación, de preguntas, de sueños que se mezclan entre si y de otros que se construyen hacia atrás y hacia adelante; individuos que intervienen sueños ajenos, sueños de individuos y de sociedades; de paz y de guerra, de memorias y de olvidos, mágicos y terribles.

“La sociedad de los soñadores involuntarios” está en el límite de la poesía, es una gran pregunta, es  la historia popular, pura reconstrucción etnográfica en el envase de la mejor literatura.

Todo está aquí: los días que le robaron a Angola, y los que vivirá luego de recuperarlos.

Africa tiene quien la escribe, quien reconstruye sus historias.

 
Agualusa, Jose. La sociedad de los poetas involuntarios. Barcelona. Edhasa.

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